Editorial
Por la enorme desconfianza que generaron los gobiernos en la población, se ha provocado una novedosa pero interesante discusión acerca del nuevo discurso conciliador y hasta moderado del presidente electo Andrés Manuel López Obrador.
Es normal, porque ya no habla el candidato en campaña sino el presidente electo que calcula los riesgos y los alcances de sus palabras. Lo importante es que no cambie como persona que sabe de sus compromisos con el pueblo de México y de las enormes esperanzas de cambio que despertó en los mexicanos.
Su larga trayectoria como político opositor, con las experiencias, muchas amargas, para que le fuera reconocido su triunfo electoral, López Obrador sabe que tiene que ser moderado y hasta condescendiente con el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto y con los poderes fácticos, para que pueda asumir formal y legalmente la Presidencia de la República.
Los errores en la política tienen consecuencias enormes. El poder del presidente Peña Nieto ha mermado, pero sigue mandando y podría alterar el escenario de la toma de posesión, utilizando no solo al priismo leal y servil, sino también a poderosos empresarios que tienen capacidad de incidir en la economía nacional.
Lo importante es que se concrete el cambio y la transición de gobierno, sin complicaciones políticas y financieras. La confrontación con el gobierno saliente no ayudaría nada a su propósito de asumir el poder en un clima de estabilidad financiera y política, para poner en marcha las acciones y políticas públicas que harán justicia a los mexicanos más vulnerables y pobres de México.
No es un conflicto político en las semanas previas a la toma de posesión de López Obrador como Presidente Constitucional de México, lo que desean los mexicanos. Nada bueno traería al nuevo gobierno y a los objetivos superiores del gobierno que busca la cuarta transformación del país. Al contrario, obstaculizaría esos objetivos y distraería, necesariamente, la atención del próximo presidente de la República.
A los mexicanos no les queda la menor duda de que López Obrador ganó la elección presidencial en 2006, como lo acaba de hacer público Roberto Madrazo, quien contendió como candidato del PRI y perdió frente a Felipe Calderón. Fue un robo de la elección, como ya habían ocurrido otros robos electorales antes, cuando el PRI se imponía en contra de la voluntad de los mexicanos. Esa es historia y qué bueno que los mexicanos conozcan la verdad.
En estos difíciles días previos a la toma de posesión de López Obrador como Presidente de México, los mexicanos deben confiar en él, en su estrategia, en su reiterado compromiso con la transformación del país. Dejarse llevar por los rumores, por los análisis sesgados de políticos y periodistas fieles al régimen autoritario del PRI, es dudar de López Obrador antes de asumir el poder y ver los resultados de su gobierno.
Los efectos del triunfo de López Obrador ya se pueden apreciar, con revelaciones históricas que confirman que la mafia del poder violentó la voluntad de los mexicanos expresada en las urnas. Faltan todavía más historias para llegar a la verdad y la justicia sobre grandes temas, como el castigo a los responsables de la desaparición de los normalistas; la verdad sobre el caso Odebrescht, para castigar la corrupción de destacados funcionarios del gobierno de Peña Nieto, entre otros tantos temas en los que los mexicanos reclaman justicia.