EDITORIAL
Tal vez muy pocos entiendan lo que significa que nuestra capital oaxaqueña sea hoy en día –y desde 1987- catalogada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Tampoco entienden tal vez que desde la década de los 50 del Siglo XX, haya sido considerada “Lugar se sitios y monumentos”, por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), pues tiene hoy mismo centenas de casonas catalogadas que hacen a la Ciudad de Oaxaca una de las más bellas no sólo de México sino de Latinoamérica y del mundo. La muestra está en que publicaciones tan prestigiosas como Travel&Leisure, le hayan dado esa distinción.
Lo más que se ha escuchado al respecto es que el reconocimiento del organismo internacional le puede ser retirado ante el grave deterioro que ha sufrido su arquitectura original y el descuido que presenta hoy en día. Pero ni el actual gobierno municipal ni el anterior, han tomado conciencia del gravísimo daño que ha padecido la capital, con el comercio en la vía pública. Es impresionante el deterioro de las losetas de cantera del zócalo; el espectáculo tan deprimente que representan cientos de puestos ambulantes diseminados por las principales calles de nuestro Centro Histórico. Es más, el crecimiento de este problema social se ha dado sin precedentes, habida cuenta de la complicidad de las autoridades con los grupos y organizaciones que detentan el control.
A finales del bienio del ex edil José Antonio Hernández Fraguas, se difundió una medida que si bien representaba un avance en el control del comercio informal, al final resultó un fiasco: los “miércoles sin ambulantes”.