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Depresión musical

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La sensibilidad de los artistas los lleva a vivir emociones más impetuosas o a sufrir con más intensidad, a Cristian, un joven músico, la pandemia lo afectó al no poder tener contacto con su público, transmitir su pasión: la música

 

Yolanda PEACH

 

Desconcierto, de la incredulidad al pánico, así ha vivido Cristian Méndez Barajas la pandemia por el Covid-19. “Llegué a pensar que iba a ver un caos total, que la gente se iba a meter a las casas a robar comida, imaginaba un panorama más feo. Esta pandemia nos enseñó bastante, a ahorrar dinero, lavarnos las manos, cuidar a nuestra familia, sobre todo, cuidar la economía (…) también hay cosas tristes, como la gente que prefirió comprar cerveza en plena crisis”

Músico él, pide que no dejen de apoyar a los talentos locales, “los artistas estamos pasando una etapa muy difícil”.

 

MÚSICA EN LAS VENAS

 

Tenía 10 años cuando fue con sus papás de vacaciones a Salina Cruz. Se enamoraron del lugar y se quedaron a vivir ahí.

Adolescente, lo metieron a clases de karate, luego de futbol, pero no duró. Les anunció que quería estudiar música, aprender guitarra, “me dijeron que no, que dejaba todo a medias”.

Se aficionó al canal de televisión MTV. “Corté una tabla, le pinté rayas con un plumón, como si fueran las cuerdas. Observaba a los músicos y repetía los movimientos de los dedos”.

Sus papás le regalaron un Xbox. Aprovechó para llamar a un amigo que tenía una guitarra, lo invitaba a jugar a su casa a cambio de que lo dejara tocar el instrumento.

Su abuelo se enteró de su afición y le regaló una guitara que fue suya, “la conservo”. Aunque intentó entrar a la Casa de la Cultura a aprender en forma, se desencantó luego y decidió aprender por internet. “Buscaba cancioneros y en Youtube”.

En segundo de secundaria llevó clases de flauta. Su maestro lo ayudó, después, en la preparatoria, a entrar a la estudiantina de la preparatoria federal César Linton Rodríguez.

“Mi anhelo era ser requinto; en una ocasión que íbamos a tocar no llegó, al maestro se le hizo tarde y yo aproveché para pedirle a mis compañeros que ensayáramos, que tomaría el lugar del faltante, cuando el profesor llegó y me escuchó, me dejó ahí, cumplí mi sueño, fui mucho tiempo el requinto de la prepa”.

Comenzó poco a poco a construir su carrera. Participó en concursos de rondallas, bandas de rock, de ska, rock urbano, reggae, pop, cumbia.

Decidió estudiar profesionalmente música, pero sus padres le pidieron que eligiera una carrera “seria”, así que eligió telecomunicaciones y se fue a vivir a la Ciudad de México.

“Me metí a trabajar con mi tío y así pagar mis estudios de música, mientras seguía con mi carrera. Estuve en una banda”.

Cristian es el mayor de tres hermanos, estaba en su segundo año de carrera cuando su familia sufrió una crisis económica, “mi papá me dijo que ya no podían pagar mi universidad, o estudiaba yo o mis hermanas terminaban la preparatoria”.

Dejó la escuela y regresó a Salina Cruz, donde puso un ciber y vendía celulares, para ayudar a su familia con sus gastos.

Entró al grupo musical Sentimiento latino, “me pagaban por tocar, estuve casi seis años con ellos”.

Formó con amigos la banda de ska y reggae Escatharys, con el que grabó un disco y participaron en varios festivales.

Año y medio después, en 2016, visitó a un tío en Tlacolula, quien tiene una marisquería y se dio cuenta que vendía mucho. Decidió emularlo y poner su propio negocio.

“Vendí todos mis instrumentos, vendí mis pedales, mis guitarras”. Abrió el restaurante El Botalón, en la calle Hornos, en El Rosario, cerca de la URSE.

Un año después, decidió regresar al arte, “necesitaba meterle más dinero al negocio y me quise apoyar de la música. Mi último ahorro eran seis mil pesos. Le compré su guitarra a un trovador”.

Ensayó cuatro canciones y se fue a buscar trabajo a restaurantes. “Muchos me respondieron que no, pero me sugirieron que fuera a la tlayudería El Negro (…) el gerente me dijo que no estaba contratando músicos. Le insistí y le supliqué que solo me escuchara, lo convencí, me grabó y se lo mandó al encargado de los músicos”.

Lo llamó ese mismo día. Le preguntó si tenía micrófono y bocinas, contestó que sí tenía. Lo contrataron.

En Marketplace encontró un micrófono. Era de un locutor, quien le dio crédito y lo invitó después a su estación de radio. Compró el pedestal, bocina, cables, “después empecé a buscar camino. Trabajé en el Tule, Reforma, Xoxocotlán, San Felipe, Centro, tenía ocupada toda la semana”.

Poco a poco recuperaba la inversión en El Botalón, “al ver siempre lleno, el dueño del local me sube la estrepitosamente renta. No podría. Decidí cerrar”.

Se dedicó, ahora sí, exclusivamente a la música. “Dos años viví de la pura música, sin hacer nada más que tocar”.

 

CATÁSTROFE MUNDIAL

 

Al inicio desconfiaba del coronavirus. “En febrero comenzó a correr el rumor de la pandemia. Creí que era un invento, una conspiración”.

Planeaba sacar un disco: “A Puertas Abiertas”. Estaba en los detalles finales para irlo a grabar con el profesor René; en tanto, invirtió en equipo nuevo, pedal, un micrófono nuevo.

“Cuando me doy cuenta que se peleaban por el papel de baño en los centros comerciales lo tomé en serio, hasta compré despensa”.

Como a la semana le informaron el municipio obligó a los negocios a descansar por 15 días, “´sólo es una quincena, tengo ahorros para sobrevivir (…) mi equipo no lo había estrenado bien”.

Después le dieron la noticia de que cerrarán los restaurantes y ya no había música. No se pudo grabar el disco. “Se paró prácticamente todo, me preocupó la deuda que tenía. Al inicio creí que sería rápido, un mes tal vez y lo tomé como un descanso”.

Cuando se dio cuenta que puede durar más tiempo y ve que los restaurantes empiezan el servicio a domicilio, emprende de nuevo: Ostiones del Pacífico, “traía ostiones de Salina Cruz y los repartía a domicilio, con todas las medidas sanitarias para cuidarme y cuidar a la clientela”.

Lo invitaron a conciertos virtuales con varios artistas. Se transmitían en Facebook, “participé en dos, no quise más porque mi sentir en la música es conectar con la gente, transmitir sentimientos. Al no tener público no me daban ganas. Entré en una depresión musical. Abandoné mi instrumento”.

Lo recomendaron para tocar en fiestas privadas, “en Ocotlán canté en una boda, en una casa, los salones estaban cerrados, sin embargo, como músico no hubiera podido solventar mis gastos, mis deudas”.

En estos días lo empezaron a llamar, como en el restaurante Mamma Mía y otros lugares. “Nos dan para la gasolina, los dueños ocupan de pretexto la pandemia para pagar menos. Los músicos, en esta época, con tal de tener trabajo malbarataron. Hay compañeros muy buenos que están cobrando muy poco”; también aceptó un proyecto de Stand Up.

Todo comienza a tomar rumbo de nuevo, sus seguidores en Facebook e Instagram van a escucharlo a sus tocadas. “Me gustaría que mi familia no pierda la fe en mí. Es un camino nada fácil, con personas buenas y malas, pero no me daré por vencido nunca y no dejaré de hacer lo que más amo en esta vida… la música”.

 

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