Oaxaca, Oaxaca.- “Es difícil vivir así, entra mucho el frío”, dice María Gallego Marcial frente a uno de los muros que aún quedan de su casa de adobe, derrumbada hace casi un año por el terremoto que sacudió la Costa oaxaqueña.
Huazolotitlán es el municipio donde fue el epicentro, la vivienda de la mujer es una de las 2 mil 87 que resultaron afectadas y que aún no han sido reconstruidas.
María, de 67 años, es esposa de Gerardo Hernández Martínez, un campesino de 76 años, quienes con sus manos removieron los escombros de su hogar; su situación económica les impide hoy volver a construir su casa.
El matrimonio vive en el corredor de la vivienda que aún queda y en lugar de paredes de adobe, una lona cubre el contorno de su habitación. Están al aire libre.
Apenas la semana pasada le llegaron 700 tabiques, grava y arena, por parte del gobierno federal. El trabajador del camión le dijo que era la ayuda por ser damnificada, pero hasta ahora ninguna autoridad le ha explicado cómo será la reconstrucción. Sólo tienen claro que la mano de obra la tendrán que costear ellos.
Ella platica que por las secuelas del chikungunya, que les dio a los dos, no pueden trabajar como antes, y Gerardo sólo produce maíz para consumirlo, ya no les alcanza para vender; no tienen más ingresos. Sus fuerzas se agotan.
Como ellos, hay más de 2 mil familias afectadas, de las que la autoridad local desconoce a cuántas el gobierno les empezó a enviar el material de construcción porque ha sido excluida del proceso de entrega, dice Jhony García, coordinador de Protección Civil municipal.
Celso Alexander, conductor de uno de los camiones de carga, dice que desde el inicio de febrero comenzó a entregar la ayuda, que consistió en tabiques. Refiere que una semana entregó el material a una decena de damnificados.
En Huazolotitlán, es al único trabajador que se le observa repartiendo la ayuda, a los afectados de casas con daño parcial les da 700 tabiques y a los de daño total, mil 400.
La situación también se repite en las escuelas, pues son seis los planteles que requieren reparación, de acuerdo con Protección Civil. Tal es el caso de la primaria La Corregidora, donde nueve salones resultaron afectados, de los cuales cinco que no cuentan con paredes son ocupados, a pesar del riesgo por más de 100 estudiantes, de un total de 269, la mayoría afromexicanos.
Los demás alumnos estudian en aulas provisionales de madera, hechas por los padres de familia.
Después del sismo, llegó una constructora a derribar cuatro de los nueve salones, pero la obra no continuó y se quedó la demolición, acusa el director del plantel, Fernando Jiménez Mendoza.
La situación se repite en la primaria bilingüe Revolución, que atiende a 131 niños indígenas, aquí el sismo dañó las paredes de tres salones, que a la fecha no han sido reconstruidos nuevamente. Ninguna empresa ha iniciado los trabajos de reparación.
“Ojalá nos escuchara el gobierno para que se nos atienda, no se ha reparado la escuela”, pide Luis Martínez, director del plantel.