EDITORIAL
No hay un solo día en que la nota roja de los diarios no destaque sucesos de violencia y muerte. Las estadísticas de crímenes dolosos van en aumento. Hay regiones en la entidad, Tuxtepec por ejemplo, en donde las ejecuciones son el pan de todos los días. Se dice que son dos cárteles de la droga que se disputan la plaza. Y ambos están dirigidos por dos hermanos. Las amenazas de unos y otros; las sentencias de muerte que se esgrimen entre sí, han saturado las redes sociales. Hombres, mujeres o personas de la tercera edad, son ubicadas en la lista de los criminales. Las calles de la antes tranquila y rica Cuenca del Papaloapan, se han llenado de sicarios sedientos de sangre y las balaceras o los ajustes de cuentas no tienen horario ni lugar. Se pueden dar frente a centros escolares o en céntricas y concurridas avenidas.
Hace al menos dos semanas se registraron nueve homicidios sólo en un fin de semana. Hace al menos diez días, cuatro jornaleros agrícolas, que se dirigían a los cultivos de caña de azúcar fueron ejecutados y sus cadáveres –atados de manos y amordazados- tirados en un paraje solitario. Poco después una pareja fue ultimada, con los mismos métodos. Si bien es cierto que aquí se ha recrudecido la violencia, no es la única región del estado que ha sido permeada por los grupos criminales. La noticia de un enfrentamiento entre las Fuerzas Armadas y un grupo que había asentado sus actividades criminales en Jesús Carranza y Uxpanapa, Veracruz, pero que a menudo cometían secuestros y levantones en el lado oaxaqueño, caló hondo en la opinión pública, pues dicho grupo estaba avituallado con armas poderosas, como la Barrett-50. El saldo del enfrentamiento fue de al menos 20 delincuentes abatidos.
En los corrillos policiales se menciona a menudo de la situación tan grave que existe tanto en Tuxtepec como en Juchitán y la costa oaxaqueña. Pero –como ya hemos dicho- el resto del estado no goza de seguridad. Los asaltos a sucursales bancarias que desde hacía mucho tiempo parecían ser parte del pasado, se han vuelto a poner en el escaparate cotidiano. Farmacias, súper mercados, asaltos en camiones de pasajeros, etc., se han convertido en algo común. Hace unos días asaltantes penetraron a una casa de la Colonia Reforma, ataron y amordazaron a los propietarios, mientras los despojaban de alhajas, dinero en efectivo y artículos electrónicos. Y la semana anterior, sujetos desconocidos, supuestos anarquistas, hicieron estallar al menos tres artefactos explosivos. Es decir terrorismo puro. Sin embargo, el sistema de justicia que debería haber endurecido las penas para este tipo de delitos, que se dan de manera violenta y armas de por medio, se muestra cada vez más benévolo con los que delinquen.
No es fortuita nuestra insistencia en el sentido de que los nuevos jefes policiales, que recién se acaban de incorporar a la estructura gubernamental, se pongan a trabajar. Ya basta de usar las redes sociales para publicitarse o auto-promoverse. La situación de la seguridad pública en la entidad es algo serio. No es un partido de fútbol. La Policía Estatal debe ser reorganizada y establecer los códigos de ética y disciplinarios. La lealtad a las instituciones se ha relajado demasiado. La agitación y el mal ejemplo que ha construido el magisterio ha permeado hasta en las corporaciones que tienen la responsabilidad de garantizar la seguridad ciudadana. Ojalá que la experiencia de los nuevos jefes, fogueados en la Marina/Armada de México, traiga consigo un poco de tranquilidad y revierta la inexperiencia e incapacidad de los que les antecedieron en el cargo que, de alguna suerte, contribuyó a que la entidad esté hoy con elevados índices delictivos y criminales.
