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Patriotismo en crisis

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Se conmemoran 209 años de la Independencia de México y en el país, pocos son los que realmente conocen el significado de esta gesta heroica. Cada vez son menos los que realmente celebran el verdadero sentido de ser mexicanos. Se ha convertido en un pretexto válido para la fiesta y perpetuarse como una nación festiva

 

Daniela CHAO

 

Ser mexicano era sinónimo de valores, identidad arraigada, respeto a nuestra Patria, orgullo de pertenecer a un pueblo de lucha. Actualmente se vive en la indolencia y más allá de la fiesta, son pocos los que conocen realmente el significado de la Independencia, de los símbolos patrios, la bandera o el himno nacional.

Ahora se conforma con vestir trajes regionales, o de perdida, con algún detalle nacionalista, un rebozo, accesorios o cualquier detalle con los colores de la bandera para asistir a la gran fiesta de México.

Todos los años se vivía un idéntico ritual. Como tradición, oficinas, parques públicos, vehículos, calles y casas visten sus casas con banderas y adornos de colores patrios. Las familias se reúnen el 15 y 16 de septiembre para una comida o cena totalmente mexicana.

El Grito se volvió sinónimo y pretexto para la celebración. Un símbolo de la identidad de los mexicanos. Un rito vuelto fiesta como herencia de los pueblos prehispánicos.

Al crearse la Nueva España, los mexicanos tuvieron pronto la fama de organizar grandes verbenas en fechas importantes. Todo se celebraba. Se volvió el talón de Aquiles que se utilizó para evangelizar. Ocuparon esa alma fiestera a su favor.

Más tarde, el Grito se volvió también parte de lo cotidiano. El pretexto perfecto para la reunión. La chispa que convoca y a partir de ahí, la fiesta.

Como en antaño, se rescatan los objetos sagrados. Se trae la campana original traída expresamente del pueblo de Dolores, que es un sonar en un ritual enaltecido.

Al balcón del Palacio Nacional sale el presidente de la República, preside la ceremonia haciendo los honores y reproduce las palabras de Miguel Hidalgo frente a los miles que se congregaron en la explanada del Zócalo para la ocasión.

Lo acompaña el ondear la bandera, oraciones recitadas al que se le une un coro vehemente. Lo espiritual, lo religioso y lo patriótico en uno solo.

Tras el toque de la campana suceden espectáculos pirotécnicos y mariachis. Al terminar, la diversión. Termina la seriedad y comienza la fiesta. Los bailes, el alcohol, los cohetes, la comida propia, las luces, la música y las risas. Al otro día, el desfile y la fiesta sigue.

Uno de los rasgos del mexicano es esta ceremonia. Fiesta y símbolos que unen.

Lo cierto es que gran parte de los mexicanos no conocemos la historia. La Independencia se volvió un pasaje corto que se reduce al grito de Don Miguel Hidalgo y los héroes que nos dieron patria y libertad.

Se olvida que fue un proceso muy largo, lleno de dolor y de sangre, una guerra en total desventaja, en la que no sólo se perdieron vidas, se perdió la mitad del territorio, religión y cultura. Se preservó el folclor y nació el racismo.

La celebración del inicio de la Independencia sólo cobra especial significado en el extranjero. Mexicanos que residen en otros países llevan consigo esta fiesta histórica que les da identidad. Al entonar el Himno Nacional se sienten más cerca de su país. Les ayuda a pensar que no importan en dónde estén, ahí está México.

Su empeño por preservar su cultura y sus raíces históricas tiene más arraigo que en su propia tierra.

En el país cada vez son menos los que invierten en adornos patrios. A nadie le interesa investigar las raíces, el significado y la repercusión de ser un pueblo independiente.

Existen temas más importantes. El país transita a un día a día en medio de corrupción, asesinatos, asaltos, delincuencia, inseguridad, falta de respeto y de educación.

Sólo se es mexicano cada vez que la Selección gana una medalla de oro en juegos deportivos. Somos patriotas en los desastres naturales o en los logros frente a otras naciones.

El Grito de la Independencia se transformó en la catarsis perfecta. La fiesta, los gritos, el ruido, el albur. Una forma de desmoronar el descontento social y de liberarse de lo que nos duele. Un ritual de purificación.

Solo es el detonante, la farsa, la fiesta. Una excusa ideal para desahogarse. Un grito vehemente que nos permite callar todo el año.

 

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