Impunidad y provocación
Por lo que se vio el lunes primero de diciembre, durante la protesta por los acontecimientos de Ayotzinapa, ya se montaron en los mismos no sólo el abominable Cártel-22 sino asimismo, varias de las organizaciones que seguramente quieren su aguinaldo, que logran a través de la presión y el chantaje, abrir las válvulas del erario público. En la toma del aeropuerto Internacional de Santa Cruz Xoxocotlán, por ejemplo, participaron las lacras que militan en Frente Único de Lucha (FUL-APPO) y el Frente Popular Revolucionario (FPR), cuyo guía moral es Germán Mendoza Nube, pero es manipulado por Macario Otalo Padilla. El brazo ejecutor de la Sección 22 “accionó”, a la par del rescoldo de nostálgicos del 2006: el FUL-APPO, en donde se han escudado militantes de grupos en la clandestinidad que han dejado el fusil para ensañarse sobre la sociedad inerme. Los actos de provocación arropados por la impunidad que campea en Oaxaca, crearon una gran indignación ciudadana.
Herencia de “La Guerra de las Galias”, Julio César acuñó una frase lapidaria: quien quiere la guerra es que no le ha visto la cara. Hay tal agitación en la entidad que pareciera que nos encaminamos a un despeñadero. En la novela histórica “Pobre patria mía”, Pedro Ángel Palou, hace referencia a algunas reflexiones de don Porfirio Díaz en el exilio europeo, después de la partida en el Ypiranga. Decía en el Astoria de París, en el verano de 2011: “México ha regresado a la barbarie. Nunca supimos vivir en paz. Una y otra vez vinieron las revueltas. Una y otra vez los bandos, las facciones. La lucha fratricida”. Eso fue hace poco más de cien años. Pero seguimos igual. El affaire Ayotzinapa, fraguado por delincuentes, partidos y hasta organizaciones supuestamente opositoras al gobierno como la CNTE, todos coludidos con criminales, ha creado un cisma en México, pero sobre todo, le ha hecho un enorme boquete al gobierno federal. No se trata hoy de aplicar fórmulas mágicas y decálogos engañosos que conlleven la esencia del llamado gatopardismo: cambiar para que todo siga igual. No. El país inició su debacle, que hoy apenas empieza a mostrar sus síntomas más perniciosos, desde que la ley se convirtió en una caricatura y el Estado de Derecho en una ficción.
De ese país de fantasía, de la estabilidad económica y las históricas reformas estructurales, hemos devenido un Estado a la deriva; un gobierno a la defensiva; acorralado y dando palos de ciego. Los diarios más importantes del mundo calificaban al Ejecutivo federal como el salvador del país y al Secretario de Hacienda, como el ejecutivo del año. Hoy se avizoran en el corto plazo más sacrificios para el pueblo mexicano; una moneda que pierde valor ante el dólar; la caída en los precios internacionales del petróleo y la desconfianza en los mercados del mundo.Sin embargo, en el trasfondo existen fenómenos que desde hace mucho han sido soslayados o más bien alimentados por la clase política: la corrupción galopante; un aparato de justicia anacrónico; un sistema de partidos que refleja la podredumbre de un país permeado por los vicios, las inercias y los cacicazgos.
Y es que también existe en México una izquierda retardataria y una derecha acartonada y mojigata, que se encogen de hombros, en un país de más de ciento veinte millones de mexicanos, la mitad de ellos viviendo en la miseria, que sólo atisban un callejón sin salida, mientras los falsos redentores sociales que gritan como orates en las calles o vandalizan tomando como bandera un hecho doloroso y lamentable, están prestos a victimizarse para llenar el panteón cívico del martirologio mexicano. Hay muchos hoy que siguen jugando con fuego, sin ver los resultados.