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¿Fin de las escuelas normales? 

Foto del editorialLos disturbios perpetrados por miembros de la Coordinadora de Escuelas Normales del estado de Oaxaca (CENEO), en semanas anteriores, en donde se dieron actos de vandalismo, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo, como fue la retención de cerca de 600 clientes de un supermercado, el saqueo de las oficinas del Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca (IEEPO) y el incendio de vehículos de empresas trasnacionales, crearon entre la ciudadanía, empresarios, agrupaciones de la sociedad civil y demás, un sentimiento de aversión y repudio. De esta suerte, se incubó la exigencia de algo en lo que ni los maestros, mucho menos los normalistas habían imaginado: la desaparición urgente del sistema de normales en el estado.

Desde fines del siglo XIX y durante varias décadas del siglo XX, el sistema de normales se perfiló como un semillero de formación de maestros, que forjaron a cientos de generaciones en el conocimiento y la ciencia. Desde los años cincuenta del siglo pasado, la Escuela Normal Mixta, luego devenida Centro Regional de Educación Normal –el CRENO- para quienes provenían de las zonas urbanas y las Normales Rurales, para hijos de campesinos, obreros y personas de escasos recursos de zonas rurales, fueron en efecto forjadoras de ideólogos y de críticos al gobierno, pero con verdadera vocación de servicio, que jamás arriaron banderas ni se extraviaron en el camino de su apostolado docente.

Las Normales Rurales, que en Oaxaca emergieron de instituciones que funcionaron en San Antonio de La Cal, Cuilapan de Guerrero, Comitancillo y luego Reyes Mantecón, y la normal de señoritas en Tamazulapan del Progreso, forjaron un hito en la formación de maestros, verdaderos educadores. Fueron tal vez, los tiempos heroicos de dichas instituciones. Ni aún la pertenencia de sus internos, a la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México –la FECSM- ni su formación en doctrinas de la revolución socialista, a través de los Clubes de Orientación Política e Ideológica –los COPIS-, los pusieron contra la pared respecto al ente que siempre han dicho defender: el pueblo.

Sin embargo, desde hace tres décadas para acá, en coincidencia con la formación de la CNTE, las normales extraviaron el rumbo. Ya no son forjadoras y formadoras de docentes, de educadores, sino vertederos de delincuentes, cuya mira no es el salón de clases; las clases de civismo e historia nacional; de materias básicas y educación elemental, sino la calle, el grafitti, las consignas y el vandalismo. La bandera es hacer una revolución, en donde el pueblo unido jamás será vencido, pero no con el fusil al hombro y en la clandestinidad, sino con plaza docente, si no es que con doble plaza. La meta es obtener los más altos niveles de carrera magisterial, con el menor esfuerzo; con automóvil último modelo y trabajando no en las zonas rurales, que es en donde se forjan los verdaderos maestros, sino en la ciudad.

Los hechos de las últimas semanas, en las que a fortiori han querido obtener cerca de 900 plazas, sin examen y de manera automática, en contra posición a la nueva Reforma Educativa, activó el chantaje y movilizaciones, situación que derivó en disturbios y la detención de 162 normalistas el 21 de marzo. Lo anterior puso a este segmento y su protectora, la Sección 22, en un brete. La opinión pública se volcó por completo en contra del Gobierno de Gabino Cué, al saber de la liberación de 149 activistas y la consignación de sólo 13 de ellos, incluyendo tres infiltrados, presuntamente por un diputado del PRI, de los cuales los primeros diez ya fueron liberados por la S-22, quien –dice- pagó cerca de cinco millones de pesos por las fianzas, obvio, con dinero público.

 

 

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