Ana PAULA ORDORICA/Excélsior
Resulta frustrante ver que tenemos todo para despegar y ser mejores, y simplemente nos convertimos en nuestros propios enemigos.
El semanario The Economist nos dedica su portada. Lo hace como referencia al Mexican Moment, pero no como una etapa de fiesta y abundancia. Lo hace tomando en cuenta a México como ejemplo de lo difícil que resulta para un país en vías de desarrollo, despegar en términos económicos, lograr prosperidad para la población, la cual se traduzca en mejores niveles de vida.
Los dos Méxicos, lo llama el semanario. Y se refiere a la combinación de modernidad y pobreza de nuestro país.
A pesar de que somos socios y vecinos de la economía más importante del mundo; aun cuando hemos logrado que nuestra economía no dependa del petróleo como sucedió durante tantos años, al grado que nos hemos convertido en el segundo exportador más importante del mundo de automóviles, después de Alemania, Japón y Corea del Sur, seguimos siendo un país de pobres.
Tenemos un sistema político bastante estable y predecible, así como manejo de la macroeconomía impecable. Y la gran pregunta es, ¿de qué nos ha servido ser tan ortodoxos en lo económico? Creímos que eso nos iba a generar una situación parecida a la de Taiwán o Corea del Sur, pero no.
Ambos países hicieron la tarea desde hace dos décadas con un ingrediente que a México le falta: cumplimiento del Estado de derecho. Y, por ello, The Economist arranca el artículo sobre México con una cita del exministro de finanzas y exprimer ministro Británico, Gordon Brown: “Para establecer un Estado de derecho firme, los primeros cinco siglos son los complicados”.
Vaya que lo están siendo en nuestro caso. Cumplir las reglas de la ortodoxia macroeconómica está mostrando ser una condición necesaria, mas no suficiente. Nos falta ser igual de rudos, de estrictos en otros rubros.
Queremos crecer, pero no invertimos en infraestructura. Y no por falta de dinero ni de proyectos. Por la corrupción que hay desde la licitación hasta su construcción… cuando, efectivamente, se construye. Esta semana nos enteramos del dineral etiquetado desde la Cámara de Diputados para proyectos de infraestructura y espacios recreativos en todo el país. Proyectos que se vieron truncados porque fueron, precisamente, esos recursos los que se desviaron vía los moches legislativos.
Entre 10 y 30 millones de pesos por diputado podían etiquetarlos como querían y, además, cobrar su moche de 10% con destino directo a su bolsillo. Tan sólo en este año estaban etiquetados en la Cámara cinco mil millones de pesos para utilizarse en pavimentación; dos mil 237 para cultura y tres mil 420 millones para infraestructura deportiva.
¡Imagino lo bien que estaríamos si tan sólo ese dinero se hubiese utilizado para estos fines realmente!
Ya sé que parezco disco rayado hablando de la corrupción y el Estado de derecho, pero es que resulta tan frustrante ver que tenemos todo para despegar y ser mejores, y simplemente nos convertimos en nuestros propios enemigos, con cuenta no solamente para la mitad de la población que vive en una pobreza y situación inaceptable, sino para todos. Porque a todos nos cuesta y nos afecta la inseguridad y el subdesarrollo en el que vivimos.
Esperemos que no tengan que pasar cinco siglos para lograr este añorado Estado de derecho, como irónicamente mencionaba Gordon Brown.
Twitter: @AnaPOrdorica