Un Oaxaca ingobernable
Oaxaca ha logrado una bien ganada fama: desde el 2006 el Estado perdió su capacidad de poner orden. Cualquier vecino se pitorrea de la policía; cualesquier baba de perico se burla de la autoridad. Cinco, diez o cincuenta sujetos pueden bloquear una carretera, los accesos a la ciudad, los cruceros más importantes y poner de rodillas a miles y miles de citadinos. Lo pueden hacer con absoluta tranquilidad, conscientes de que el gobierno de Gabino Cué sólo intervendrá poniendo una aberrante mesa de negociación y diálogo, pero jamás utilizar el aparato punitivo del Estado, sobre todo con la Sección 22. Visto así, las normas de la convivencia social se siguen relajando de manera burda y torpe. No hay gobierno o más bien, existe un vacío de autoridad. Pero decirlo, es una ofensa.
A nivel nacional se ha dicho con insistencia que el magisterio requiere de medidas punitivas y de orden. Sobre todo en Oaxaca, en donde la dirigencia de la Sección 22 sigue empecinada en hacerle el juego a la guerrilla para trastocar la gobernabilidad. Pero en lugar de proceder a poner la casa en orden, en el gobierno de la alternancia se han encogido de hombros con un argumento infantil: si la Federación con toda su fuerza no puede contra la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), ¿por qué los gobiernos estatales lo tienen que hacer? Con esto se ha puesto una vez más la coraza para dejar que los mentores –un verdadero cáncer social para los oaxaqueños- sigan haciendo de las suyas, con la abierta complicidad del gobierno de Cué Monteagudo. Ahí están las amenazas de recuperar las escuelas que tienen maestros de la Sección 59.
Todo mundo recuerda el mensaje de la toma de posesión, cuando el ejecutivo estatal se hizo el hara kiri, con una frase que hoy suena aberrante: “nunca más el uso de la fuerza pública”. Con ello quiso pintar su raya de la supuesta represión del pasado, aunque en el fondo hoy justifique a su antecesor Ulises Ruiz. Pero hubo algo más, que podría convertirse en un boomerang: la aprobación de reformas constitucionales, relativas a la revocación de mandato, plebiscito y referéndum, cuando el gobernante haya dejado de cumplir las expectativas que despertó en la sociedad o haya abdicado de su responsabilidad de salvaguardar la paz social. Aunque suene contradictorio, eso mismo le podían aplicar a Cué de seguir permitiendo la situación de inestabilidad y anarquía que hoy prevalece en la entidad.
El bloqueo cotidiano, la constante amenaza de violencia prohijada por la Sección 22, la descapitalización, falta de circulante, obras a medias y muchas más razones, son factores que inciden en la mala imagen del gobierno y en la urgencia a restablecer la paz social y la gobernanza. En el imaginario colectivo, la situación es dramática. Es ya imposible que a tres años de haber iniciado, este régimen pueda reencausar el rumbo. La campaña mediática que se ha volcado no sólo sobre el ejecutivo sino en contra de la entidad, con impactos negativos en las inversiones y el turismo, conllevan un mensaje demoledor: Oaxaca no cambiará nunca. O como dijo Ciro Gómez Leyva en el 2006: “que se joda Oaxaca”. Hay que ver los bloqueos de transportistas y grupos inconformes del pasado proceso electoral de la semana pasada, para darse cuenta que motivos no hacen falta para que grupos aún minoritarios, hagan de la entidad una tierra de nadie.