EDITORIAL
No sólo el Partido de la Revolución Democrática (PRD), Nueva Alianza (PANAL), Movimiento Ciudadano (MC) o Partido Verde Ecologista de México (PVEM), por decir cuatro, resultaron seriamente afectados por el triunfo arrollador del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y su guía moral, Andrés Manuel López Obrador, sino particularmente, el otrora poderoso e invencible, Partido Revolucionario Institucional (PRI). Éste recibió la derrota más espectacular que haya tenido desde su fundación en 1929. No se compara ni siquiera cuando perdió la presidencia de la República con Vicente Fox, en 2000 y el revire en 2006, con Felipe Calderón. No. Ésta fue una derrota aplastante, humillante e histórica.
A menos de 24 horas de trascender el espectacular triunfo de López Obrador con más de 30 millones de votos y la ubicación de José Antonio Meade, ex candidato de la coalición “Todos por México”, en un vergonzoso tercer sitio, con 9 millones de votos, la cúpula priista convocó a una reunión de emergencia, a la que asistieron los dirigentes de los sectores y los gobernadores emanados de dicho partido. En principio, como en los viejos tiempos, el líder nacional, René Juárez Cisneros, ratificó el apoyo al presidente Enrique Peña Nieto, principal responsable para millones de priistas, de la derrota. Luego arremetió en contra de los “carroñeros”, que salpicaban culpas. Su referencia era clara al ex gobernador Ulises Ruiz, quien fue desde que Enrique Ochoa Reza asumió la presidencia del tricolor, su principal crítico.
Es decir, emergió ya una disputa por los restos mortales de un tricolor que fue materialmente avasallado en todo el país, sub-representado tanto en la Cámara de Senadores como en la de Diputados y aún en los congresos locales, como es el caso de Oaxaca. Un análisis de la situación del PRI en este proceso dará muchas luces, sobre todo el error de haber llevado como candidato a la presidencia a Meade, que jamás se identificó con la camiseta tricolor. Fue siempre un candidato externo. En el estado –y se dijo una y otra vez- salvo el candidato al Senado, Raúl Bolaños Cacho Cué, ninguno (a) de los (as) candidatos (as) hizo una verdadera campaña de proselitismo. Se sabe que los recursos destinados a ello, fueron a parar a las cuentas personales. Es decir, el derrotismo asomó a la puerta desde antes de las campañas.
Otro de los factores de la aplastante derrota fue la falta de estrategias con los comités municipales y distritales. Desde la presidencia de Germán Espinosa Santibáñez, se notó la falta de trabajo político con las bases. Se advertía como una imposición atípica, dado que el aludido había laborado en el régimen de Gabino Cué. El cambio en la dirigencia por Jorge González Ilescas, al igual que el que se dio en el CEN del PRI, de René Juárez por Enrique Ochoa Reza, fue a destiempo. El daño ya estaba hecho. Vendría después el rejuego para la designación de candidatos en donde muchos se sintieron burlados. No fueron tomados en cuenta nuevos cuadros. Se echó mano de los mismos de siempre. De los candidatos a diputados federales no se hizo uno (a). Varios de ellos encontraron la fórmula perfecta: andar de cola de Bolaños Cacho Cué, que sí le caminó e hizo una campaña “a ras de tierra” –como dijo él mismo-.
¿Habrá una refundación del vapuleado tricolor? Es posible. Pero la misma tendrá que provenir de las bases y no de las cúpulas, ya minadas por la edad o los vicios; las mañas o las cofradías. De llevarse a cabo debe resultar un partido renovado, en donde los “dinos” ya no tendrán cabida.