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Tres relatos de horror y un vergonzoso informe

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Arsenal

 

 

Francisco GARFIAS

 

No acababa de digerir los relatos del horror que escuché en voz de Luisa, José y Juan, tres policías federales heridos en Nochixtlán que testificaron en el Senado, cuando  en mi WhatsApp apareció la síntesis del informe de la CNDH sobre lo ocurrido en Tanhuato, Michoacán.

Apenas podía creer lo que leía. La valiente denuncia del organismo que dirige Luis Raúl González Pérez acusaba a la Policía Federal que participó en el ataque al “Rancho El Sol” de “uso excesivo de la fuerza”.

En ese sangriento hecho, ocurrido el 22 de mayo de 2015, murieron 43 personas.

El documento de la CNDH habla de 22 víctimas ejecutadas en forma “arbitraria” por los federales, quienes poco antes habían perdido varios elementos en un ataque del Cártel Jalisco Nueva Generación.

Precisa que a 13 de las víctimas les dieron por la espalda; otras cinco murieron por disparos desde un helicóptero. A tres los mataron cuando ya estaban sometidos.

La Comisión también balconea las mentiras de la Policía Federal. “Las armas que se encontraron junto a 11 de las víctimas  fueron sembradas”, asegura el informe. Y más: a una de las víctimas la quemaron viva, de acuerdo con el peritaje médico oficial que cita la CNDH. Otra fue atropellada.

Parafraseando a El Peje, ese nivel de represión ni Putin lo tiene.

El comisionado Nacional de Seguridad, Renato Sales, salió a desmentir el informe, sin haberlo leído. “Fue en defensa propia”, alegó el hombre, en el mensaje que ofreció ayer acompañado de Enrique Galindo, comisionado de la Policía Federal.

“Hicieron caso omiso de los llamados a deponer las armas y dispararon contra la autoridad. En esta acción un agente de 25 años perdió la vida… el uso de las armas fue necesario ante un escenario hostil”, justificó Sales.

A las víctimas las llamó el comisionado “presuntos miembros de la delincuencia organizada”.

Por cierto, González Pérez le pidió al comisionado que primero lea el informe y luego opine.

La verdad es que la tesis de la defensa no resulta muy convincente. Fueron 42 víctimas civiles y sólo una de la policía.  ¿Sospechoso, no?

Fue un jueves negro en cuanto a revelaciones de hechos de represión y salvajismo ocurridos en el país.

Hasta el Salón de Protocolos del Senado llegaron ayer nueve policías heridos en Nochixtlán.

Se pusieron de espaldas durante el tiempo que duró la  reunión con la Comisión Legislativa que da seguimiento al caso, para no revelar su identidad.

A lo largo del inédito conclave —no tengo memoria de algo similar— hubo momentos de congoja, de vergüenza, de llanto.

Tres de ellos narraron el viacrucis que vivieron en esa localidad de Oaxaca.

A José, de 37 años, ingeniero en Control y Automatización, le estalló un petardo en la pierna. Cayó. Lo desnudaron, lo golpearon hasta hacerle perder el conocimiento, lo rociaron de gasolina y amenazaron con quemarlo, lincharlo.

Estuvo secuestrado en la iglesia del pueblo casi tres días.  Lo intercambiaron por 22 detenidos.

Su diagnóstico médico: “traumatismo craneoencefálico, edema en los dos ojos, fractura del tabique nasal, en el índice derecho, rotura de ligamento de la rodilla izquierda, esguince en los tobillos…”.

Luisa, madre de dos hijos, narró su experiencia con el llanto en los ojos. Recordó el machetazo que le dieron en una pierna, las patadas y golpes con palos que recibió en la cara, en “las pompas”, en el cuerpo.

“Me cocieron, me cortaron el pelo, nos quitaron la ropa. Las mujeres llevaban palos, los hombres machetes”, dijo.

También la retuvieron para el intercambio que quería la Sección 22 de la CNTE.

A Juan lo golpearon en la cabeza con un palo y le amputaron la mano con un machete. Lo retuvieron cuatro días y lo intercambiaron.

En el encuentro hubo de todo. Hasta un enfrentamiento verbal del perredista Fidel Demédicis con las senadoras Mariana Gómez del Campo y la priista Mariana Benítez.

Las dos mujeres recordaron al senador del PRD que utilizaba un tono intimidatorio al hacer sus preguntas, que los policías no comparecían ante el Ministerio Público, sino ante una comisión de seguimiento. Demédicis amenazó incluso con salirse.

 

Fue después de que preguntara al gendarme José si llevaba armas ese día que surgió la tensión.

-Sí —repuso.

-¿De qué tipo? —insistió el legislador.

-Llevaba mi pistola.

-¿Que calibre? —machacó.

-Nueve milímetros.

-¿La accionó?

-Sí, la tuve que accionar.

José explicó que después de que se empezaron a recibir heridos por arma de fuego, hubo la instrucción de que una pequeña parte del personal llevara su equipo táctico.

Demédicis había rogado previamente a los policías federales que “no nos golpeen, no nos ataquen, somos pueblo”.

Hubo un momento en que el perredista exasperó al gendarme con sus insinuaciones de que a los federales los mandaron a agredir y no a contener.

José le revirtió la pregunta: “entonces, si a aquella persona no la puedo yo golpear ¿aquella sí me puede dañar? O no sé ¿entonces yo sólo me pued0o morir?”.

El perredista ya no supo por dónde jalar. Sólo dijo: “sí claro…”

 

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