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Un día sin soldados

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Pascal BELTRÁN DEL RÍO/Excélsior

El general Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa Nacional, no se anda por las ramas.

Hace ya casi un año, en un encuentro con estudiantes universitarios, Cienfuegos afirmó en público lo que muchos militares piensan, pero ninguno se había atrevido a decir: no está bien que los soldados estén dedicados a tareas de seguridad pública, porque no están para eso, pero la situación es irremediable mientras esas sean sus órdenes.

Formado en la más estricta doctrina militar, Cienfuegos dijo esa vez, sin ambages, que desearía que las Fuerzas Armadas fuesen relevadas de ese asunto. Con valentía afirmó que era un error haberlas involucrado. Y agregó, sin matiz alguno, que la lealtad a las instituciones le impone obediencia.

En la entrevista profunda que le dio a mi colega y compañero de páginas Jorge Fernández Menéndez, el secretario de la Defensa Nacional se explayó en sus opiniones sobre la participación del Ejército en la lucha contra la delincuencia.

“Si me ordenan que mañana, a las seis de la mañana, no haya un soldado en las calles, no habría en las calles un solo soldado”, afirmó. Sin embargo, advirtió que una situación así asemejaría el guión de la película Un día sin mexicanos.

El parangón es clarísimo: en Estados Unidos muchas voces conservadoras –recientemente, Donald Trump– hablan de las calamidades que representan los migrantes mexicanos. Para hacerlos entrar en razón, no hace falta sino pedirles que imaginen el día en que los mexicanos dejen de aportar lo que aportan a la economía de aquel país.

Pidámosle ahora a quienes permanentemente despotrican contra las Fuerzas Armadas –animados por un pensamiento sacado de la Guerra Fría y los tiempos del autoritarismo mexicano– que imaginen un día sin soldados ni marinos en las calles.

Para comenzar, habría municipios donde el mismo tránsito vehicular sería un caos. Porque a eso ha llegado la indolencia de las autoridades locales que, cómodamente han renunciado a hacer las labores de seguridad pública y hasta de vialidad que les tocan porque es fastidioso y arriesgado para su imagen.

La verdad es que las Fuerzas Armadas han sido colocadas en el peor de los mundos: puestas a realizar tareas para las que no estaban preparadas, han sido sometidas a críticas generalizadoras, que ni distinguen entre la acción de un soldado y la responsabilidad de la institución, ni ponen en la balanza los logros obtenidos versus los errores cometidos por el Ejército y la Marina en estas tareas.

Esa falta de equilibrio, incluso, la vemos a nivel internacional, particularmente en Estados Unidos, donde algunas voces pasaron de criticar que los militares mexicanos no se involucraran suficientemente en la lucha contra el crimen organizado a señalarlos como consuetudinarios violadores de derechos humanos.

Para evitar la confusión diré lo obvio: yo, como debe hacer cualquiera que cree en el Estado de derecho, estoy en contra de que la lucha de las instituciones contra los delincuentes atropelle garantías individuales, pero lamento que la presunción de inocencia que se obsequia a los presuntos criminales casi nunca se otorgue a los militares y policías que arriesgan su vida combatiéndolos.

Bien hace Cienfuegos en señalar lo absurdo y peligroso que resulta el que las reacciones públicas sobre la muerte de presuntos delincuentes siempre sean más estruendosas que aquellas que se refieren al fallecimiento de policías y soldados que procuran el cumplimiento de la ley.

Lo acabamos de ver con los hechos de Villa Purificación, Jalisco, donde los criminales derribaron un helicóptero militar, y El rancho del Sol, en Tanhuato, Michoacán, donde, sin prueba alguna, se afirmó que se había tratado de una ejecución masiva.

Ese peor de los mundos en el que se ha colocado a las Fuerzas Armadas –y contra el que ha alzado su voz, sin perder su lealtad el general secretario– incluye la ausencia de un marco jurídico que regule la actuación de los militares en esas tareas.

A ver si ya atienden esta deuda los legisladores, a quienes casi siempre los vemos preocupados por sus asuntos personales y de partido por encima de aquellos que resultan urgentes al país.

 

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