EDITORIAL
México está viviendo momentos históricos, que no tienen parangón salvo con los que vivió a mediados del Siglo XIX, con la intervención extranjera o a principios del XX, con las constantes amenazas de los gringos. El efecto Trump y la forma humillante de referirse a nuestro país; de ubicarnos con calificativos ofensivos y como el patio trasero del imperio, ha despertado como nunca, un sentimiento de amor a México. Han vuelto a la conciencia colectiva la pasión por lo nuestro; nuestros valores; los símbolos que nos dan identidad. La construcción de un muro fronterizo y el trato despectivo hacia nosotros, ha concitado incluso, de la misma prensa norteamericana, un apoyo solidario. Solo la semana pasada, The Washington Post, The New York Times, The Boston Globe, US Today, The Baltimore Sun, The Wall Street Journal, The New Yorker, entre otros, criticaron en sus editoriales la actitud segregacionista de Trump.
Hace un par de semanas, el diario español El País, llamó a los países de Europa a solidarizarse con México y algunos mexicanos notables, como el magnate Carlos Slim, enfático sostuvo que no hay que dejarse intimidar por las amenazas de Trump. México tiene mucho que sacar de esta situación de crisis. Es importante subrayar, lo que muchos mexicanos hemos seguido en las redes sociales: la gran simpatía que ha concitado nuestro país en el mundo. En este entorno y en virtud de las medidas extremas anti-religiosas, han puesto a los Estados Unidos, de nueva cuenta, en el escaparate del odio del mundo occidental y la amenaza de acciones de venganza que nadie, absolutamente nadie, quisiera que revivieran. Los mismos aliados, como Canadá o Alemania, le han dado la espalda. La construcción de muros en lugar de puentes para la comunicación entre los países, es el duro revire que le han asestado al fascista que gobierna la Unión Americana.
Sin embargo, no son tiempos de victimizarse y rasgarnos las vestiduras; de asumirnos como inocentes reses ante los embates de un carnicero o villano fascista. Es tiempo de unidad; de volver a reivindicar nuestro amor por México; por nuestros símbolos nacionales. Debemos responder a las agresiones verbales, de manera inteligente y creativa; decisiva y con valentía. El mercado mexicano está inundado de chatarra; de productos que han desplazado nuestra dieta tradicional; de basura. Ante el inminente abandono del Tratado de Libre Comercio, debemos emprender el camino para recuperar lo nuestro. Revertir nuestros hábitos alimenticios y consumir lo nuestro.
Todo ello requiere asimismo, un cambio de paradigmas, en la que políticos, gobernantes, partidos, sindicatos, legisladores, empresarios y otros, cambien de actitud. Muchos –aunque hay excepciones- llevan tatuada en la frente, el estigma de la corrupción; de la banalidad y la mediocridad. Son tiempos de unidad, pero también de reconsiderar lo que hemos hecho hasta hoy y lo que debemos hacer para labrar un futuro mejor para México. En la demagogia gubernamental son tiempos de cambio y sacrificio; de apretarse el cinturón y evitar gastos suntuarios. Pero eso no aplica para todos. Hay una casta privilegiada que se despacha a sí misma con la cuchara grande. Para diputados federales, senadores y diputados locales, y sobre todo para los sindicatos, la austeridad es letra muerta. No aplica. Ellos siguen con sus jugosos salarios y prestaciones. No han tomado consciencia de que o cambiamos o a todos nos llevará el tren. En tanto México siga arrastrando esos latres perniciosos, seguiremos como hasta hoy, agachados y a la defensiva de las grandes potencias.