México bárbaro, bajo la lupa
La comunidad internacional y el país completo tienen la atención puesta en México, luego de la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, Guerrero, que fueron detenidos de manera arbitraria por la policía municipal de Iguala, hace poco menos de un mes. Organismos gubernamentales y no gubernamentales de derechos humanos; la comunidad internacional en general, le exigen al gobierno una explicación. Sin embargo, muchos nos preguntamos: ¿cuáles fueron los motivos que llevaron a policías o presuntos criminales a actuar con tanto odio en contra de estos jóvenes, un hecho que nos ha llenado de indignación y que todos hemos deplorado? Es un misterio. ¿Será que se habían convertido ya en una constante amenaza para la población o habían tocado intereses oscuros de dichos grupos criminales? Aún no se sabe. Incluso el reconocimiento de que los 28 cadáveres encontrados en las primeras fosas clandestinas no corresponden a los normalistas, especie reconocida por el mismo Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, le da un viraje más grave aún a este hecho. Aunque se han encontrado decenas de fosas más, haciendo de esta ciudad, un cementerio clandestino, todo es un misterio.
Sin embargo, hagamos una reflexión que si no dilucida la verdad, es posible que ventile el trasfondo. Las Escuelas Normales Rurales han sido, desde su creación, en los años 30, un semillero de inconformidad y radicalismo. El incendio del palacio de gobierno en Chilpancingo y otros actos vandálicos, lo dicen todo. Alumno o alumna que ingrese a sus aulas, es de facto militante de la llamada Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México –la FECSM-. Bajo esa premisa, adicionalmente a su preparación académica se les involucra en una formación ideológica, bajo doctrinas que desde hace mucho quedaron rebasadas en la práctica: el maoísmo, la teoría revolucionaria de Lenin y el pensamiento de Stalin. El mundo cambió, menos la doctrina revolucionaria que se inculca en las normales. Antes fue la protesta pacífica, propositiva, vinculada a las causas populares y en apoyo a movimientos de masas. Hoy no. Hoy se cierran carreteras, autopistas, se incendian o asaltan gasolineras, se roba mercancía, se toman casetas de peaje, se secuestran unidades, se queman oficinas de gobierno, etc. Y lo peor, sin un sustento ideológico; sin un móvil político, que conlleve a buscar la simpatía de la sociedad, sino con el propósito ruin de poner al pueblo inerme contra la pared.
Tanto el magisterio como los normalistas necesitan con urgencia, un replanteamiento de sus estrategias de lucha. Han caminado por la ruta equivocada. Han perdido su base social de apoyo. Pregonan democracia y actúan como fascistas; actúan como delincuentes, no como grupos que luchan por una causa. Hay dolor por lo de Ayotzinapa. Vidas jóvenes que tal vez se extinguieron con la brutalidad policial y de grupos delictivos. Pero la responsabilidad subyace también en aquellos que los envían a cometer excesos; que los han desorientado ideológicamente; aquellos que los utilizan como carne de cañón. Ni la lucha social se criminaliza ni tampoco vale ya la victimización. La lección de Ayotzinapa será una herida que no cerrará nunca. Sólo hay que buscar que jamás se repita. Los responsables materiales e intelectuales serán detenidos en algún momento. No obstante, ello no devolverá la vida a los jóvenes presuntamente asesinados ni resarcirá el dolor de sus padres y familiares. El país se convulsiona actualmente por este hecho, aunque de las manifestaciones en contra, sólo hay uno que paga los platos rotos: el pueblo inerme, que nada tiene que ver en el asunto.
