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Deprimida y con miedo, la periodista Soledad Vásquez vive y da gracias a la vida, fue víctima del Covid-19, un virus que le quitó seres queridos y amigos entrañables; propone un periodismo más humano, sin tantas cifras, que atienda las necesidades de los que menos tienen

 

Yolanda PEACH

 

Viva. Con miedo, pero viva. Soledad, periodista en Salina Cruz, es sobreviviente del Covid-19, una enfermedad que la hace ver el amor a los suyos y a la vida.

Una pandemia que la llama a practicar un periodismo más humano, más solidario.

Reza al recordar a sus compañeros que perdieron la batalla. “No merecían morir así, solos, sin ser despedidos”.

 

LA PRIMERA PLANA

 

Emprendedora. Soledad Vásquez Martínez estudia estilismo y cosmetología. Un negocio propio en el que, económicamente le iba bien.

Hace 16 años, José de Jesús Vásquez Barceló lanza una convocatoria para trabajar como reporteros en el Sol del Istmo. “Mi hermano me convenció de ir a probar, quedé seleccionada (…) me enviaron a Tehuantepec. Mi jefe sólo me dijo: compra una libreta, una pluma y ya tú sabrás, te vas a dar una idea”.

Esa mañana cubrió un bloqueo, acudió a la Policía Federal de Caminos y al Monte de Piedad. “Me llevé la primera plana en mi primer día”.

Una compañera del medio, Cecilia Villalobos, le enseñó lo básico del periodismo. Escribir con el método de la pirámide invertida.

Pronto organizaron cursos para profesionalizarse. La Escuela Carlos Septién impartió tres. “Me enamoré del periodismo cuando realicé mis primeros reportajes. Me enfoqué a los temas sociales, a las comunidades, a trabajar con la gente”.

Trabaja para El Regional y Enfoque, corresponsal de los medios estatales Despertar, Tiempo de Oaxaca, Foro Libre y la radiodifusora Stereo Crystal, subdirectora en el semanario Evidencias, así como reportera y coeditora de Noticias del Istmo.

“Cuando empecé ganaba 29 pesos al día, en mi negocio ganaba más, hasta 500 pesos diarios, pero no me satisfacía”.

Una profesión que le ha dado alegrías. “Sobre todo cuando empiezas a trabajar en un tema que te gusta y hay respuesta, cuando las personas se benefician (y te dicen) ‘Gracias por tu apoyo, no me hacían caso’, porque voltearon a verlas por la publicación”.

Su trabajo la lleva a ganar el Premio Regional de Periodismo en Crónica.

Actualmente, trabaja en el área de comunicación social del Ayuntamiento de Salina Cruz, Oaxaca, y dirige su propio portal de noticias. “Cada vez era menos el ingreso y decidí incursionar en lo digital con Perspectivas de Oaxaca”.

 

EL TORMENTO DEL COVID

 

Informar sobre la pandemia que azotaba al mundo la lleva a tomar precauciones. “Siempre con cubre-boca, gel antibacterial, me volví paranoica, no dejaba entrar a nadie a casa si no se quitaban los zapatos, mi esposo y mi hija me repetían que exageraba”.

Se contagió en la oficina, casi al mismo tiempo que todos. “No nos dimos cuenta que un compañero tenía el virus. Empecé a sentir los síntomas. Tenía que cubrir un evento y hablé para avisar que estaba mal”.

Inició con dolor de garganta, carraspera. “Unos amigos me dijeron que tomara mezcal con limón. Lo tomé, pero no se me quitaba. Bicarbonato me funcionó y me quitó varias horas el ardor”.

Esa noche se sintió mal. Usó bicarbonato, le quitó el ardor y le empezó la calentura. Fiebre de 29º. Prueba con paracetamol. No se le baja.

Le llama el médico del Ayuntamiento, le pregunta síntomas y receta paracetamol y naproxeno.

En la prueba del SARS-coV-2 sale positiva. Al saber el resultado, el médico la tranquiliza y le da tratamiento. “Mi hija me pidió que me quedara en casa, que no me internara, tenía temor porque los hospitalizados se estaban muriendo. Le prometí que no me iba a morir”.

Le pidió a una amiga sí se hacía cargo de su hija, de 15 años, donde ésta se quedó un mes. “La alejé para protegerla desde el momento en que sentí los síntomas; en cambio mi esposo, quien me cuidó, se contagió. Sufrió sólo un día con tos intensa, fiebre y dolor de cabeza”.

Su marido se encarga de todo. Hace la limpieza dos o tres veces al día con cloro y alcohol. Le levanta el ánimo. La hace sonreír. Le guisa y se encarga de que coma.

“Le pedí que me dejara y me respondió: ‘Me quedó aquí, salimos los dos o nos morimos juntos, ¿Quién dijo no?’ Me obligó a comer, porque no tenía apetito, me preparaba tés que le recomendaban”.

Se deprimió cuando murió el primero de sus compañeros de oficina. “Lloré, empecé a acumular flemas. Me faltaba el aire. Mi esposo me dijo que si entristecía no ayudaría en nada”.

Inició con la tos. Dio instrucciones precisas de qué hacer si empeoraba. “Sentí miedo y fue entonces que pasó algo milagroso”.

 

“NO PUEDES ESTAR AHÍ”

 

Dolor de cuerpo y cabeza, los síntomas permanentes. La fiebre nunca se le quitaba. Un dolor de huesos intenso. Empezó con una tos rara y un dolor ligero en el pecho.

“La calentura no se me quitaba con ningún medicamento. Me tenía que bañar a cada rato”.

No dormía. Miraba por la ventana sin poder dormir. “Estuve en un lugar con muchas personas acostadas. Dormían. Vestían de blanco. Sentí que una manó me jaló y me sacó de ahí. No sé qué pasó, si soñaba. De pronto sentí un olor a petróleo.

“Había perdido el olfato, pero olí el petróleo en mi pecho, en la espalda y en los pies. Alguien me gritó: ‘No puedes estar ahí’. Abrí los ojos y vi a mi mamá (fallecida hace 5 años), me pidió me levantara”.

A la mañana siguiente ya no tenía calentura ni le dolía la cabeza. Despertó con apetito. Se le quitó la tos y empezó a sacar flemas.

El Covid-19 le dejó algo bello, el cariño de sus amigos y familiares. “Cecilia en cuanto se enteró, me empezó a llevar alimentos que dejaba en un árbol, Mariuma Vadillo me llevó despensas, Pepe Toño Garfias me apoyó, muchos, muchos amigos y familia. Mi teléfono no dejó de sonar. Me cansaba hablar y mandaban mensajes”

“Aprendí que debo amar más la vida, más mi vida. Nunca sabes en qué momento te vas a ir. Amo con más profundidad a mis seres queridos, a mi hija, a mi marido, a la gente que me demostró que me quiere”.

Le dejó también dolor, “mucho dolor, perdí seres queridos, amigos de años, sobre todo miedo, mucho miedo”.

Confinada 40 días se permite salir y fortalecer sus pulmones, “me sentía desprotegida, me daba temor subirme a un taxi, las personas, terror de volver a contagiarme. Camino sola, en calles vacías, saludo de lejitos”.

La forma de hacer periodismo cambia. Nada de trabajar en equipo, entrevistas rápidas, cubrir el evento y regresar. Otros hábitos, “nos falta mucho, dejar de ver cifras, publicar quién se enfermó, no nos hemos dedicado a ver lo que se padece, a los que menos tienen, a los que sufren afectaciones económicas y ver la forma de apoyarlos, debemos ser más humanos”.

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