Pascal BELTRÁN DEL RÍO/Excélsior
Las elecciones del domingo pasado parecen presagiar una tormenta para la partidocracia, así como las de 1997 anunciaban el fin de la era del partido único.
En aquel año, el PRI perdió, por primera vez en su historia, la mayoría en la Cámara de Diputados, y de igual modo el control político de la capital del país y la gubernatura de Nuevo León.
En seis años, la votación del PRI para diputados federales pasó de 58% a 48 por ciento. A partir de ese año, el partido de Estado, que comenzaba a dejar de serlo, tuvo que compartir el poder con la oposición.
Después de décadas de recoger migajas, la izquierda y la derecha entraron en el club del poder y se sentaron a la mesa del banquete, al que antes sólo estaba invitado el PRI. Con ello, empezaron a desarrollar muchos de los vicios por los que, antes de ese año, sólo fueron conocidos los priistas.
Ese ciclo de 18 años –en que el PAN tuvo la Presidencia de la República por dos sexenios y ha gobernado un total de 13 estados, y el PRD, ocho entidades, incluido el DF– parece estarse cerrando
Entre la elección intermedia de 2009 y la del domingo pasado, los tres principales partidos políticos del país perdieron, juntos, 16 puntos de votación. De los 77 que tuvieron aquella vez, pasaron a 61.
Y así como la pérdida priista de 1991-1997 fue capturada mayoritariamente por el PAN y el PRD, los puntos que esta vez se le escaparon a la partidocracia fueron a dar a fuerzas políticas menores o emergentes, a la par que a candidatos independientes.
Por la rendija que el PRI abrió a mediados de los años 90 se colaron muchos de los personajes que dominarían la política durante los siguientes 20 años.
El panista Vicente Fox pasó de ganar en 1995 la gubernatura de Guanajuato –que le habían escamoteado cuatro años antes– a lanzar su candidatura presidencial en 1997, un día después de las elecciones, y conquistar Los Pinos en 2000.
Igual que en 1997, el PRI perdió la gubernatura de Nuevo León. Aquella vez fue con el PAN, y ahora con un candidato independiente, Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, que, casualmente, mucho hace recordar a Fox.
Ya lo he comentado en este espacio: la rendija que la partidocracia abrió a las candidaturas independientes en la Reforma Política de 2012, se ha convertido en un portón.
Hay que decir que la concesión no pretendía tal cosa sino liberar un poco de presión política. Pero, a pesar de las restricciones impuestas a los aspirantes sin partido, éstos aprovecharon las nuevas condiciones para ganar una gubernatura, dos diputaciones (una local y una federal) y varias alcaldías, incluida la de una capital estatal.
No soy adivino, pero creo que las candidaturas independientes llegaron para quedarse y significarán un cambio en la política mexicana.
Ese cambio puede ser profundo… pero dependerá de que quienes aprovechen esas candidaturas para llegar a cargos de elección no se mimeticen con sus antiguos rivales, como lo hicieron el PAN y el PRD después de 1997.
No olvidemos que los candidatos independientes son personas de carne y hueso, tan propensas a vicios como sus pares de los partidos.
Eso me lleva a otra reflexión que he hecho aquí: el verdadero cambio está en la participación de la sociedad en la cosa pública, más allá de ir a votar.
En 1997, millones de mexicanos ejercieron su voto. La participación fue de 57% en esa elección. Los resultados de los comicios tuvieron efectos muy importantes sobre la democracia. Implicaron un cambio en la distribución del poder.
Sin embargo, hace falta una autocrítica colectiva sobre los 18 años que han pasado desde entonces. Quizá pensamos, como sociedad, que con eso bastaba para lograr transformaciones que añorábamos.
Creímos que el voto libre resolvería todos los problemas. En realidad, sólo era el principio de la solución. Y en el relajamiento de la participación ciudadana llevamos la penitencia.
Si ahora se abre una nueva oportunidad, ojalá seamos capaces de aprovecharla cabalmente. Si dejamos sueltos a los independientes, no podremos esperar mejores resultados.
