Los disturbios, bloqueos y atropellos que ha provocado la Sección 22 –que no la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación CNTE- a la ciudadanía de la capital del país, lo que ha despertado ya la exigencia del pueblo mexicano de que se detenga esta agresión a las instituciones y la aberrante conculcación del clima de libertades, no tiene otro fin más que uno: la provocación. La intromisión de grupos guerrilleros, radicales enquistados en el PRD y otros actores, buscan a toda costa mártires para atraer los reflectores mediáticos y enarbolar la bandera que siempre les ha otorgado resultados: la victimización. Al menos en Oaxaca, el magisterio siempre será el mártir de la libertad de expresión, con lo cual deviene de asesino en doliente.
El origen de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la CNTE, se remonta a principios de 1980. El objetivo de la disidencia fue demoler el cacicazgo autoritario de Carlos Jongitud Barrios, que después continuó, Elba Esther Gordillo. El charrismo sindical fue la bandera, era el fantasma que había que aplastar. Pero, por esas paradojas de la vida, el resultado fue peor. Se instaló una nueva dictadura, un poder fáctico, cimentado en la demagogia, en la orfandad de ideas, en el uso de cartabones anquilosados del socialismo, que terminó, al menos en la Sección 22, en una especie de Cártel que mantiene a sus correligionarios, bajo un esquema de terror, de premios y castigos y de complicidades.
Algunos pioneros del Movimiento Democrático de los Trabajadores de la Educación de Oaxaca (MDTEO), –aunque aquí la autocrítica es estigmatizada como charrismo- han lamentado el grado de perversidad, impunidad y podredumbre que ha alcanzado dicho movimiento. El viraje que dio el 28 de octubre de 1992, a un mes y días de que terminara el gobierno de Heladio Ramírez, cuando éste les entregó en bandeja de plata, el 90 por ciento de los niveles de mando en el Instituto Estatal de Educación Pública –el IEEPO- haciendo del llamado magisterio democrático, un binomio inexplicable en los cánones de la ley laboral: ser al mismo tiempo, trabajador y patrón.
Desde hace 33 años, la sociedad oaxaqueña ha tolerado sus excesos –y ahora los soportan, con más frustración que estoicismo, los habitantes de la capital del país-. Sin embargo, hay un parteaguas importante que es imposible soslayar: desde que el gobierno le entregó al Cártel 22 el control total del IEEPO, no hay poder alguno que la pueda detener. El Estado se ha mantenido materialmente doblegado a los designios de una secta parasitaria, que es quien dicta la política educativa.
Los titulares del IEEPO, con sus notables excepciones, han parecido más bien sus empleados que quienes asumen la responsabilidad de conducir la política educativa oficial. Nadie ignora la relación tortuosa que los dirigentes seccionales han mantenido con el gobierno en turno; una relación sostenida a base de sobornos, de cochupos y de tráfico de influencias. El pago de bonos y quincenas en el plantón, y la negativa a entregar la documentación a alumnos de la Sección 59, así lo demuestra.
La pregunta del por qué se han permitido tantos excesos, que subyacen en el fondo de nuestro gravísimo rezago educativo, un hecho bien documentado por organismos como “Mexicanos Primero”, sigue sonando en la conciencia colectiva. Y hay una respuesta: ha sido la complicidad de los gobiernos estatales, la apatía de las autoridades municipales y la abulia de los comités de padres de familia. El gobierno estatal se ha doblegado. Pero no puede decirse lo mismo de los municipios y padres de familia. Si éstos no tratan de salvaguardar la educación de sus hijos y la calidad de la misma, bien podremos seguir otros 33 años, paralizados por el miedo y en el fondo de la mediocridad y la ignorancia.