Partidos políticos sin ideologías
Alfredo RÍOS CAMARENA
Cuando Octavio Paz recibió el Premio Nobel de Literatura subrayó una frase que en aquel tiempo me pareció equivocada y que se refería a la caída de las ideologías; cuestión que es sumamente debatible, puesto que representan las expectativas y programas que los partidos políticos —no sólo ellos— tienen como fundamento para expresar un pensamiento económico, jurídico, político y social.
En efecto, lo que ha sucedido en México es verdaderamente grave, pues, las ideologías se han diluido y han sido substituidas por la defensa de causas circunstanciales, más que por la expresión de una filosofía social de largo aliento.
Hoy, la probable integración de un frente democrático que, supuestamente, puede incluir al PAN y al PRD, más refleja la intención de obtener el botín político de la presidencia para Ricardo Anaya y para algún perredista la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, quizá Alejandra Barrales, que un programa de gobierno; por ello, esta absurda e incongruente asociación política tiene diversas corrientes de opinión a favor.
Los otros partidos no se quedan atrás, es la ambición de las cúpulas dominantes y su deseo del poder, por el poder mismo, la gasolina que los mueve, pues no hay ninguna actitud programática; en Morena, la fuerza emana del liderazgo mesiánico de alguien que ha querido obtener —a toda costa— la presidencia, sin definir con claridad los principios económicos o políticos, sino simplemente cuestionando al gobierno en turno y atacando a la corrupción, como si fuera el origen de los males y no resultado de los mismos.
En el PRI tampoco hay ninguna orientación ideológica, pues el origen de su nacionalismo revolucionario y su fundamento programático en los principios constitucionales se ha dispersado y diluido, frente a una actitud supuestamente moderna, que implica la operación del sistema neoliberal a plenitud.
Los demás, de menor significación, también están orientados por grupos cerrados, cuya pretensión es seguir obteniendo canonjías y privilegios a través de las negociaciones que realizan con sus bancadas, aun siendo pequeñas en el Congreso federal, o bien, obteniendo diputaciones locales o ayuntamientos que influyan en determinados estados de la república.
Es decir, el origen de esta grave crisis política que vivimos está en la falta de convicciones, pero a su vez, esta circunstancia tiene su origen en una humanidad que ha perdido sus principios éticos y jurídicos, en aras del enriquecimiento a cualquier precio y en cualquier forma.
No hay otra meta para la humanidad de nuestro tiempo que el enriquecimiento y la obtención del dinero, que es la mercancía de mercancías, y en la que se reflejan las contradicciones de la sociedad, como bien lo analizó el marxismo.
Es necesario una nueva generación que recobre los principios históricos, filosóficos, éticos y jurídicos. Vamos mal y, por supuesto, el resultado será peor.
El 2018 se presenta como un porvenir ominoso; el próximo gobierno —del signo que sea— no debe perderse en sus contradicciones partidarias y mezquinas, si no, habrá que afrontar la amenaza inmediata y constante —que no podemos hacer a un lado— de un Imperio que da sus últimos coletazos bajo la sombra patológica de su actual presidente.
Estamos en tiempo, aunque se ve difícil de que surja un liderazgo inteligente y patriótico, bajo la conducción de alguien que, de alguna manera, tenga un perfil similar al del presidente Macron de Francia, que está unificando su país y levantando al orgullo patriótico de esa nación.
