EDITORIAL
En estos días se darán otras renuncias más de miembros del gabinete de Alejandro Murat, quienes, se presume, optarán por candidaturas de elección popular. Ya se han dado varias la semana anteriores, que fueron sólo ajustes. La cuestión electoral sirve, adicionalmente, como una pantalla para cuidar la salida de aquellos o aquellas que en las tareas del gabinete estatal de plano no dieron el ancho. Sin embargo, los hay que están más que apuntados en las listas de prospectos (as) a las tareas partidistas y, de ser posible, hacer su mejor papel ante el complicado escenario que se presenta en contra del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y de la coalición “Juntos por Oaxaca”, que conforman junto con el PVEM y el Partido Nueva Alianza (Panal).
Desde hace al menos doce años, el PRI ha padecido las peores derrotas electorales y alguien lo atribuye a la aparición en la boleta, de Andrés Manuel López Obrador. En 2006 el triunfo del PRD y de los partidos adláteres –aún no existía el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), de nuevo cuño- fue contundente. En pleno período priista, cuando Oaxaca era gobernada por Ulises Ruiz, que acuñó el término de “territorio priista”, el tricolor fue objeto de una aplastante derrota. Es posible que ello se haya debido a la inercia del movimiento político y social que vivimos en ese año, cuando grupos, maestros y organizaciones sociales se volcaron en contra del gobierno estatal, haya influido para ese escenario tan adverso.
El fenómeno se repitió en 2012. De nueva cuenta el tabasqueño figuró en la boleta electoral. La derrota del PRI fue más demoledora que seis años antes. El PRI perdió las dos posiciones en el Senado de la República y sólo obtuvo un distrito electoral de los once que entonces comprendía la nomenclatura estatal. Es decir, resulta hasta extraño que la figura de AMLO genere tantos descalabros para el partido que aún detenta el poder público a nivel nacional. El escenario pues, para el PRI y la coalición “Juntos por Oaxaca” no se anticipa fácil, sino muy adverso, habida cuenta del activismo político que despliega el magisterio y más de trescientas organizaciones sociales que viven de la dádiva priista, eso sí, pero ante sus bases los dirigentes simulan estar en contra.
Las precampañas para la Presidencia de la República lo único que han logrado hasta la fecha es alentar más el hartazgo ciudadano y el desencanto electoral. Se trata de una guerra de descalificaciones, denuestos y diatribas que en poco contribuyen a alentar un proceso electoral en donde prevalezca la madurez, la civilidad y la tolerancia. Los promotores e impulsores de las precampañas presidenciales han confundido el camino. No es con ataques sistemáticos como habrán de alentar la participación ciudadana. Lejos de llamar a la civilidad, el árbitro de la contienda, el Instituto Nacional Electoral (INE), se han mantenido al margen, dejando hacer y dejando pasar.
El proceso que viene pues, no será uno más en Oaxaca, en donde se ha incubado odios y encono, alentado por maestros de la Sección 22 y grupos aliados. He ahí el por qué partidos y coaliciones deben designar a sus mejores cuadros y no a viejos especímenes que pueden ser objeto de impugnaciones y ataques sistemáticos. El PRI al menos, debe echar mano de sus mejores cuadros y no de las mismas caras, hoy acartonadas y viejas, que sólo dejan una imagen deplorable de un partido que hoy está en el ojo del huracán por las torpezas presidenciales.