Alfredo RÍOS CAMARENA
La reciente reunión del G20 tuvo como elementos discordantes la posición proteccionista de Estados Unidos y su infausta decisión de salirse del Tratado de París; los temas fueron los que suelen darse en estas reuniones: comercio internacional, migración, medio ambiente y terrorismo. En términos generales, las conclusiones multilaterales fueron las esperadas.
Sin embargo, llamaron poderosamente la atención las reuniones bilaterales de jefes de Estado, particularmente las que sostuvo Donald Trump; con Rusia trató el delicado asunto de la guerra en Siria y las acciones que se han emprendido en la península de Crimea; con el premier chino, Xi Jinping, el tema fue básicamente la actitud de Corea del Norte y sus experimentos nucleares y, también, la transacción de armas que realizó con la vieja China nacionalista por más de 1,600 millones de dólares; con México —tal como lo pronosticó el canciller Videgaray— no hubo sorpresas y simplemente se refrendaron los temas bilaterales sobre migración, seguridad y, desde luego, la revisión del TLCAN; claro que no faltó el pelo en la sopa: Trump murmuró la palabra “absolutamente” para referirse a la loca y absurda insistencia de que México pague el muro; por cierto, la Cámara de Representantes ya aprobó los fondos solicitados para este ominoso proyecto. Tampoco faltaron las anécdotas absurdas del presidente estadounidense que sentó a su hija en su lugar y días después elogió la trasparencia de su hijo mayor Donald, de quien, por cierto, ya se demostró su relación con una abogada rusa con el fin de dañar la candidatura de Hillary Clinton. En síntesis, estos fueron los temas que llamaron la atención de la prensa.
No obstante, habrá que preguntarnos por qué miles de jóvenes —como en todas las reuniones de este carácter— salieron a las calles en un acto de audacia y de valor para oponerse a la reunión; por qué arriesgaron su seguridad, y hasta su propia vida, para enfrentar a un escalón más del desarrollo de la política neoliberal.
En efecto, en Génova, en Cancún, en Washington y prácticamente en todo el planeta, se han revelado miles y miles de personas, a las que ha afectado gravemente la terrible brecha de la desigualdad y la pobreza; por eso recibieron a sus ilustres visitantes con cartelones que proclamaron la frase “Bienvenidos al Infierno”, porque, efectivamente, el mundo se ha convertido en un caos por la absurda concentración de la riqueza que ha generado el exacerbando modelo capitalista neoliberal; las oportunidades se han cerrado y el futuro se ve incierto, cuando solo unos cuantos acaparan la riqueza mundial, amparados en la estructura de las grandes empresas transnacionales como los bancos e instituciones financieras, las industrias bélica, alimentaria, energética o química y, desde luego, los grandes medios de comunicación masiva que se han dedicado, una y otra vez, a desorientar la opinión pública, vendándole los ojos a la sociedad, haciéndoles creer que el mundo camina bien y que nuestro rumbo a la prosperidad es colectivo.
