José RUBINSTEIN/Excélsior
Los frustrantes resultados de distintos gobiernos del orbe han desatado un vigoroso hartazgo global hacia la clase política tradicional, explorando la decepcionada ciudadanía innovadoras opciones de liderazgo, en el ánimo de castigar a sus actuales gobernantes.
Un sucinto repaso a lo largo de nuestro hemisferio confirma el referido hartazgo:
En Canadá, el liberal Justin Trudeau, de 43 años, hijo del memorable Pierre Elliott Trudeau, resultó electo primer ministro por mayoría absoluta, dando fin a la permanencia conservadora de casi una década en el poder de Stephen Harper. “Es el momento para el cambio, para el cambio real”. Trudeau rechaza la desigualdad y la austeridad, plantea ejercer presupuestos con déficit para invertir en infraestructura y servicio social. Trudeau ofrece retirar a Canadá de la misión aérea contra el Estado Islámico —ISIS—, restablecer relaciones con Irán y luchar contra el cambio climático.
En Estados Unidos de América, teóricamente existe la posibilidad de que un nada tradicional candidato, antipático e insolente, represente a los republicanos por la presidencia de la nación. Incluso, el otro aventajado precandidato republicano por la nominación es el neurocirujano Ben Carson, distinto también al tradicional aspirante presidencial.
En México, aunque el 2018 se observa con catalejos, persiste un atípico candidato presidencial en campaña —dice que la tercera es la vencida—, crítico de todo lo que el gobierno hace y de lo que no hace. El número de candidatos alternativos tiende a expandirse, por lo pronto Nuevo León es gobernado por un político independiente beneficiado del voto de castigo al anterior mandatario.
En Guatemala, el cómico de televisión Jimmy Morales fue electo presidente de la República con 67% de votación. Este humorista, conservador, bien visto por el ejército y profundamente religioso, declara que sus principios rectores son el temor a Dios, la familia y el honor. Jimmy Morales gana su primera elección; cuando compitió por la alcaldía de Mixco quedó en tercer lugar. “No habrá tolerancia con la corrupción”. El sufragio guatemalteco rubricó su hartazgo al sistema personificado por el Presidente y la vicepresidenta de la República en funciones, apenas encarcelados por corruptos.
En Argentina sorprende el prácticamente empate técnico entre dos contendientes por la presidencia de la República, el oficialista Daniel Scioli, delfín de la mandataria peronista —van 28 años de gobiernos peronistas— Cristina Kirchner, y el centro derechista Mauricio Macri. Por primera vez en Argentina habrá una segunda vuelta, situación que parece favorecer al opositor Macri, portador de un reclamo de cambio y hastío hacia la pareja presidencial —allí sí, literalmente— que ha gobernado desde 2003, heredando 20% más de pobres y una inflación anual del 25%. De ganar Macri el balotaje el próximo 22 de noviembre, se confirmará la tendencia global de reemplazar a regímenes cuyo triunfalista discurso difiere de la pesada realidad.
En Bogotá, Colombia, después de 12 años de gobiernos de izquierda, Enrique Peñaloza —ya fue alcalde de 1998 a 2000— regresa a la alcaldía, presentándose como el candidato menos político y la alternativa más transversal.
En Brasil, la situación política y económica tiene en la cuerda floja a su reelecta presidenta Dilma Rousseff. La contracción económica para 2015 es de .58%, la peor desde 1990, en tanto que la inflación anual rondará en 7.5%. Vaya contraste, del auge económico de Petrobras, del Mundial de Futbol y de las próximas olimpiadas de Río de Janeiro, al megafraude en la misma Petrobras —aunado al desmoronamiento del precio del petróleo— donde cada empresario o político investigado resulta ser corrupto y a la descomunal deuda externa contraída. El clamor creciente en Brasil exige el impeachment, es decir, someter a doña Dilma a juicio político con miras a destituirla de su cargo. Lo evidente es que los ciudadanos han dejado la docilidad para mejor ocasión, quien gobierne habrá de cumplir ¡o se va!
En Venezuela, la ajustada camisa de fuerza que oprime a la sociedad tendrá que reventar. Confieso estar enganchado con la infame detención de Leopoldo López y muchos otros. Maduro pretende ocultar su ineptitud acusando a venezolanos de bien de conspirar contra la patria. El mayor conspirador se llama Nicolás Maduro. Esperamos que en las elecciones parlamentarias de diciembre próximo se extienda en Venezuela la alternancia que la voz del pueblo ha hecho posible en otras latitudes del continente.
La voz de la gente se eleva, el voto duro se ablanda, ningún gobernante queda exento del escrutinio popular. En adelante lo único fijo será el cambio. La consigna es: No provocar hartazgo.