El comentario
Juan PÉREZ AUDELO
Cuando la opinión pública conoció el monto multimillonario que se había asignado a los partidos políticos para el proceso electoral del 2018, millones de ciudadanos montamos en cólera. Y es que en el imaginario colectivo hay una certeza: el sistema de partidos políticos en el país está agotado y rebasado. No representan a nadie y sólo favorece a una casta que vive de nuestros impuestos, como parásito, sin que finja siquiera ser una alternativa para la incipiente democracia mexicana.
En absoluto se justifica pues, el financiamiento a los partidos, sólo para que una burocracia enquistada en ellos, viva a cuerpo de rey de nuestros impuestos, del dinero público, el que en otras circunstancias puede ser empleado por la Federación en obras de beneficio colectivo. O el oneroso presupuesto destinado al órgano electoral federal, un enorme paquidermo como alguien lo calificó. Nuestra democracia es la más onerosa entre muchos países en el mundo. Hay quienes han pervivido y muy bien de las prerrogativas destinadas a los partidos políticos, incluso el mismo Andrés Manuel López Obrador.
En un acto de justicia, millones de mexicanos han promovido a través de las redes sociales y otros medios, la exigencia de que esos recursos destinados al financiamiento del directorio de partidos políticos, sea canalizado ahora a la reconstrucción de aquellas entidades devastadas por los sismos del 7 y 19 de septiembre. No se trata de una gratuita concesión de los citados institutos políticos, como se ha pretendido hacer con quienes han anunciado ceder parte o todo su presupuesto, sino una demanda social de un pueblo harto de simulación, de complicidades y burocracias políticas. Es dinero del pueblo y éste exige que se le restituya.
Sin embargo existen otras figuras que han lucrado durante décadas con el dinero público y que bien podrían ser sometidos a un esquema similar. El poder legislativo federal o los 32 estatales, por ejemplo. O los sindicatos. Las cuotas de algunos gremios como el magisterial, el de los petroleros, electricistas, etc., cuyos dirigentes viven como virreyes, gracias a las sumas millonarias que se embolsan. Y aquí en Oaxaca, cientos de organizaciones sociales, que viven de la dádiva del gobierno. Y que llevan además un estigma: jamás rinden cuentas. Es decir, ahí la transparencia es sólo una ficción.
Ha empezado, al menos en Oaxaca, el largo y oneroso camino de la reconstrucción. Una de las demandas es: cero pesos al magisterio y a las organizaciones sociales. Sólo así se podrá paliar la tragedia, junto con el apoyo solidario del pueblo mexicano, el de aquí y el de allende nuestras fronteras, que una vez más ha puesto sobre la mesa nuestra grandeza. México y Oaxaca están de pie, gracias a la buena fe, la buena voluntad, el corazón y la nobleza de miles y miles de oaxaqueños, mexicanos y de otros países, con el hermano que sufre, con el que ha perdido su patrimonio, con el que padece hambre y sed.