EDITORIAL
El domingo pasado se llevó a cabo la jornada electoral 2018. Uno de los procesos más competidos y participativos de la historia política del México contemporáneo. Por primera vez se llevan a cabo elecciones concurrentes, en donde al mismo tiempo que se eligió Presidente de la República se eligieron también senadores, diputados federales, locales y presidentes municipales, además de que, en algunos estados del país hubo elección de gobernadores. Fue, por tanto, un proceso más complejo que cualquiera. Según las expectativas del árbitro, el Instituto Nacional Electoral (INE), ésta habría de ser la madre de todas las elecciones, justamente con su alto grado de competitividad y participación ciudadana.
Sin embargo, fueron –a juicio de miles de ciudadanos- las elecciones más largas de la historia y las más extenuantes. Primero fueron los procesos internos para la selección de candidatos; luego vendrían las precampañas, más tarde las inter-campañas –un fenómeno inédito en este proceso- y, finalmente, las campañas formales. Los órganos jurisdiccionales como el Tribunal Estatal Electoral (TEEO) y su contraparte a nivel nacional, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), tanto en la Sala Regional de Xalapa como en la Sala Superior, no han terminado de resolver los litigios, impugnaciones y demás. Es más, el tiempo se vino encima y hubo algunos que lograron laudos a su favor pero no fueron quienes figuraron en las boletas electorales, confundiendo más al elector.
La semana pasada terminaron las campañas. Los cierres fueron parte del entorno mediático. Quien no cumpliera con el calendario electoral podría bien atenerse a las consecuencias. Y el ciudadano común que sólo vota recibió una especie de bocanada de oxígeno. Al fin entraría un impasse para reflexionar el voto, razonarlo, dejar atrás la euforia triunfalista de las encuestas y sumergirse en la frialdad de los resultados de las urnas. El conteo de votos y la operación del Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) que, como se anunció con antelación, en Oaxaca operó más tarde que a nivel nacional, justamente por la dispersión geográfica y la falta de comunicaciones carreteras y demás. El Instituto Estatal Electoral y de Participación Ciudadana (IEEPCO), operó en muchos sentidos en la forma tradicional: la entrega de paquetes y actas a los consejos distritales.
Como mucho se dijo, en esta elección no sólo se jugó el triunfo o la derrota de tal o cual candidato, sino asimismo el futuro del país. Hay quienes piensan que México es mucho más grande que un proceso electoral; que una presidencia del país. Es cierto, hay ciertos temores de que las cosas no funcionen y que el país pueda sumergirse en escenarios de violencia. El riesgo del arribo del populismo ha seguido lacerando a los mexicanos. Pero luego de la jornada del domingo, esos fantasmas parecen extinguirse. Sin embargo, los llamados a los aspirantes que no lograron el voto mayoritario es que acepten los resultados y así lo hicieron. Como en todo proceso democrático se gana o se pierde por un voto o por cien mil.
Con el proceso del domingo terminaron también las jornadas extenuantes de publicidad, entrevistas, encuestas y toda una faramalla de situaciones que llevaron a la ciudadanía al borde del hartazgo. Siempre anticipamos que la civilidad debería ser la guía para este proceso. No debe ser objeto de fracturas, división y encono entre todos los mexicanos. No hay que olvidar que éstas fueron asimismo las campañas del odio y el terror. Jamás se habían dado tantos candidatos muertos en un proceso.
