Ana PAULA ORDORICA/Excélsior
¡Qué difícil pueblo somos los mexicanos! Queremos vivir en un país sin corrupción, con instituciones fuertes, con una economía boyante, de reglas claras y sin absurdos ni abusos, pero también queremos lograrlo sin poner nuestro grano de arena. Pensando que cada uno de nosotros somos la excepción.
Y cuando digo los mexicanos, me refiero desde el Presidente para abajo. Al presidente Peña Nieto lo hemos escuchado decir una y otra vez que quiere luchar en contra de la corrupción. Una de sus principales promesas de campaña fue la creación de un Sistema Nacional Anticorrupción que, a la mitad del mandato, aún no existe.
El balón de ese Sistema Nacional Anticorrupción está en el campo legislativo. El tema no es ése. El tema es escuchar al Presidente decir, una y otra vez, que nuestro gran problema es la corrupción y decir que está comprometido a generar las instituciones para batallar en su contra, pero a la hora de la verdad, cuando sale a la luz el escándalo de corrupción por la Casa Blanca o la casa de Malinalco, la respuesta del Presidente parece ser “luchemos contra la corrupción… de los otros. Yo soy la excepción”.
Pero el Presidente no es el único que actúa de esa manera. Ese sentimiento de excepcionalidad está en muchísimos mexicanos.
En el diputado o senador que saca “la charola” para entrar sin hacer fila; en el periodista que asume tener derecho a privilegios especiales por contar con un micrófono. Todos bajo la misma premisa: yo soy la excepción.
Y en los miles de ciudadanos que buscan cómo brincarse las leyes, cómo darle la vuelta al trámite, cómo evitar hacerle caso a la autoridad, a sabiendas, claro, de que romper la ley no tiene consecuencias, por un lado. Por el otro, como lo muestra el estudio sobre corrupción de María Amparo Casar, Anatomía de la Corrupción, también porque al considerar que las reglas son malas o absurdas, nos damos licencia para romper la ley.
Queremos un espacio limpio, libre de autos en Chapultepec, por ejemplo, pero cuando nos prohíben que nuestro auto circule por ahí, queremos ser la excepción. Que dejen de circular todos, menos yo. Y eso le exigimos al policía que está cuidando los accesos al parque que no es para vehículos.
Este sentimiento de excepcionalidad hace muy difícil que avancemos, que el país sea mejor, que crezcamos, que dejemos de ser el país del “ya casi”, del “ya merito”. Y de ello somos responsables, en mayor o menor medida, todos.
Así que no nos podemos sorprender que el Tercer Informe de Gobierno no arrojara mejores noticias ni de los pronósticos pesimistas de Moody’s y otras calificadoras que hablan de años difíciles para México hoy y en el futuro.
Tanto “yo, la excepción”, tiene un costo. La pregunta es ¿cuándo y cómo tocaremos fondo para que las cosas comiencen a cambiar para mejor?
Twitter: @AnaPOrdorica