Cártel-22: Aún patalea
En los primeros años del Siglo XX, don Andrés Molina Enríquez, uno de los pensadores más reconocidos del movimiento revolucionario, publicó una obra emblemática: “Los grandes problemas nacionales”, en la que abordaba diversos temas, uno de ellos, la educación y otro, la identidad indígena y su aportación a la cultura mexicana. Si bien fue criticado en su tiempo por su tendencia de favorecer a una u otra facciones revolucionarias, nadie le ha discutido el mérito de haber sido uno de los ideólogos más notables. En 1906, con motivo del centenario del nacimiento de don Benito Juárez, Molina Enríquez publicó una obra poco conocida: “Juárez y la Reforma”, en la que hace un auto de fe de sus raíces indígenas y termina con un colofón que llama a la reflexión: “El indio que hay en mí –decía- ha sido educado en la cultura que ha hecho de la depredación un sistema y de la violencia una religión”. Esta obra es una apología al pensamiento juarista y su contribución para hacer de este país un Estado de Derecho; una nación regida por la ley y la civilidad.
No obstante, por lo que hemos vivido en los últimos tiempos, existen facciones que se han empecinado en demoler lo que ya es precepto constitucional y fue aprobado con el consenso de todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso. Nos referimos a la Reforma Educativa y a la evaluación docente como eje de la misma. Partidos y representantes, más allá de la conveniencia política o la rentabilidad electoral encontraron una coincidencia: el país necesita para estar al ritmo de los tiempos modernos, mejorar la calidad de la educación. Pero ello no será posible en tanto no se aplique con rigor un sistema de evaluación, que valore la capacidad, la experiencia y capacidad académica de los maestros, que son el motor de este desafío. No valen aquí argumentos de que Oaxaca es una entidad con un tercio de su población indígena o de que somos pobres o existe marginación y dispersión geográfica. La historia ha demostrado que la identidad indígena no es sinónimo de atraso.
La CNTE –cuyo motor es la Sección 22- creyó ingenuamente que había logrado la Joya de la Corona con la cancelación temporal de la evaluación. Fue una estrategia del gobierno federal, como mecanismo para despresurizar la amenaza de boicot a la jornada electoral del pasado siete de junio. La presión de la sociedad civil también influyó. Pero una vez pasadas las elecciones el tema volvió por sus fueros. La reactivación de la evaluación, en la que algunas organizaciones civiles como “Mexicanos Primero” fueron pilar fundamental al lograr el amparo de un Juez Federal, fue la derrota anunciada de un movimiento que tal parece que cada vez, ante un pueblo harto de abusos, atropellos y del daño irreversible a la educación, toca fondo. En este entorno, el titular de la Secretaría de Educación Pública, Emilio Chuayfett volvió a la carga: “la evaluación va, truene o llueva” –dijo-. Y arremetió en contra de los gobiernos de Oaxaca, Guerrero y Michoacán, por no haber descontado a los maestros paristas.
Nada tan grave como lucrar con un instrumento que aún para los socialistas y anarquistas, es el único con el cual el pueblo puede hacer frente a todo viso de explotación: la educación. En este entorno, los maestros tuvieron un regreso sin gloria a sus labores docentes, a escasos días de que concluya el ciclo escolar 2014-2015, sólo para entregar documentación y clausurar el curso. Es la crónica de una derrota anunciada, de un movimiento acartonado, desfondado y contra la pared –el MDTEO- que hoy encontró en el repudio ciudadano el principio del fin, aunque sus dirigentes sigan anunciando a los cuatro vientos que sólo es un repliegue y tomen nuevas banderas “para seguir la lucha”.