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Pascal BELTRÁN DEL RÍO/Excélsior

La designación del candidato del PRI a la Presidencia en 2018 ¿será resultado de un destape clásico, como los que se dieron entre 1939 y 1981 y en 1993?

¿O será, más bien, producto de un proceso más visible, como la pasarela de aspirantes de 1987 o la elección interna de 1999?

La maquinaria que el PRI construyó para asegurar la transferencia pacífica del enorme poder que concentraban los presidentes de la República llegó a funcionar con un alto grado de precisión. Sin embargo, hace años que se encuentra arrumbada y no es seguro que alguien recuerde bien cómo funcionaba.

El 3 de noviembre pasado se cumplieron tres cuartos de siglo de que fuera estrenada, con el nombramiento de Manuel Ávila Camacho como candidato presidencial del Partido de la Revolución Mexicana, como entonces se llamaba el PRI.

El 17 de enero de 1939, se había abierto el juego sucesorio con la renuncia a sus respectivos cargos en el gobierno de los tres principales aspirantes a la silla presidencial: Manuel Ávila CamachoFrancisco J. Múgica y Rafael Sánchez Tapia.

Aunque Múgica había arrancado el sexenio como favorito para suceder a Cárdenas, el Presidente se había decidido al final por Ávila Camacho e hizo sentir su peso en el proceso de nominación.

Con el tiempo, el régimen unipartidista iría perfeccionando el método sucesorio. Se crearía la figura del tapado. En cada sexenio, los aspirantes a la candidatura presidencial tendrían que jugar un juego en el que obligadamente fueran mencionados para la sucesión, pero en el que tenían prohibido mostrar excesivo interés por ésta.

Llegado el momento, el sistema arropaba al ungido y esperaba la lealtad absoluta de los no favorecidos.

El papel central del proceso lo llevaba el Presidente en turno, responsable de designar a su sucesor, pero dentro de una serie de reglas no escritas e inviolables.

La mejor muestra de que la voluntad del Presidente era importante, pero no definitiva, es que la mayoría de los mandatarios de aquellos tiempos no lograron que su favorito fuese candidato.

Es posible que la insistencia de Carlos Salinas de Gortari en hacer candidato a quien él deseaba le haya costado la vida a Luis Donaldo Colosio.

Miguel de la Madrid, el último tapado en llegar a la Presidencia, escribió en sus memorias:

“La historia parece mostrar que las figuras que inicialmente Lázaro Cárdenas Miguel Alemán hubieran querido que los sucedieran resbalaron en el camino o se toparon con la oposición de fuerzas reales de poder que les impidieron el acceso. Dado que esto llegó a ocurrirles a dos presidentes muy fuertes, nunca deseché la posibilidad de que a mí también pudiera ocurrirme, lo que inevitablemente me intranquilizaba.”

Durante el sexenio de De la Madrid se acabó el proceso tradicional de nominación.

La ruptura en el PRI –de la que surgió la Corriente Democrática y la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas– hizo necesario improvisar.

Se organizó una pasarela de aspirantes, aunque al final, sin saberse bien a bien por qué el ungido fue Carlos Salinas, más allá de que era el favorito del Presidente. El propio De la Madrid escribió en sus memorias que la mejor actuación en la pasarela fue la del secretario de Gobernación, Manuel Bartlett.

El sexenio siguiente, Salinas quiso reeditar el método tradicional, con el resultado ya comentado. Muerto Colosio, el Presidente se volvió a sentir tentado de imponer a su favorito y quiso hacer candidato sustituto a su secretario de Hacienda, Pedro Aspe, pero la oposición se negó a acompañarlo en una necesaria modificación constitucional.

En parte porque el PRI se encargó de crear impedimentos estatutarios para los hombres que él deseaba impulsar, el presidente Ernesto Zedillo renunció a usar el método tradicional. Y el partido designó a su candidato mediante una elección interna, celebrada el 7 de noviembre de 1999.

Casi 16 años después de ese proceso, adelantados los tiempos de su sucesión y atomizado el escenario electoral de 2018, el presidente Enrique Peña Nieto debe ya estar pensando en el hombre pero, sobre todo, en el método.

 

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