EDITORIAL
Al trascender las “exitosas” negociaciones que el equipo mexicano, encabezado por el canciller Marcelo Ebrard, llevaron a cabo en Washington, D.C., la capital federal de los Estados Unidos de América, para contrarrestar la amenaza del presidente Donald Trump de gravar las exportaciones del país, si nuestro gobierno no contiene las oleadas migratorias procedentes de Centroamérica, queda claro que México sigue siendo el patio trasero de la Unión Americana. El compromiso asumido como acción inmediata, más tarde que temprano mostrará sus efectos perniciosos. Nuestro país, con todos los elementos de la Guardia Nacional que ponga en la Frontera Sur, incluyendo partes porosas como Tabasco, Campeche, Quintana Roo o Oaxaca, poco podrá hacer y mostrarlo en 45 días, para detener esa avalancha de indocumentados que cada día invade dichas entidades en su ruta hacia el norte.
La posición de ventaja de los Estados Unidos queda demostrada en cada declaración imprudente y amenazante de Trump. El amago de incrementar los aranceles sigue pendiendo como Espada de Damocles sobre nuestro país, habida cuenta de que no se agotaron las instancias propias para casos como el que nos ocupa, en el que hubiera sido necesario cabildear con legisladores demócratas y republicanos opositores a dicha medida descabellada, antes de ceder en una posición desventajosa, incluso poniendo en riesgo la soberanía nacional. Lo que se observó en dicho evento, es que no se agotaron las habilidades diplomáticas para sortear dicho diferendo, pues México se queda con el estigma de seguir siendo el patio trasero de los Estados Unidos y nuestra frontera sur, la de dicho país.
No obstante, la manera en que el gobierno de la Cuarta Transformación festinó la cancelación de los aranceles a las exportaciones mexicanas, lo cierto es que la crítica tanto de legisladores como de sociedad civil se ha volcado sobre lo que ha sido interpretado como una derrota diplomática para el país. Si se parte de la premisa de que ganamos tiempo, es correcto, pero poco se ha reparado en las repercusiones de fungir como “tercer país”, el que tiene que sortear el burocratismo norteamericano para aquellos que soliciten asilo político. Es más que evidente que las familias de migrantes que provienen de Guatemala, El Salvador, Honduras y otros, además de los cubanos y africanos que han llegado a nuestra frontera, lo que buscan es mejorar sus condiciones de vida y trabajo, no precisamente porque huyan de persecución política.
