La población ha perdido el temor y la fe en Dios, los jóvenes ya no quieren participar de las tradiciones
Violencia, corrupción y desestabilización social que agobian a Oaxaca y a todo el país son síntomas de que la población está perdiendo el temor y la fe en Dios, afirmó la decana de las festividades en honor al Dulce Nombre de Jesús de San Martín Mexicapan, Josefa Ibáñez Méndez.
Los fraudes de las autoridades, el crimen organizado, la violencia en los hogares, los asaltos en las calles, las agresiones sexuales y los enfrentamientos entre organizaciones políticas, ocurren porque los oaxaqueños se han alejado de los valores éticos y morales, sostuvo la mujer de 88 años de edad.
Cuando el hombre deja de temerle a Dios todo se desestabiliza y justo eso sucede con las actuales generaciones: “Sólo piensan en obtener dinero y poder, y se olvidan de la espiritualidad”, añadió, en entrevista.
Josefa Ibáñez, quien en la década de los 30 impulsó la construcción del templo católico de San Martín Mexicapan, consideró que retomar la fe es el único camino que llevará a Oaxaca por la senda del crecimiento y la prosperidad.
“La fe se pierde cuando se le pierde el respeto y el temor a Dios; como no están tan allegados (al catolicismo) como antes, todo se desestabiliza”, reiteró.
Durante 69 años, Ibáñez Méndez ha encabezado las fiestas en honor al Dulce Nombre de Jesús; sin embargo, reconoció que en los últimos años la participación de los jóvenes ha decrecido, pues la conmemoración les ha dejado de importar.
Lo anterior, agregó la mujer, es el resultado de las modas que la sociedad ha adoptado de otros países y que no han hecho más que desposeer a los mexicanos de su propia tradición.
Personaje histórico
La mayordomía del Espíritu Santo del Dulce Nombre de Jesús, cuya antigüedad data de hace más de dos siglos, es una de las fiestas más importantes de San Martín Mexicapan.
Desde los siete años de edad, en 1936, Josefa Ibáñez se inició en la fe católica gracias a su tía, Felipa León, en aquel entonces mayordoma principal de la festividad.
La niña y su tía recorrían brechas y veredas del pueblo –en aquel entonces semihabitado– con el fin de darle cumplimiento a la tradición, que comienza el sexto viernes después del domingo de Resurrección y termina dos martes después, tras 12 días de actividades.
A los 18 años, en 1946, tras 11 años de preparación, Ibáñez fue nombrada mayordoma y desde entonces, la mujer, por voluntad de los feligreses, ha permanecido al frente del comité organizador.
“La fe y la tradición siempre han llenado mi vida, me han llenado de felicidad; por eso es triste ver cómo las generaciones se pierden, son infelices, por falta de fe”.
De carácter duro y mano firme, Josefa se ganó el respeto de los feligreses y mayordomos, quienes en dos ocasiones, en los últimos meses, la han convencido para que continúe organizando la celebración aun cuando “los años ya me pasan factura”.
“Es importante que el conocimiento vaya de generación en generación, que los mayordomos sepan cómo se realiza cada cosa y su porqué. Estoy muy agradecida con Dios padre Jesús Cristo por las bendiciones que me ha dado”, refirió.
Hace tres semanas, el pasado 22 de mayo, se realizó la tradición más importante de la mayordomía del Dulce Nombre de Jesús: La Limosna.
Alrededor de las nueve de la noche, las personas se reunieron en casa de la mayordoma de 2014, adonde las imágenes del Dulce Nombre de Jesús habían sido trasladadas desde una semana antes para la novena.
Cerca de las 11 de la noche, los organizadores recogieron la limosna: para ello, extendieron un petate y encima de él una mantilla, en la que, una a una, tras un buen baile, las mayordomas de las anteriores ediciones fueron dejando las aportaciones que sirvieron para ayudar a solventar parte del gasto del evento de este año.
Recogida la limosna, la anfitriona repartió entre los asistentes chocolate, pan, cerveza y mezcal; minutos después, entregó a la mayordoma de este año un obsequio que consistió en una canasta que contenía seis botellas de licor, una botella de rompope, una barra de chocolate de un kilogramo, dos panes de yema, una caja de galletas, un paquete de cerillos y un paquete de cigarros.
A las 12 de la noche, después de bailar el Jarabe del Valle, todos partieron con banda y cohetes a casa de la mayordoma entrante, donde continuó la fiesta, con más pan y bebidas.
La festividad continuó el lunes 25 de mayo cuando las imágenes fueron devueltas a la iglesia y quemados los fuegos pirotécnicos; el martes 26 se realizó el cambio de mayordomía, a la espera de la conmemoración del próximo año.
“Ojalá que los jóvenes vuelvan acercarse a Dios, pues sólo así tendremos un futuro mejor, sin tanta maldad y perversión”, sentenció la mayordoma vitalicia.