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AMLO no es México, ni México es AMLO

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MARCO ANTONIO AGUILAR CORTÉS

 

Es para condolerse el que entre México y Bolivia se haya generado un agudo problema actualmente; el que exige salida sensata.

Para resolverlo (y no ahondarlo en los meandros confusos de una política equívoca, enemiga de la buena diplomacia de ambas naciones) deben reconocerse las causas que han motivado ese conflicto, y tener la voluntad de remediarlo juiciosamente.

Lo bueno es que no es un embrollo de choque entre los dos pueblos, ya que los mexicanos y los bolivarianos no tienen dificultades entre sí, pues nos seguimos observando como hermanos.

La pugna es entre nuestros gobiernos y, éstos, obrarán mal si soliviantan odios innecesarios y atrevidos entre sus respectivas poblaciones.

En este pugilato alguna responsabilidad tiene el presidente Andrés Manuel López Obrador, por ser proclive al insulto hacía los otros, pues su ladino lenguaje dista de ser diplomático, y no pocas de sus determinaciones reflejan sus erráticos decires.

Por ejemplo al caso, AMLO socarronamente ha soltado sin medir consecuencias: «Evo, que se escuche bien y que se escuche lejos, fue víctima de un golpe de estado… Para Bolivia, democracia sí, militarismo no… El asedio a la embajada de México en Bolivia es algo que no hizo ni Augusto Pinochet durante la dictadura en Chile».

Y en el mundo actual no hay nada lejos, y todo se escucha; además de que AMLO también ha asegurado que «la Doctrina Estrada es la guía de la política exterior de México», y sus principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos parece no comprenderlos bien el presidente López Obrador, aplicándolos a su caprichoso desatino.

¿Quién le ha dado la facultad de juzgar, como presidente de México, lo que pasó en Bolivia?, ¿con qué derecho decide que México intervenga en los negativos y confusos bretes bolivianos?

 

Dar asilo a Evo Morales fue lo correcto, lo incorrecto es que lo haya dispuesto el gobierno estadunidense de mister Trump, de la misma forma solapada que ordenó su salida de nuestro país, y el costo económico y político fue para México.

Todo eso lo sabremos a detalle de aquí a cinco años, cuando desencapsula nuestro gobierno toda esa información, la que acaso desde ahora ya ha alterado.

A sus 90 años, nuestra Doctrina Estrada tiene aún utilidad, si se aplica con congruencia y exactitud legal. AMLO la empleó en Venezuela, y se apreció positiva; empero, en Bolivia nos hemos visto grotescos al infringir esos principios.

No debe nuestra política internacional dar bandazos, ni la política interna; y ambas, no pueden depender del lenguaje pícaro del señor presidente.

Eso lo expone a que otro, tan o más habliche que él, le conteste desde Bolivia, como lo hizo majaderamente el ex presidente boliviano Jorge Fernando Quiroga, quien aunque diga algunas verdades no abona al buen desenlace del apuro.

AMLO sólo atinó a contestarle: «No caeré en provocaciones… no está a mi nivel»; sin recordar que él ha provocado, esgrimiendo un nivel de poca responsabilidad.

A todos los mexicanos nos lástima que ofendan así al presidente de nuestro país, pero él ha buscado la horma de su zapato, y la encontró en Bolivia.

Obsérvese lo que provocaron las embajadas (la mexicana y la española) en Bolivia, posiblemente por instrucciones de sus gobiernos, haciendo o cosas malas que parecen buenas o cosas buenas que parecen malas. Non grata fue declarada, y expulsada, nuestra embajadora.

AMLO no es México, ni México es AMLO; pero cuando éste una y no divida a los mexicanos, todos estaremos unidos en torno a México junto al presidente.

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