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Nicéforo Urbieta: del arte a la sublevación

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Es un artista que ha dedicado su vida a practicar el “arte en libertad”, uno de los principales indagadores de la filosofía zapoteca y, como estudiante, fue un participante activo en el movimiento estudiantil que dio autonomía a la Universidad Benito Juárez de Oaxaca y uno de los creadores de lo que se convirtió en el taller Rufino Tamayo; en 1971 el asesinato del representante de la preparatoria 2 generó que cuestionara los avances democráticos conseguidos por la lucha social y optara por la vía de la acción directa contra la represión del Estado

 

 

Alonso PÉREZ AVENDAÑO

 

“Si no hubiera existido el 68 yo no hubiera ido a la cárcel”, dice Nicéforo Urbieta, artista plástico, para quien la lucha estudiantil fue el comienzo de una serie de acontecimientos que concluyó con él recluido en la cárcel de Lecumberri, el pozo donde el Estado mexicano guardó a decenas de intelectuales, artistas, escritores, políticos, cuyo crimen fue haber sido “un rojo”, un comunista. Su caso fue distinto, para él el encierro fue el castigo por creer que el combate social podía lograr cambios mayores por la vía de la subversión clandestina.

Urbieta fue representante universitario, un estudiante avanzado del grupo que comenzó a experimentar con al arte contemporáneo en la Escuela de Bellas Artes, fue integrante del frente estudiantil que logró la autonomía de la Universidad Benito Juárez en 1971 y de la mesa de alumnos que revisó el primer plan de estudios de artes tras este episodio.

El puente que conectó a Urbieta con la universidad fue la música clásica. Las piezas que se interpretaban en el atrio del templo de su natal Santa Ana Zegache las escuchó después en Radio Universidad, donde en 1964 participaba en un programa. En ese año también trabajaba como ilustrador del Oaxaca Gráfico, donde se relacionó con Arcelia Yáñiz, la jefa de redacción, y estudiantes que fungían como periodistas, Mario Vargas, Jesús Ramos y Jesús Alberto Cabrera, entre ellos.

Vienen a la mente de Urbieta un cúmulo de elementos que constituyeron la galaxia que se llamó 1968. Nombres de países que por sí mismos significan lucha: Bolivia, Guatemala. Aparecen las palabras Revolución Cubana, teología de la liberación, Juan XXIII, Camilo Torres. Para él, como para muchos integrantes de esta generación, los 60 significaron una transformación de su convicción religiosa.

1963-64. “Cuando salí del seminario, tenía entre 15 y 16 años, mi afición a la lectura hizo que me encontrara con otro mundo, fue cuestión de meses para que yo ya no fuera un católico ortodoxo, en el seminario había descubierto el arte, pero saliendo vi a Picasso, a Remedios Varo, me atraía mucho el surrealismo, en las salas de exposiciones veía lo que se estaba haciendo que era arte moderno, Toledo, Liborio López”. Junto a los nombres de los pintores aparecen también los de la legión europea de escritores, Herbert Marcusse, Albert Camus; también la influencia oriental del budismo.

“Cuando llega el 68 me encuentra trabajando en el Oaxaca Gráfico, en Radio Universidad, totalmente identificado con la juventud. No fui un activista, pero estaba enterado de lo que sucedía, en el Oaxaca Gráfico recibíamos todos los diarios nacionales, El Sol de México, El Universal, Excélsior, que tenía una posición más crítica, el mismo Oaxaca Gráfico no era tan cerrado. Tenía mucha información, pero no era un activista”, relata.

En 1969 ingresó a la Preparatoria 2 y “los choques con los profesores eran seguidos, sobre todo con los que no estaban al tanto de los cambios que estaban sucediendo. Era muy fácil chocar en cualquier materia, eso terminó por aburrirme y me dediqué por entero al arte”.

Decidió entonces dedicarse por completo a la pintura, en la Escuela de Bellas Artes, participando en el Taller Libre Experimental que posteriormente se transformó en el Taller Rufino Tamayo.

Para Urbieta la experiencia de estos años se dio mayormente por el medio visual, particularmente recuerda las fotografías de la revista Life, una publicación que pese a su marcada tendencia pro  estadounidense, presentaba imágenes “crudas”, “todavía no existía la semiótica, que organiza lo que quiere que vea la gente y cómo quiere que las imágenes den el mensaje”, explica.

Junto a su labor estudiantil, además de formar el taller de arte de la universidad, los estudiantes comenzaron a tejer una idea propia de este movimiento en el cual subyacía la idea de justicia:

“Queríamos hacer el arte accesible a la gente, en ese entonces no existía ni la Casa de la Cultura ni nada, el único lugar donde se hacían exposiciones era Santo Domingo, en las oficinas de la CROC, de la CTM, veíamos como algo natural trabajar para que la gente común accediera al arte.

“Particularmente encontré que Kandinsky, Leonardo da Vinci hacían ver que el arte no era una cuestión superflua, no era para adornar o para los que tuvieran dinero, era un derecho humano que la gente pobre también debiera estar disfrutando, que era tan necesario como la comida, la cuestión de la justicia venía del 68.

“El arte, los colores, las formas resultaban una forma de espiritualidad, a mí eso me inquietó mucho, sobre todo porque venía del seminario y descubrir a un pintor como Kandinsky que propone que el amarillo, el rojo, azul, tenían un sentido de elevación, de enriquecimiento profundo, de comunicación con el universo, y que esto era la nueva espiritualidad, que la masa no tuviera acceso a ello se me hizo cruel”.

Para entonces, apunta, esa búsqueda de la espiritualidad combinada con el objetivo de socializar el arte “ya no era posible en el taller Tamayo, porque se había perdido la capacidad de autogestión y el trabajo comenzó a derivarse a lo que después sería la Casa de la Cultura”.

El grupo de estudiantes al que pertenecía logró un taller de avanzada, un triunfo que terminó por vencerlos. El haber conseguido “todo”, un lugar especial para pintar, materiales, un tórculo donado por Francisco Toledo, el diálogo con grandes maestros como Rufino Tamayo, resultó la pérdida de su autogestión. Tenerlo todo era un escenario adverso para estudiantes acostumbrados a luchar.

Urbieta se dio cuenta muy pronto que pese a los avances que como estudiantes buscaban a través de la actividad artística las condiciones contra las que habían luchado permanecían.

“Se mantenía el autoritarismo, si bien estábamos pintando, por otro lado las condiciones generales no avanzaban, al contrario, en la medida en que hacíamos mejor las cosas se enmascaraba una cuestión social más amplia, la represión de los ferrocarrileros, de los electricistas, de los campesinos, aquí en el Valle empezó un movimiento muy fuerte, de la COCEO, la Coalición Obrero Campesino Estudiantil de Oaxaca, veíamos las limitaciones de lo que ya se había avanzado”.

 

La vía contra el autoritarismo

 

“Sin el 68 no habría habido activismo político, sin el activismo político no habría habido cárcel, más represión todavía”, relata Nicéforo Urbieta, encarcelado en 1975 bajo los cargos de participar en actividades subversivas. Tras esos cargos hubo un crimen alentado por el Estado que quedó sin castigo.

Los años previos fueron de una intensa actividad estudiantil por democratizar la Escuela de Bellas Artes. Como estudiantes, además de las limitaciones de sus actividades, observaban cómo la revolución al socialismo y la lucha del proletariado, no avanzaban, al contrario, se mantenía la represión y las fuerzas por controlar desde los aparatos del Estado la vida universitaria.

“En las escuelas preparatorias y facultades el PRI estaba siendo desplazado, una a una se iban recuperando direcciones en ese sentido de izquierda, en la Prepa 2 Gastón Eruviel Martínez Salazar sale electo como secretario general, hay elecciones, participamos, votamos, y esta minoría de jóvenes priistas, de porros, cuya propaganda política consistía en amenazar, en ‘te vamos a romper la madre’, sembraba lo contrario, se ganaba el odio de la gente”.

En 1971 fue asesinado Martínez Salazar, un hecho que reveló para Urbieta que se necesitaban cambios mucho más profundos.

“En ese entonces se decía que sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria, en mi caso la acción era antes que la teoría y de qué partía, de la experiencia de vida, de la injusticia, cuando estábamos en el proceso de la autonomía universitaria matan al líder de la prepa donde estaba y entonces no es la teoría revolucionaria, ni los planteamientos de Marx, Engels, Lenin, sino la muerte de este compañero.

“Él era de un pueblo vecino, de San Pablo Huixtepec, fuimos a enterrarlo, esas cosas yo creo que hacen más que la teoría, mueven algo que la teoría no mueve, los sentimientos.  El 68 seguramente sembró en los corazones muchas cosas, muchos sueños y mucho de lo que está pasando en la actualidad viene de ahí, precisamente la gente que tiene esta edad, la edad de López Orador, de los que ahora están dirigiendo movimientos”.

Urbieta se acercó a la alternativa de la acción subversiva directa a partir de los foros de audiencia abierta que organizaban en la preparatoria 2, al contacto con la organización Unión del Pueblo, que contrastaba su propuesta con la de la Liga Comunista 23 de Septiembre.

La propuesta de la Liga se basaba más en la cuestión teórica, en el marxismo, en la insurrección proletaria, en el dinero, en tener los recursos. A mí me llamó más la atención la otra corriente, que planteaba el ejemplo de Vietnam, lo que decía, de las fotografías de la revista Life, que tenían un efecto de que había una cuestión injusta, los muertos eran de Vietnam y pensaba por qué los gringos iban a estar matando, por qué tipo de democracia luchan, cómo pueden liberar a la gente así, estaba muy loco eso, cuando a Oaxaca llega esta posición de imitar a los vietnamitas, al menos en mi caso siento que me impactó, sobre todo la idea de que no eran necesarias las armas, eso era secundario, no importaba, la guerra era una posibilidad a largo plazo, todo lo contrario”.

 

Marx y Lecumberri

 

La vinculación de Urbieta con la Unión del Pueblo, lo llevaron a ser recluido en el máximo escenario nacional de la represión, la cárcel de Lecumberri, donde profundizó el estudio de El capital de Carlos Marx.

“A mí me sirvió para un proceso de maduración social, si bien es cierto que terminé en la cárcel al querer involucrarme con el movimiento clandestino, también es cierto que esto me permitió algo accidental, una toma de consciencia de lo social sucedió hasta la cárcel, antes había un sentido de lo injusto, de que no había las mismas oportunidades, pero no estaba clara la relación entre los privilegiados y el dolor, no estaba clara la apropiación de los medios de producción, los movimientos sociales y la espiritualidad”.

En los años en reclusión elaboró una síntesis gráfica de la lectura del Capital, “una especie de códice que debe estar en alguna oficina de Gobernación, cuando me sacaron no me dieron chance de llevarme mis cosas”.

“Otra cosa que nos enseña el 68”, dice Nicéforo Urbieta, “es que tarde o temprano la represión genera cambios profundos, irreversibles, que la violencia es un remedio momentáneo a una situación que al tener cusas más hondas no se van a resolver más que por la misma dinámica de la sociedad.

“No veíamos más que la revolución hacia el socialismo accidentalmente a mí me llevó a algo mucho más significativo, que lo que vivíamos a nivel global no se iba a resolver por la vía pacífica o armada, el verdadero problema tendría que resolver una cuestión de los instintos, que venía de miles de años atrás, la cuestión del patriarcado, de un grupo que domina a partir de un líder al resto de la manada que se disfrazaba de civilización, hay un líder y la manada que se somete de manera conveniente”.

“Estos procesos se dan de una manera muy natural, ya viéndolo en perspectiva, resulta que las cosas tienen que irse sucediendo de esta manera, no pueden ser nada más una prédica, de ser así la labor de Jesucristo ya se habría acabado desde cuándo y todos estarían poniendo la otra mejilla. Si simplemente fuera de quiénes son los dueños de las fuerzas productivas, también, estaban todas las condiciones en el este, los compañeros que estaban en la Patricia Lumumba, que fueron a entrenarse a Corea, lo que hablaban de cómo era la vida en Rusia tampoco revelaban que todo fuera como lo soñábamos, sí había desarrollo, pero también había una cuestión de brutalidad, la burocracia también era brutal, decías, entonces la ideología tampoco es el camino”.

“A mí me sirvió para un proceso de maduración social, si bien es cierto que terminé en la cárcel al querer involucrarme con el movimiento clandestino, también es cierto que esto me permitió algo accidental, una toma de consciencia de lo social sucedió hasta la cárcel, antes había un sentido de lo injusto, de que no había las mismas oportunidades, pero no estaba clara la relación entre los privilegiados y el dolor, no estaba clara la apropiación de los medios de producción, los movimientos sociales y la espiritualidad”
Nicéforo Urbieta, artista plástico

 

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