José Elías ROMERO APIS/Excélsior
La elección de Nuevo León obliga a meditaciones. La lectura de los números nos dice que fue una arrasadora decisión de las masas. La observación de los hechos nos anuncia que fue una intrincada trama de las élites. He escuchado, aunque no me consta, que el ahora gobernador electo fue un militante priista que, en su partido, no daba el perfil suficiente para obtener la candidatura. Ello lo llevó a la defección y a la búsqueda de su destino independiente.
Por otra parte, también se dice que los capitalistas regiomontanos ya estaban cansados de la gobernanza priista y decepcionados de la ingobernanza panista. No dudo ni lo uno ni lo otro. Pero, además, pudieron estar chípiles con que, tanto el PRI como el PAN, ya no les piden su bendición para la postulación de sus candidatos, como sucedía antaño.
Así se encontraron los descontentos de todos. El resto es historia bien sabida. Jaime Heliodoro Rodríguez fue candidato independiente, estuvo bien apoyado, venció con más votos que todos sus adversarios juntos y hoy es el primer gobernador electo por la vía apartidista.
Hablábamos de los números. Ellos confirman la presencia de un electorado que ya no pudo creer en los partidos. Que se instaló en la convicción de que son organizaciones desleales, mentirosas, ambiciosas, onerosas, deshonestas, tramposas, convenencieras, indolentes e innecesarias. Que ellos son los culpables de la perturbación del quehacer público y de la contaminación del ejercicio político. Ese voto de censura fue una rebelión de las masas. Pero, por otra parte, he escuchado que la aristocracia regia vio el perfil de una opción viable y “cachó” al decepcionado Bronco. No sé si lo entrenó. No sé si lo capacitó. No sé si lo financió. No sé si lo dirigió. No sé si lo inventó. Lo cierto es que, de ser así, estaríamos en presencia de una rebelión de las élites.
Dos libros, ahora clásicos, vienen a mi memoria sobre estas ideas. Uno de ellos, La rebelión de las masas, de José Ortega y Gasset. El otro, La rebelión de atlas, de Ayn Rand. Después de recordarlos me asalta un dilema temible. Si El Bronco es un fenómeno espontáneo, circunstancial y eventual resulta terrible. Pero, si El Bronco es un proyecto logístico, programado y meditado, entonces resulta aterrador. Esto es comparable con aquellas leyendas urbanas que surgieron en las sobremesas, después del S-11. Si esa masacre fue la idea concebida y desarrollada por Bin Laden, produce un miedo extremo. Pero, por el contrario, si no fue una hechura de Bin Laden, entonces resulta algo de terror pánico.
Así es nuestro tema. Si Jaime Heliodoro es nada más lo que se ve, hasta allí llegó y hasta allá se queda. Pero si no es lo que se ve, entonces esto seguirá y crecerá, aunque cambie de nombre y de perfil. Quizá venga uno no tan bronco sino más refinado. Con posgrados. Con prestigios. Y con propuestas.
Twitter: @jeromeroapis
No estoy en contra de las rebeliones por sí mismas. Muchas han sido las que ponen orden en un mundo caótico. Algunas, promovidas por las élites como la francesa, la estadunidense y la mexicana. Otras, impulsadas por las masas, como la rusa y la china. En todas, el motor fue el dinero. En las de masas, la insuficiencia de los salarios y la inclemencia de los precios. En las de élites, la insuficiencia de los réditos y la inclemencia de los impuestos. Tampoco estoy en contra de las candidaturas independientes. Desde hace mucho las he abrazado como una alternativa que puede ser provechosa aunque peligrosa. En 2006 fui abogado y asesor de Víctor González Torres, candidato independiente a la Presidencia de la República.
Creo que el péndulo del partidismo se ha movido debido a siete causas. Primera, que se está gestando un deseo ciudadano creciente de participación política sin participación partidista. Segunda, que cada vez resultan menos atractivas, para el ciudadano común, las postulaciones electorales de los partidos tradicionales. Tercera, que las próximas elecciones no las ganarán partidos sino candidatos, con o sin partido. Cuarta, que la real contienda política mexicana ya no es tanto una contienda de partidos sino una contienda de fuerzas. Quinta, que las organizaciones pequeñas participan en condiciones más cómodas que los grandes partidos. Sexta, que la disciplina y el liderazgo, como base de la cohesión partidista, están de “capa caída”. Séptima, que ya se abrió el apetito por gobernar sin militancia de partido.
Estrictamente sigo siendo un revolucionario como lo era cuando fui un joven. Sigo creyendo que muchas revoluciones fueron para el bien de sus respectivos países y hasta para el bien global. Me gusta seguir creyendo que las penumbras son transitorias. Aunque siempre me esforcé por estar en la realidad, por fortuna mi maduración no ha sido completa y mi realismo no ha logrado derrotar del todo a mi idealismo.