Por Roberto López Rosado*
Nadie que se ufane de amar a este país puede estar celebrando lo que ha venido ocurriendo las últimas semanas, y no sólo en estos días sino desde ya hace un buen rato, es decir, desde, al menos, en los dos sexenios panistas y lo que va de la administración del presidente Enrique Peña Nieto. Nadie pero nadie puede festejar que a la administración priista le esté yendo mal.
¿Quién puede decir “qué bueno” por lo sucedido en Ayotzinapa donde desaparecieron 43 estudiantes normalistas? ¿Quién puede festejar la masacre perpetrada por algunos elementos del ejército en Tlatlaya, Estado de México argumentando que con las ejecuciones le va ir mal al gobierno de Peña? Nadie, seguramente nadie, porque al final la más perjudicada es la población.
Lamentablemente el gobierno priista no ha querido reconocer que México vive una crisis de sus instituciones. La Junta de Coordinación Política (Jucopo) de la Cámara de Diputados aprobó una reunión de la Comisión Bicameral de Seguridad Nacional, con integrantes del gabinete en la materia, es decir, con los titulares de las secretarías de la Defensa Nacional, de Gobernación, el Procurador General de la República, y el Director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) para atender este grave problema.
Sin embargo, hay que decir que lo que estamos viviendo es consecuencia de la descomposición que vive el país, que de nueva cuenta muestra su rostro. Felipe Calderón quien le “declaró la guerra” al narcotráfico, nunca pudo con éste. Por el contrario, hoy sabemos que hubo una acción concertada al menos de varios funcionarios de su gobierno. Hay muchos ejemplos de la impunidad de que fueron privilegiados no sólo subalternos de Calderón, sino grupos de la delincuencia organizada o como en el caso de la Guardería ABC de Hermosillo, Sonora donde nadie de los verdaderos responsables están en la cárcel.
Lamentablemente el país sufre una grave enfermedad que se llama descomposición social. Día a día es invadido por una gangrena que nadie sabe qué medicamento puede acabarla. Pero la crisis no sólo se la debemos endosar al gobierno. Responsables lo son también los partidos políticos que como en el que milito, el PRD, tiene mucho de culpa, porque no hizo nada cuando debió hacerlo. Hoy se ofrecen disculpas. Carlos Navarrete, dirigente nacional, pide perdón a los familiares de los normalistas desaparecidos. Qué bueno, pero no es suficiente porque se permitió que hiciera lo que quiso el presidente municipal de Iguala, militante del PRD, José Luis Abarca a quien se le señala como el responsable de haber mandado matar a los jóvenes de Ayotzinapa, de estar vinculado con grupos de la delincuencia organizada, pero también de haber matado él mismo al ingeniero Arturo Hernández Cardona, militante del PRD.
De esto, es responsable el gobierno del Estado de Guerrero y el propio gobierno federal. El mismo procurador General de la República, Jesús Murillo Karam ha reconocido que el dirigente de Izquierda Democrática Nacional del PRD, René Bejarano le informó desde un año antes, que Abarca estaba relacionado con el hampa. El secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong que hasta hace unos días se sentía muy ufano porque en mangas de camisa recibió en un templete callejero a los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional, para recibir y posteriormente dar respuesta a su pliego petitorio, dio un golpe publicitario a su favor. Este personaje ¿por qué no hizo nada en contra del munícipe de Iguala si conocían de las acusaciones públicas que hizo Bejarano y la propia senadora Dolores Padierna? ¿Qué pasó con el Centro de Información y Seguridad Nacional (Cisen) que debió tener la ficha de José Luis Abarca? Por cierto, la misma responsabilidad la tiene el gobernador de Guerrero, Ángel Aguirre Rivero.
El gobierno federal está en un brete, en un callejón que parece no tener salida. Igual el asunto de Tlatlaya le está causando severos problemas. Se nos quiso engañar en un comunicado de prensa que quienes murieron fue producto de un enfrentamiento, pero la verdad salió a flote, y aun así se quiere proteger a ciertos mandos del ejército y que sean otros de menor rango los responsables de las ejecuciones.
Pareciera que el gobierno no quiere entender que están siguiendo un camino equivocado. Este gobierno disimula. Actúa como si viviéramos en los años 60 o 70 en que se escondieron situaciones graves, pero que al final emergieron. Ahí está lo que sucedió el 2 de octubre de 1968 y el jueves de Corpus, el 10 de junio de 1971.
Pareciera que no quieren entender. Se finge. A los estudiantes del IPN se les dieron respuestas que en primera instancia parecen positivas, que expresan los deseos de la comunidad politécnica, pero no es así. Como ellos dicen, la respuesta de la Secretaría de Gobernación es “imprecisa e incompleta”. Tienen razón los muchachos, porque en la contestación de Osorio Chong hay muchas trampas, sin los fundamentos jurídicos que muchas veces desde el gobierno se nos reclama. Pero se equivocan. Minimizaron la capacidad de los estudiantes, pensaron que se iban a ir con el dulce que les dieron en el templete frente al Palacio de Cobián.
Hay que reconocer que los priistas son uno avezados en las artes de la política, unos excelentes discípulos de José Fouche y de Nicolás Maquiavelo, pero también cometen errores, los mismos que ha cometido el PRD que lamentablemente se aleja cada día más de ser en verdad un partido de izquierda. Sus discursos están muy lejos de los hechos. Hoy, el partido ha permitido, insisto, ha permitido, la corrupción de sus funcionarios. Tan simple, se ha corrompido derechizándose, firmando pactos que presumen, “son producto de una izquierda moderna”, que al final está acabando con ser parte de la putrefacción.
Lamentablemente este es el rostro de un país que está en franca descomposición y que todos estamos obligados a pelear por él, a no permitir que la simulación, que la mentira, que las falsas promesas sigan siendo parte de la faz de una nación a la que no hay que dar sólo una “manita de gato”, sino hacerle cirugía reconstructiva. Busquemos la otra cara, la de la recomposición social.