El artista plástico, el hombre de las causas sociales, el juchiteco que estuvo al frente de la defensa de la tierra y el territorio, de las lenguas indígenas e incluso de la libertad de expresión, el gran defensor del patrimonio cultural, uno de los tres grandes de Oaxaca, al lado de Rodolfo Morales y Rufino Tamayo, pero más allá, considerado el sucesor de los tres grandes de México: Rivera, Siqueiros y Orozco, Francisco Toledo cruzó el umbral de la inmortalidad, pero deja un legado cultural importante para Oaxaca, México y el mundo
Alonso PÉREZ AVENDAÑO
El jueves 5 de septiembre de 2019 queda marcado en la historia de México y de Oaxaca como el día en el que se fue el último gran artista que quedaba en el país. Francisco Toledo (Juchitán de Zaragoza-1940) falleció víctima de un cáncer pulmonar a los 79 años.
Si se recuerda su relevancia como pintor se le querrá colocar como uno de los Tres Grandes de Oaxaca, al lado de Rodolfo Morales y Rufino Tamayo. El diario Reforma lo ha llamado “el sucesor” de los tres grandes: Rivera, Siqueiros y Orozco. ¿Es necesaria la ubicación? ¿Se puede ubicar a un ser que estuvo en cada lugar en todos los tiempos? ¿Se puede hablar de un hombre para quien la muerte no es más que otro estado de existencia? Es ocioso mencionarlo como un pintor universal, sería más preciso (y valioso) nombrarlo como un hombre que pinta en el universo.
La muerte de Toledo ha atraído decenas de las escenas más recordadas (aunque pocas refieren a sus obras, pocas son reflexiones sobre el significado o su valor personal o colectivo). Son demasiadas palabras, demasiado ruido para un ser que en el silencio encontraba mucha de su grandeza.
Se repitieron incesantemente las historias de cómo pagó sus impuestos a Hacienda con obras de mierda; cómo venció a una cadena de restaurantes norteamericana; cómo exigió al presidente Enrique Peña Nieto que detuviera los permisos para sembrar maíz transgénico en el país; cómo voló un papalote, cómo…
EL ARTE Y LA LUCHA SOCIAL
Toledo acompañó la lucha de la Coalición Obrero Campesina Estudiantil del Istmo, la original, la legítima, cuando el movimiento logró el triunfo en Juchitán de Zaragoza ante el omnipotente Partido Revolucionario Institucional. Era 1983. Toledo era ya para entonces un intelectual, «un gran artista y uno de los hijos distinguidos de este lugar», como se le reconocía en las plazas cuando participaba en los mítines políticos.
El 17 de julio de ese año, el artista junto al fotógrafo Rafael Donis y el escritor Víctor de la Cruz fueron agredidos por un grupo de priistas. Ese día el artista cumplió años, 43. Número simbólico.
En el universo Toledo todo son causalidades, no casualidades. La lucha de la COCEI contra las organizaciones corruptas y criminales del PRI-Gobierno en Oaxaca causaron -como lo documentó Carlos Monsiváis en Entrada libre, crónica de una sociedad que se organiza- la muerte de 22 de sus integrantes entre 1974 y 1983. 31 años después, en 2014, ocurrió otro de los grandes crímenes que pueden atribuírsele al Estado mexicano, el mismo que mataba a sus opositores políticos fue omiso ante la desaparición en la comunidad de Iguala, Guerrero, de 43 estudiantes normalistas.
Ya no como protagonista, sino como testigo lejano del horror cometido en el territorio mexicano, Toledo impuso al arte ante la desgracia como vía de denuncia. “Como a los estudiantes de Ayotzinapa los habían buscado ya bajo tierra y en el agua, enviamos los papalotes a buscarlos al cielo», dijo sobre el performance en el que se le vio corriendo en el andador Turístico de la ciudad de Oaxaca con un papalote que llevaba en su frente el rostro de uno de los estudiantes desaparecidos.
TOLEDO INMORTAL
Sobre su obra se ha dicho y escrito mucho, aunque en realidad es difícil decir algo, imposible decirlo todo.
Sobre su pintura, en una entrevista con el diario El País, Toledo explicó cómo durante trayecto de su vida se transformó desde Juchitán hasta la Ciudad de México y París. “Mi vida ha pasado por muchas etapas. Al principio quería estar ligado a mi comunidad, ahí había mitos orales, tradiciones, cuentos; pensaba que podía ser el ilustrador de esos mitos. Con el tiempo me fui cargando de más información, visité ciudades y museos; Picasso, Klee, Miró, Dubuffet, viví en Europa, viajé a España, conocí a Tàpies, a Saura… Mi arte es una mezcla de lo que he visto y de otras cosas que no sé de dónde vienen. Me han influido el arte primitivo, pero también los locos, los enfermos mentales y, sobre todo, Rufino Tamayo, oaxaqueño, con quien tuve mucha cercanía en París”.
En 1953 Toledo ingresó a la Escuela de Diseño y Artesanías del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), que no era la mejor escuela, pero las inscripciones para la Academia de San Carlos y La Esmeralda habían pasado. Su primera exposición la realizó en 1959 en la Galería Antonio Souza y en el Fort Worth Center, en Texas. En 1960 viajó a París, de donde volvió a México en 1965.
Sin embargo, para el miembro del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, Carlos A. Molina, un elemento a destacar en la obra de Toledo es cómo los episodios de su vida –su tránsito de Juchitán a Minatitlán, de ahí a la Ciudad de México y de ahí a París- se encuentran ausentes de su obra tanto como muchos temas con los que se le ha querido mitificar, como la susencia de su padre, el universo oaxaqueño o su tradición indigenista.
También investigadora de la UNAM, Irene Herner, destaca la autenticidad como el principio de la obra de Toledo. Siguiendo como características su “sentido comunitario, su ser es con el arte y con su labor. Es el artista contemporáneo mexicano de más fuerte expresión”, expresa.
Herner recuerda cómo en 1992 Toledo ganó la Quinta Triennale Fellbach con su obra Instrumento musical de Xibalbá, “un monumento a la sencillez” que mide 62 por 12 por 16 centímetros, hecho con la vaina de un árbol y unas corcholatas. Entre artistas de Italia, España, Alemania y México, su triunfo fue unánime.
Toledo, escribió la crítica de arte Raquel Tibol, se acerca, como ningún otro artista ceramista posterior a la Conquista, a la cerámica ritual del México antiguo.
El filósofo, historiador de la pintura mexicana del siglo XX, Eduardo Subirats, apunta a Francisco Toledo como el pintor que sobresalió en la escena nacional en las últimas décadas, debido en gran medida a su intención de “destruir las memorias culturales mexicanas”.
“Lo hace en obras de gran formato, y de expresivas texturas y colores terrosos. En esas texturas parece que incrusta las huellas de este pasado: insectos, restos cerámicos, fragmentos de esculturas, signos. Esta conciencia de la destrucción en una sociedad postcolonial como la mexicana constituye un aspecto esencial de la conciencia moderna, guste o no guste a los curadores de los museos de Nueva York o Berlín, y a sus estéticas formalistas.
CREADOR DE CREADORES
La lucha por la historia para Toledo no fueron siempre las palabras ni la presencia en actos públicos. Su lucha cotidiana era la reproducción de la cultura.
Fue el principal impulsor del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, espacio único en Oaxaca y en México en donde miles de personas han tenido acceso a libros de arte, literatura, historia, filosofía, a los cuales de ninguna otra manera habrían podido acceder.
Creó también el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, la Fototeca Manuel Álvarez Bravo, la Fonoteca Eduardo Mata, el cineclub El Pochote, el Taller de Papel de Etla, el Centro de las Artes de San Agustín, la Biblioteca de Literatura, Poesía y Teatro.
Ahí, en los cuartos de revelado, en las salas de exposición, de lectura, en la sala de cine, se libraba la lucha que más le interesaba, la que creaba seres libres a partir de la experiencia artística.
Fue creador también, en 1972, de la Casa de la Cultura de Juchitán, hoy en ruinas luego de dos años de haber sido devastada por un sismo. A la generosidad de Toledo
¿OAXACA DE TOLEDO?
Hay en la biografía de Toledo tétricas referencias, de un humor vergonzante. Es Elena Poniatowska pidiendo que se cambie el nombre de Oaxaca de Juárez por el de Oaxaca de Toledo.
Poco honor haría este cambio porque aunque Toledo ha representado eternamente cada día a Oaxaca, Oaxaca en poco puede alcanzar la grandeza del maestro. Oaxaca, la ciudad, está hecha por el artista aunque siempre a contracorriente. Quién propuso la tamaliza en el zócalo para protestar contra la instalación de un Mcdonalds: Toledo. Quién permitió que esa idea se concretara: Gabino Cué, como edil de la capital. Gabino Cuñe es sin duda parte de Oaxaca, pero ni de lejos puede ser un hombre que represente a Toledo.
Gracias a quién el cerro del Fortín se mantuvo libre de la “magna y premiada” obra del Centro Cultural y de Convenciones: a Francisco Toledo, que se opuso. De nuevo, al artista se le convirtió en una imagen de la reacción contra intereses que superponían el dinero y la grandilocuencia a Oaxaca.