+Ayer, Oaxaca y Fox; hoy, Guerrero y Peña Nieto
+ Quema de Palacio de Gobierno… y Nerón Aguirre toca el arpa
Martín Moreno
@_martinmoreno
La historia suele repetirse, primero como tragedia, y luego como farsa, dijo Marx. Ayer, Oaxaca, incendiada por la violencia magisterial y de la APPO, el gorilismo del priista Ulises Ruiz y la apatía criminal del presidente Vicente Fox.
Hoy, Guerrero incendiado –literal- por normalistas en protesta por la desaparición de 43 compañeros, la ineptitud criminal del perredista Ángel Aguirre y la indolencia del presidente Enrique Peña Nieto.
Dos momentos. Dos tragedias.
Y en medio, la desprotección ciudadana, la población arrinconada, el crimen organizado engallado, los empresarios amenazados, la actividad económica a pique, los vacíos de gobierno.
Ayer Oaxaca. Hoy Guerrero.
Y ayer como hoy, la escena desde todos los frentes – Presidente, gobernador, alcaldes ligados al narco, gobierno federal y criminales- se está reeditando bajo el grito de: ¡Qué se joda Guerrero!
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En Los Pinos, la apuesta es: el gobernador Ángel Aguirre debe caer. Y no les faltan motivos: el priista de corazón y perredista por conveniencia política, ha llevado a la entidad a la ingobernabilidad. Su única salida parece ser la dimisión. Sin embargo, en la casa del poder presidencial se está cayendo, al mismo tiempo, en una irresponsabilidad histórica.
¿Por qué?
Cuando en, al menos, dos momentos, Peña Nieto marcó lo que para su gobierno significa Guerrero:
Primero, el lunes 6 de octubre, tildó tibia y erróneamente de “afectados” a los normalistas, cuando en realidad – según lo declarado el domingo 5 por el Fiscal de Guerrero, Iñaki Blanco-, los estudiantes fueron asesinados, quemados y enterrados en fosas comunes afuera de Iguala.
Peña mostró insensibilidad inaudita al utilizar la palabra “afectados”, cuando la tragedia ya alcanza dimensiones internacionales.
Segundo, al calificar a Guerrero – nada menos que ante gobernadores de todo el país-, de ser un estado con “vacío de autoridad”, con clara dedicatoria a Ángel Aguirre, quien no se encontraba en la reunión en Aguascalientes.
¿Qué mensaje envía Peña Nieto cuando asume que en Guerrero hay vacío de autoridad?
Casi nada: que el gobernador está de adorno. Que no hay autoridad. Pero en el lance contra Aguirre, Peña Nieto comete un error mayúsculo: tras dar el diagnóstico de “vacío de autoridad”, rehuyó a su responsabilidad de garantizar constitucionalmente la seguridad de los guerrerenses –mexicanos también, hasta donde sabemos-, y si bien envió a soldados, marinos y federales, éstos solo se limitaron a actuar en Iguala y sus alrededores. ¿Y Chilpancingo? ¿Y Acapulco? ¿Acaso no existen? Peña Nieto – al igual que Fox en 2006, con Oaxaca gobernado por Ulises Ruiz-, pretende responder de manera parcial ante la desaparición de normalistas, apoyando con elementos federales, sí, pero desentendiéndose, al mismo tiempo, del clima de inseguridad en el resto de la entidad.
Sí: qué Guerrero se joda.
Pero esa apuesta mezquina de Peña Nieto es como la serpiente que se muerde la cola: a nivel internacional – esa obsesión en Los Pinos por lo que dicen de México en el extranjero-, se ve al peñista como un gobierno atribulado, rebasado, arrinconado e impotente para hacer frente al poderoso crimen organizado mexicano.
Si la apuesta de Peña es que caiga el gobernador Aguirre, en ese lance también estaría cayendo, de manera paradójica, la imagen del gobierno mexicano ante el mundo, arrastrado por los vacíos de poder que Peña Nieto critica, pero que a la vez, son también un reflejo de lo que vive su presidencia: los vacíos en este caso, en Guerrero.
Basta un botón: bajo el nuevo esquema de seguridad federal, es el Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), responsable directo de “sentar las bases de coordinación y distribución de competencias en materia de seguridad pública entre el gobierno federal, los Estados, Municipios y el Distrito Federal”, según reza en su página oficial. Hasta donde sabemos, fueron policías municipales los que acribillaron, sometieron y entregaron a sicarios de “Guerreros Unidos” a los normalistas y, por tanto, estaban bajo la férula del SNSP en cuanto a “coordinación”.
Allí falla entonces el SNSP, ya que, por ley, le corresponde la coordinación de policías municipales, incluido Guerrero. Falla el presidente Peña Nieto, que en su afán de hacer naufragar a Aguirre Rivero, se lleva entre los molinos a Guerrero.
Falla el secretario de Gobernación, Osorio Chong, responsable directo de la política interna del país. Tuvo Chong que abotonarse las mangas de su camisa blanca, porque ese lance publicitario nada más no le funciona ante la ira guerrerense. Osorio ya está de nuevo detrás de su escritorio.
¡Qué se joda Oaxaca!
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“¡No renuncio!”, dice el gobernador Ángel Aguirre Rivero, bajo una patética versión del Nerón sureño que toca el arpa mientras la ciudad se le incendia. ¡Vaya tipo!
Hoy por hoy, Aguirre piensa, le interesa y actúa más en función del futuro político de su hijo – a quien se promociona por todos lados como candidato a la alcaldía de Acapulco-, que en el bienestar de los guerrerenses. Por ese sólo hecho, debería dejar la gubernatura.
Lo ocurrido el lunes pasado en Chilpancingo, cuando los normalistas quemaron el Palacio de Gobierno – nada menos que la casa oficial del gobernador en turno-, es de extrema gravedad: jamás se había visto, al menos en la historia contemporánea del país, que a un gobernador le quemaran su sede de gobierno.
Quemar Palacio de Gobierno fue inédito: nunca había ocurrido. Quemar Palacio de Gobierno fue decir: ya no te queremos a ti, gobernador Aguirre.
Quemar Palacio de Gobierno es la señal: hoy fue Palacio de Gobierno. Mañana, serás tú, gobernador. “A ver si ahora sí se va Aguirre Rivero, dijo un ciudadano que miraba el chorro de humo negro que salía de las llamas de uno de los edificios del Palacio de Gobierno”. “Vamos con todo porque ya estamos cansados de que el Gobierno nos mire la cara de pendejos…”. “…serán (las protestas) algo diferente a lo que se ha venido realizando”, son los testimonios recogidos por Jesús Guerrero en el diario Reforma. Nada qué agregar.
Por eso, Aguirre se debe ir de la gubernatura.
El siempre estimado Sergio Sarmiento, escribió en su columna “Jaque Mate” en Reforma, que Aguirre no debe renunciar porque fue electo en las urnas ni debe ser destituido por manifestaciones o presiones. Coincido en ese enfoque con Sarmiento. Sin embargo, esa realidad – válida, por supuesto-, ya ha quedado rebasada por los acontecimientos en Guerrero. Cuando la viabilidad de un estado ya está en riesgo, con ciudadanos indefensos, la criminalidad fuera de control y desafiante, los normalistas quemando Palacio de Gobierno, vacíos de autoridad y lo más grave: sin soluciones a la vista, y con alta posibilidad de que haya mayor escalada de violencia, entonces es momento – también en nombre de la democracia- de reflexionar sobre qué importa más en una coyuntura infernal: la permanencia de un gobernador electo por el pueblo, o la posibilidad de que su presencia lleve a Guerrero, todavía, a peores escenarios.
Aguirre falló en Guerrero.
Como también Eruviel Ávila ha fallado en el Edomex al convertirlo en el estado más violento del país. Y otros más.
Las urnas, algunas veces, también se equivocan.
Es momento, entonces, de buscar alternativas de solución, y valorar momentos, decisiones y riesgos a futuro.
“Yo no renuncio”, advierte el Nerón sureño tocando un arpa cuyas cuerdas ya están chamuscadas.
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Ni Peña Nieto ni Ángel Aguirre – por sus afanes políticos a futuro-, tienen ningún derecho a crucificar a Guerrero. A final de cuentas, el primero se va en cuatro años y el segundo en un año. Lo demás permanece.
Peña se da un balazo en el pie al dejar que Guerrero arda, porque esas llamas también calcinan la imagen de México en el mundo.
Aguirre ya pasó a la historia como el gobernador al que le quemaron su Palacio de Gobierno. Su casa oficial, pues.
¿Y Guerrero? Por lo pronto… ¡qué se joda! (http://www.sinembargo.mx/opinion)
Del autor
Es columnista, conductor radiofónico. Autor de los libros Por la mano del padre. El Caso Wallace. Paulette: lo que no se dijo. Abuso del poder en México. Necaxista