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La muerte tiene color

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Una pandemia que parece no frenar. Germán trabaja en una funeraria, le han tocado muertes tras muertes por Covid-19. Tiene miedo y hasta ha pensado en renunciar. Reza para que pronto vuelva la normalidad

 

“Siempre hablo con ellos (los muertos) cuando trabajo. Les pido permiso. Disculpe, voy a levantarlo. Lo llevaré a casa. Su familia lo espera. Todo está bien”
Germán López
Empleado de una funeraria

 

Yolanda PEACH

 

Vivir entre los muertos no es fácil. Una tarea que Germán López respeta. Con la pandemia del Covid-19 su trabajo incrementó.

“No me favorece que siga la epidemia. Ojalá vuelva la normalidad. Antes también tenía trabajo, ahora es distinto”.

Encargado de una funeraria, a veces se siente mal visto. “El pueblo piensa que nos estamos enriqueciendo, que estamos ganando bien. El sueldo es el mismo. Me gustaría que valoren nuestra labor”.

 

CONVIVIR CON LA MUERTE

 

Trabajó, hace cinco años, en la funeraria La Divina Providencia. Limpiaba féretros, trapeaba, acomodaba ataúdes, el equipo de velaciones. Lo básico.

Seis meses después en la funeraria El Porvenir. “Ahí hice mi primera venta”. Su labor lo llevó a escalar posiciones y ser el encargado.

Muy de la mano con el Ministerio Público conoció de crímenes y otras muertes violentas. “Llevábamos lo esencial: Guantes y bolsa térmica”.

Recuerda en especial a un niño. 8 años. Testigos contaron que el papá salió de cacería con su hermano. Al volver dejaron las armas en la entrada. Los hijos de ambos jugaron a dispararse. El de 12 le tiró al pequeño. “Dos o tres veces soñé los rostros de las personas que levanté”.

Su quehacer es así. Trata de conservar al aplomo. No siempre se puede. La muerte de un seminarista lo quebró.

El joven iba en la carretera cuando se accidentó. Quedó atorado en la horqueta de un árbol. Su acompañante lo abandonó.

Con sus datos fue a buscar a su familia. Llegó en la mañana. Rezaban. “No sabía si hablarles. Eché el carro de reversa y me quité mi uniforme. Me acerqué a la casa y pregunté si ahí vivía”.

Salió la mamá. Al verlo le dijo que sabía realmente qué había sucedido. “Anoche tuve un sueño. Mi hijo falleció. No me vas a mentir”. Al escucharla sintió un nudo en la garganta. “¿Ves hijo? Tú eres de la funeraria. Mi hijo falleció. Anoche tuve un sueño y platiqué con él. Siempre llega temprano. Alguien me tenía que avisar. No te preocupes. Mi hijo está en un buen lugar”.

Los llevó al Ministerio Público. Al panteón donde le realizaron la necropsia. Llevó el cuerpo al lugar en el que lo velarían y no pudo evitar preguntarle a la señora si realmente era la mamá. Era la primera vez que veía a una madre tranquila. “No tengo por qué llorar. Dios me lo prestó y Dios tomó la decisión del tiempo que estaría entre nosotros”.

 

RESPETO AL SUEÑO ETERNO

 

Germán López, de 34 años, es originario de Sola de Vega. Aprendió a respetar a los muertos. “Siempre hablo con ellos cuando trabajo. Les pido permiso”.

Es cuidadoso si murió en forma violenta, un accidente o fuera del hogar. “Disculpe, voy a levantarlo. Lo llevaré a casa. Su familia lo espera. Todo está bien”. En contadas ocasiones les ha pedido a los deudos que también le hablen, “cuando los cuerpos se ponen pesados, al oír la voz de sus seres queridos ayudan con la tarea”.

Su papá murió hace dos años. Tenía 98 años. “No es lo mismo. No es como un levantamiento en mi trabajo. Verlo en el ataúd me llamó a reflexionar. A seguir tratando con mucho respeto a los muertos, con dignidad”.

A su mamá, de 74, le preocupa la pandemia. “Respeta mi trabajo, aunque le gustaría que me fuera a mi tierra en estos tiempos. Me llama frecuentemente”.

Al iniciar la Jornada Nacional de Sana Distancia por la pandemia del Coronavirus Covid-19 su vida cambió.

“Vivo cerca de la funeraria. Los turnos son largos. Trabajamos día y noche. Nos dan descanso día y medio por semana. Todos los días iba dos veces a casa, a almorzar y a comer”.

Ahora no se para por ahí. Se queda en la funeraria. “Como donde se pueda, los negocios de comida cerraron. A veces ni tiempo da porque hemos tenido mucho trabajo”, dice al admitir que su alimentación es deficiente.

Su rutina cambió. Cada semana vuelve a su casa. Antes de llegar, llama. En la entrada hay desinfectante, tapete para los pies. Va directo a bañarse con todo y ropa para lavarla. No deja que se le acerquen. “Al llegar mis hijos me abrazaban. Ahora no los dejo. Se siente feo. Es triste. No es lo mismo”.

 

EL COVID TIENE COLOR

 

Germán vive con su esposa, sus tres hijos, sus suegros y una abuelita. Cuida a todos y les da consejos para evitar que enfermen.

Día a día ha atendido muertes por Covid-19. No han parado. “A veces siento dolor de cabeza, creo que tengo fiebre o dolor de pecho… es por la impresión de que nos hablan de un muerto, al ratito ya hay otro”.

Intrigado, pregunta a los familiares cómo sucedió, “más que nada los síntomas, por cuidar a mi familia”.

Le sorprende la rapidez de las muertes. “El caso de un señor que una semana antes le dio fiebre. Tenía problemas para respirar. Agarró un mototaxi para ir a trabajar. Llovió y salió a barrer con el agua. Al otro día empezó a toser cuando le iban a dar de almorzar, en ese momento se desfalleció y murió. Le dije a mi familia que no salga al agua, lo que se moje, lo deje”.

Al inicio no creía en el coronavirus, “les platico a mis compañeros que nunca pensamos que pasaríamos por esto. Un giro enorme. Las medidas son diferentes. El traje nos cuesta de 800 a mil pesos y sólo se utiliza una vez. Se crema con el cuerpo. Nos desinfectamos a cada rato”.

Con cada tipo de muerte el cuerpo adquiere un color característico. El de Covid-19 es peculiar. “La piel blanca totalmente y sudorosa. Los labios morados”.

Hace dos o tres semanas fue a levantar a un hombre que murió en el transporte público. Reconoció el tono de piel. “Me impactó que los familiares no traían cubrebocas. Él iba camino a sacarse sus análisis para confirmar el Covid”.

Le ha pedido a la familia sea sincera. “Nos dicen que tenía diabetes, era hipertenso, tenía neumonía. No me ha tocado que digan que no tenía nada y de repente murió”.

Los lleva directo al crematorio. “Algunos familiares nos piden que consigamos el acta de defunción por otra causa para enterrarlos. No se puede. Salud tiene todo controlado. Si habían sacado cita en el laboratorio es probable Covid. Oficialía corrobora y si descubre un engaño, puede sancionar al médico”.

Su familia lo apoya. Hacen oración todas las noches. Dan gracias a Dios por otro día. “Espero que esto pase pronto”.

Cada que le llaman para avisarle de un muerto se pregunta si será Covid otra vez. “Cuando no, siento alivio”.

Hace unos días falleció uno en la Central de Abasto, “por fin tuvimos otro tipo de fallecimiento, ni probable ni Covid”.

Llegó a pensar en dejar el trabajo, por su familia. “Tengo mucho miedo. Rezo mucho porque ya termine esto”.

Sabe que no es fácil. “Nos tocó culminar. Dios nos puso en este trabajo”.

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