Martín MORENO/Excélsior
Tenía cosas que ninguno más: ropa extra para el frío. No se nos vaya a resfriar el señor.
Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, no era un interno más en el penal del Altiplano. Tenía privilegios como nadie, rodeado de reos poderosos, temibles. Ninguno reclamó la discriminación. El silencio, factor de complicidad desde dentro y fuera, fue aliado indudable en la fuga.
Hoy sabemos que El Chapo no era tratado igual que todos. ¡No, qué va!
Los presos andaban pelones… menos El Chapo.
Su brazalete no funcionaba correctamente. Inadmisible. ¡Y hasta ahora lo dicen!
El Chapo tenía en su celda, la número 20, cosas que ninguno más: desde televisión —legal, cierto, pero casi imposible de obtener permiso para ingresarla—, un radio AM y FM, zapatos y ropa extra para el frío. No se nos vaya a resfriar el señor. Enseres de alto riesgo para una prisión de “máxima seguridad”. El Chapo Guzmán decidía —como si fuera hotel— si sus alimentos los tomaba en la celda o en el área del comedor. Nada más faltaba que le preguntaran si pastel o helado como postre.
Los abogados del Chapo Guzmán entraban hasta el límite del horario permitido —las 18:00 horas— e ingresaban y salían hasta en cuatro ocasiones al día.
Todo al gusto del Chapo.
Y eso que era prisión de “máxima seguridad”. ¡Ay, ajá!
“El penal del Altiplano es un recinto cerrado, un espacio que está blindado, es imposible penetrarlo, yo sé cómo está… es inviolable. Pero es inviolable la instalación, no las personas. Desgraciadamente, hay mucha corrupción”, asegura Jorge Carrillo Olea, exdirector del Cisen. Sabe y conoce, sin duda, lo que dice.
Pasan las horas y brotan las negligencias.
“En la fuga del Chapo Guzmán, por corrupción o negligencia, fallaron los micrófonos de alta fidelidad en las celdas, los detectores de metales y frecuencias, así como la revisión de muros, baños y pisos que realiza un grupo especial hasta tres veces por semana” (Reforma. Abel Barajas. 16/VII/2015).
Los testimonios que a ese diario ofrece Miguel Colorado, exjefe de Inteligencia de la SEIDO, preso durante seis años en El Altiplano por la “Operación Limpieza” y ya absuelto, son más que preocupantes. Son indignantes. Alarmantes. Y toman relevancia para conocer, con más precisión, el entorno dentro del cual se fugó El Chapo Guzmán:
Habla Colorado: “Si El Chapo tuvo ‘zonas muertas’ para las cámaras y no escucharon nada cuando cincelaban la losa de la regadera (por donde escapó), fue porque así lo decidieron los funcionarios.
“Había un seguimiento especial, se colocaban más micrófonos, los que tenían las cámaras eran muy buenos. Alguna vez yo le dije a un compañero que me sentía mal y en 30 segundos llegó un custodio para preguntarme de qué estaba quejándome, me había escuchado. Todo escuchaban.
Raúl Salinas de Gortari, uno de los pillos que purgó condena en El Altiplano (cuando era Almoloya), confió alguna vez que los vigilaban las 24 horas del día, sin cesar, y que era imposible que se perdieran de vista a los ojos de los guardias y vigilantes. Para volverse loco, decía el hermano incómodo. Tal vez por ese catálogo de atenciones que se le dispensó a El Chapo Guzmán dentro del penal, pueda explicarse ahora el dato duro que cimbra: el tiempo que transcurrió para dar aviso de la fuga del Chapo Guzmán.
Según reveló la diputada Adriana González Carrillo, fue el comisionado nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, quien aseguró que discurrieron 20 minutos para avisar de la evasión. Sin embargo, los videos exhibidos por la propia autoridad muestran que, en realidad, pasaron dos horas con tres minutos para que sonara la alerta de fuga. Mucho tiempo.
Tiempo suficiente para que el reo 3578 se hubiera fugado y alejado.
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