Aunque marginados tradicionalmente de la oferta electoral de los partidos políticos, renuentes a las políticas institucionales y esencialmente pragmáticos en sus intereses de corto plazo, el voto de los jóvenes representará para 2018 casi 30 por ciento del listado comicial.
Acorde con las tendencias documentadas, el comportamiento del voto joven es ligeramente superior a la media entre los 18 y 19 años, en tanto que entre los 20 y 24 años tiende a convertirse en el sector poblacional que más rechaza las elecciones y, en consecuencia, el de mayor proporción abstencionista.
Con esquemas de participación política que tiende a expresarse explosivamente en las calles –como en las protestas que se han realizado por el caso Ayotzinapa–, pero fundamentalmente en la generación actual en redes sociales, la participación electoral de los jóvenes tiene también importantes diferencias regionales, acorde con el contexto social.
En 2015, por ejemplo, el promedio nacional de quienes tenían entre 18 y 19 años superó el promedio, pero, de acuerdo con un estudio del Instituto Nacional Electoral (INE), en Chihuahua y en Tijuana su participación fue minoritaria, incluso inferior a 20 por ciento.
Sector importante
Se trata de un sector del electorado al que los procesos comiciales distan mucho de convocarlos para que asuman la ruta para transformar su realidad. Sin embargo, desde la perspectiva del interés partidista, por sus dimensiones, es un grupo fundamental: de acuerdo con el más reciente corte del Registro Federal de Electores, hay 25.6 millones de jóvenes de 29 años o menos, lo que representa casi 29 por ciento de los 87.7 millones de electores registrados en la lista nominal.
Especialista en la problemática de este sector poblacional, el investigador José Antonio Pérez Islas, coordinador del Seminario de Investigación en Juventud, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), sostiene: “Hay temas que sí los interpelan, como el medio ambiente, la sexualidad o la pobreza, pero no la política electoral.
En general, los jóvenes en la actualidad son ajenos a entender el impacto del contexto político y social en su realidad, porque su visión de vida es cortoplacista. Tienen contratos laborales de tres meses, pues no saben lo que harán después, por eso poco les interesa lo que va a pasar en un sexenio, por lo que no asocian el voto como una fórmula de cambio.
Acorde con los estudios realizados por la autoridad electoral en 2012 y 2015 es notorio el comportamiento de los jóvenes, particularmente en la población de entre 20 y 29 años, a partir de que vivir la primera experiencia de votar dispara al alza su participación en niveles promedio del electorado.
A partir de los 20 años hay un desplome en la participación: si el promedio nacional de 2012 –año de elección presidencial que convoca mayor participación– fue de 62.08, entre 20-29 años fue de 53 por ciento, casi 10 puntos menos; este porcentaje se redujo aún más entre los hombres jóvenes, con una participación de 47 por ciento, a pesar de que estaba en juego la Presidencia.
En 2015, del estudio del INE se identifica con mayor claridad el voto de los denominados millennials en elecciones intermedias: con un promedio nacional de participación de 47.9 por ciento, los jóvenes de 18 años sufragaron ligeramente arriba, y de 19 años, 41 por ciento. Sin embargo, entre 20 y 24 años sólo votaron 38 por ciento, y entre 25-29 años 35 por ciento, lo que confirma la tendencia de que es el estrato de edad donde el abstencionismo es más elevado.
Más allá de la tendencia nacional, hay expresiones regionales acentuadas: si en Yucatán los jóvenes entre 25-29 años votaron por arriba de 60 por ciento, en Baja California y Chihuahua –entidades donde hay presencia del narcotráfico– lo hicieron en 19 y 20 por ciento. Esto es, sólo uno de cada cinco jóvenes fue a las urnas en esas entidades, caracterizadas por altos niveles de violencia.
Todo ello en un contexto en el que la Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha advertido sobre la creciente inserción de jóvenes en el crimen organizado, al tiempo que es un sector que padece más los niveles de violencia y homicidios.
Pérez Islas –para quien el término millennial es una creación más de los medios de comunicación que obedece a un contexto en otras sociedades desarrolladas– asume que la violencia es un asunto que preocupa a los jóvenes sólo en la medida en que les trastoca su entorno, cuando han tenido experiencias que los toquen directo o que vivan en entidades donde hay importantes niveles de violencia.
Para el investigador, la generación actual tiene una característica especial: disocia su realidad personal del contexto económico y social. Tiende a asumir que su situación particular obedece más a un deficiente desempeño personal que a un contexto social y económico, a unas políticas económicas que necesariamente les impactan y hacen que les vaya mal.
Hay sectores específicos que sí tienen esa conexión, pero la mayoría no tiene esa contextualización; algunos están muy vinculados a la conciencia, pero en general siguen siendo una minoría. El comportamiento general de los jóvenes explica los niveles de participación electoral, subraya Pérez Islas.
Si bien hay expresiones recientes de una irrupción de los jóvenes, como fueron los casos del movimiento YoSoy132 o las movilizaciones por la desaparición de normalistas de Ayotzinapa, porque la calle siempre es un elemento que inflama el encauzamiento de una participación electoral, esto obedece a otras causales.
Entre ellas destaca la poca credibilidad de este sector de lo que provenga del ámbito institucional, que siempre es percibida como muy ajena a su entorno y que concibe su participación más a través de las redes sociales que por la vía de la política tradicional, concluye Pérez Islas, quien refiere que solamente hay un caso corroborado en el que los jóvenes se identificaron: el de Vicente Fox, en 2000, quizá más por su personalidad que por otros factores.