EDITORIAL
Una estela de dolor atraviesa el país, particularmente del centro hacia el Sur. La Ciudad de México, Morelos, Puebla, Estado de México, Guerrero y, por supuesto Oaxaca y Chiapas, en donde no se han dejado de sentir los efectos constantes y continuos de los sismos del 7, 19 y 23 de septiembre. Pero también se ha probado una vez más que México es mucho más que sus gobiernos federal y estatales: es la solidaridad de todos aquellos que extienden la mano para ayudar al hermano en desgracia y aún, con sus propias manos participar en las labores de rescate en edificios derrumbados como en la Ciudad de México.
Sin embargo, el terror de los siniestros no se ha podido extinguir en la conciencia colectiva de los afectados. El sábado 23 de septiembre, nuevos sismos generaron pánico y dolor, pues algunas casas y edificios que se habían mantenido en pie luego de los dos siniestros pasados, terminaron por venirse abajo. Así ocurrió en Juchitán de Zaragoza y Asunción Ixtaltepec, en donde se cayeron casas, un puente y hasta se sumaron tres decesos más a la lista de víctimas mortales. A Oaxaca le ha llovido sobre mojado. El referido sábado cayeron lluvias torrenciales que no sólo complicaron la situación de la capital oaxaqueña, en donde se han registrado también daños de consideración, sino en el Istmo de Tehuantepec. Los damnificados que dormían en la calle o en albergues, tuvieron que buscar ayuda ante la tormenta que se abatió sobre las zonas afectadas.
Pero hay en el imaginario colectivo un elemento de coincidencia: no estamos preparados por hacer frente a una situación de desastre; no existe una cultura de prevención, de salvamento, de protección para salir con vida en una situación de emergencia. Mucho menos para ayudar a los demás. Desde hace mucho tiempo en Oaxaca no se realizan los simulacros, la revisión de edificios públicos, escuelas, bares, mercados, etc., para verificar las rutas de evacuación y de emergencia; la existencia de extinguidores, de carteles ilustrando los pasos a seguir, mucho menos la existencia de los comités o comisiones de protección civil en dichos lugares o en los municipios oaxaqueños. Dicho mapa de ruta ya no existe, desde que al menos dos sismos de menor magnitud nos golpearon en junio y septiembre de 1999.
Una vez que termine la emergencia que, a más de dos semanas no nos ha dejado en paz, con constantes temblores y lluvias, el gobierno de Alejandro Murat debe emprender el camino de la reconstrucción pero en dos vertientes: la física y la moral. La primera tiene que ver con la rehabilitación de las viviendas de nuestros afectados y, la segunda, el largo camino de crear conciencia respecto a la formación de una cultura cívica que permita crear una cultura de qué hacer en caso de desastres. La emergencia y la tragedia que nos ha lacerado no nos han permitido vislumbrar aún la relevancia de saber los pasos para salvar nuestra propia vida y la de los demás.
La Comisión Estatal de Protección Civil (UEPCO) debe promover ante el Congreso del Estado, un mayor presupuesto, autonomía y mayor desenvolvimiento en situaciones críticas. Hoy en día da pena ajena ir a las oficinas y encontrar vehículos en mal estado, pobreza administrativa y miseria financiera. El sistema de alertamiento debe estar activo. Si en el pasado hubo adeudos de consideración, hay que pagarlos. El pueblo no puede ser corresponsable de lo hecho por malos gobiernos, corruptos y cínicos que arriesgaron la vida de millones de oaxaqueños por su ambiciones monetarias.