Agencias
En una entrevista con el periódico La Jornada en Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador dejó entrever su posible reelección.
“Yo termino, si así lo decide la gente, en 2024, y no vuelvo a participar en política, a ocupar ningún cargo ni a aspirar a nada, porque siento que contribuí y vendrán otros”, expresó.
Añadió que cuando era ya Presidente electo, las negociaciones para el acuerdo conmercial entre México, Estados Unidos y Canadá se rompieron durante una semana por su exigencia de mantener el sector energético al margen de ese convenio; que nadie se atrevía a decirle al presidente Donald Trump que las páticas estaban detenidas porque nosotros no aceptábamos ese capítulo, que a la postre hubo sensastez en la Casa Blanca y se aceptó la exclusión de un texto que ya se había acordado con el gobierno de Enrique Peña Nieto para someter los hidrocarburos y la electricidad a los términos del tratado trilateral.
Convencido de la viabilidad legal de la consulta ciudadana para enjuiciar a sus antecesores, el madatario tiene claras las causas por las que considera podrían ser llevados ante la justicia: de la corrupción al narcogobierno, del fraude electoral a la entrega del patrimonio nacional. Si Estados Unidos solicitara la extradición del ex presidente Felipe Calderón, México la concedería en atención a los acuerdos bilaterales establecidos, dice.
Con esa misma determinación, reafirma que no se revisará la estrategia para combatir el COVID-19, pese a la alta mortalidad registrada, porque es la correcta, y señala que en México, a diferencia de otras naciones, no ha habido un colapso del sistema de salud, aunque admite que el saldo de la pandemia en el país y el mundo ha sido más que catastrófico y que todas las proyecciones fueron rebasadas.
Otro asunto excepcional es que, hasta donde vamos, el Presidente siga ganando la partida a la solemnidad del poder y se mantenga como el que siempre fue: un hombre llano, transparente y dicharachero que descree de la imagen pública y de las convenciones comunes de la política y la economía, y se aferra, en cambio, a sus propósitos de toda la vida –que pueden resumirse en mejorar las condiciones de las mayorías y dignificar la vida pública– y a una rutina tan simple como eficaz: levantarse todos los días a las 5 de la mañana a trabajar y enfrentar los obstáculos que le surgen, desde las complicadas ecuaciones de la política exterior hasta los pleitos en su gabinete; desde la pesada herencia de pobreza, corrupción e inseguridad hasta la elaboración de respuestas inmediatas y directas a algunos de sus críticos más enconados.