Por: Federico Vázquez*
Los habitantes de la región de Crimea eligieron, por mayoría abrumadora, separarse del nuevo gobierno ucraniano. Más allá de los evidentes intereses de Rusia, al menos hubo una expresión de voluntad ciudadana en las urnas. No puede decirse lo mismo del gobierno de ultra derecha de Kiev, que está por hacer ingresar a Ucrania a la Unión Europea sin ningún tipo de consulta popular. Europa se hace la distraída.
El conflicto por el control de Ucrania, que enfrenta a Rusia y Europa, y apenas agazapado al propio Estados Unidos, es una de las mayores disputas diplomáticas desde la caída de la Unión Soviética, aunque las analogías directas suelen servir para ocultar antes que explicar.
Los medios de comunicación europeos, incluso los supuestamente “progresistas”, azuzan con un hipotético regreso de la Guerra Fría, casi en términos literales. Atrás de semejante simpleza de análisis, que sólo puede ser válida para una discusión de café, aparece el interés concreto de Europa: que Estados Unidos sienta esta batalla como propia y meta las bazas necesarias para definirla en favor del Viejo Continente.
Sin embargo, no hay datos que ayuden a decir que este conflicto tiene algo que ver con las formas y los fines que tuvo el enorme enfrentamiento entre dos sistemas socioeconómicos a escala planetaria entre 1917 y 1991. Putin no representa un peligro para la civilización occidental, ni su filosofía política tiene chances de movilizar a los obreros de una fábrica en Francia o Alemania. Se trata de un gran país, con grandes recursos energéticos que, luego de un proceso de destrucción económica y social interna similares a los efectos de una derrota bélica, intenta conservar algo de su tradicional influencia regional.
En ese sentido, la agenda rusa no se diferencia mucho de la de otros países emergentes que, en un contexto de buenos precios de las materias primas y mediante un reforzamiento del poder estatal, busca un camino hacia el desarrollo económico y la soberanía política.
Por supuesto que Rusia no es “cualquier país”, sino uno que constituyó un imperio durante los últimos tres siglos, ya sea en su forma zarista o soviética. Pero desde la desintegración de esta última hace casi 25 años, no existe ningún expansionismo en puerta, sino más bien un control de daños en un proceso natural de achicamiento de su zona de influencia (pensemos que hace un cuarto de siglo, el poder de Moscú llegaba en forma directa hasta la mitad de Berlín, mientras que ahora intenta por todos los medios no perder Crimea).
OJO ESTE ES UN ENTRETEXTO FAVOR DE PONERLO DESTACADO
«Europa no puede presentar el caso Crimea desde el punto de vista de sus intereses materiales solamente, sino que debe encontrar una cobertura ideológica que la sostenga. El ultrajado vocablo “democracia” aparece como el gran elegido.»
La urgencia de los europeos por asestar un golpe a Rusia tampoco tiene nada de “primavera democrática” como gustan en llamar a cualquier manifestación que se da en un país con un régimen que no les gusta. Mientras durante la era de Yeltsin la corrupción y la persecución política reinaban en medio de una sociedad sometida a la terapia de shock de las medidas económicas para instalar un capitalismo de rapiña, ningún dirigente europeo se rasgó las vestiduras. Por el contrario, se festejó lo que a todas luces era un desguace social y nacional casi sin parangón en la historia reciente.
La urgencia de Europa, antes que cualquier intención democratizadora, está directamente vinculada con la necesidad de asegurarse la energía que, en buena medida, proviene de la odiada Rusia. El gas toca el centro del poder europeo: mientras que Francia fabrica casi toda su energía eléctrica con centrales nucleares propias, Inglaterra tiene su fuente en el Mar del Norte, y España recibe el gas del Norte de África, la locomotora alemana sí tiene su talón de Aquiles en el gas ruso.
El propio gobierno alemán reconoce que al menos un tercio de todo lo que consume de gas proviene de Rusia. Si a eso le agregamos que las recetas ultra ortodoxas que aplican a sus economías desde el 2008 no dan los resultados esperados (casi todos los economistas coinciden que el 2014 tampoco será el famoso año del “despegue” de la crisis de la zona euro), el objetivo de limar el liderazgo de Putin se vuelve política y económicamente lógico.
Por supuesto que la políticamente correcta Europa no puede presentar el caso Crimea desde el punto de vista de sus intereses materiales solamente, sino que debe encontrar una cobertura ideológica que la sostenga. El ultrajado vocablo “democracia” aparece como el gran elegido.
Sin embargo, hay algo asombrosamente paradójico en esa elección. A pesar de los notorios ángulos autoritarios presentes en la tradición política rusa y, particularmente, en el gobierno de Vladimir Putin, la “anexión” de Crimea a Rusia, si es que ocurre, tendrá lugar luego de una votación casi unánime en el Congreso de esa región autónoma y, más importante todavía, después de un referéndum con una masiva participación del electorado. Se podrá discutir la presencia de tropas rusas en la región, las presiones de Moscú, etc., pero la ciudadanía, al menos, votó.
Por el contrario, Ucrania se encamina a ingresar a la Unión Europea sin ninguno de estos atributos democráticos. No hay planes de consulta ciudadana sobre esa cuestión y sólo una promesa de celebrar elecciones en mayo, en un contexto general de persecución política en las regiones ucranianas del este, donde las fuerzas de derecha son más débiles.
Lo que era presentado al mundo como una manifestación de ciudadanos moralmente indignados que pedían un cambio pacífico de gobierno, resultó en la formación de grupos paramilitares. En los últimos días, esos grupos fueron admitidos como parte de la “guardia nacional” de Ucrania. Como se ve, una fiesta republicana y democrática. La presentación de los hechos es particularmente ofensiva en diarios como El País de España. El mismo medio que durante estas semanas viene sermoneando al gobierno venezolano por no poder controlar a supuestas patrullas civiles que atacan las manifestaciones de la oposición antichavista, acepta el paramilitarismo liso y llano en Ucrania: “Kiev crea un cuerpo militarizado ante la amenaza rusa”, titula, condecendiente. El “cuerpo” son militantes neonazis que durante los últimos tiempos protagonizaron la ocupación de la plaza de Maidan. La razón es que los militares profesionales del ejército ucraniano no parecen del todo consustanciados con el nuevo gobierno.
La dirección política de estos sectores está a cargo del partido Svodoba, que a nivel europeo comulga con otros partidos neo nazis como los griegos de Amanecer Dorado. A pesar de haber sacado solo el 12% de los votos en las últimas elecciones, después de la “primavera democrática”, este partido tiene la vicepresidencia y controla el ministerio Defensa y la Fiscalía General.
Además de un cambio de régimen sin ningún tipo de validación de la ciudadanía, más allá de unos cuantos miles que se movilizaron en las calles de la capital, el ingreso formal de Ucrania a la Unión Europea no va a pasar por ningún filtro democrático. Se trata, esta sí, de una anexión pura y dura. Un gobierno surgido de una nebulosa insurrección cívico-paramilitar ha decidido el rumbo de un país del tamaño de Francia. No parece ser la receta para una democracia plena.
*Periodista argentino, especializado en análisis político