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RAFAEL RODRÍGUEZ CASTAÑEDA

EI viernes 31 de enero dejé de ser el director de Proceso. Aún no es tiempo de la memoria profunda, pero sí de ciertas evocaciones y algunas reflexiones. Hace casi 21 años, el martes 23 de marzo de 1999, asumí la dirección de la revista, por nombramiento del Consejo de Administración de CISA, nuestra casa editorial, encabezado por Julio Scherer García y Vicente Leñero. Antes había formado parte de una desafortunada experiencia de dirección colectiva, que duró apenas dos años. Siguiendo los pasos de Carlos Marín y Froilán López Narváez, un grupo de reporteros y fotógrafos, además de trabajadores de otras áreas, abandonaron las instalaciones de Fresas 13.
El primer reto era sacar a la luz la edición del fin de semana. Lo hicimos sin angustias mayores, porque las piezas clave de la estructura periodística, editorial y administrativa habían permanecido en sus puestos.
Emprendimos entonces una emocionante travesía que concluye con el número de Proceso que el lector tiene en sus manos. En estas más de dos décadas, el país experimentó radicales cambios políticos, económicos y sociales, de los que la revista fue testigo y protagonista.
En nuestras páginas describimos el proceso electoral que dio por terminada la hegemonía del PRI en una alternancia que lejos estuvo de erradicar los viejos males de México. Con el PAN y Vicente Fox, la corrupción, la impunidad y el abuso del poder sólo cambiaron de color. Aquí recogimos, sin ambigüedades, su pernicioso paso por Los Pinos. junto con las tropelías de Marta Sahagún y sus hijos. La señora nos demandó por daño moral y tuvimos que llegar a la Suprema Corte de Justicia para que prevaleciera la libertad de expresión por encima del interés personal de la primera dama.
De aquel sexenio data el inicio del brutal boicot publicitario emprendido contra Proceso por la administración federal, que continuó en el gobierno de Felipe Calderón y que prevaleció hasta el último momento del de Enrique Peña Nieto.
Como ningún otro medio, en los primeros años del nuevo siglo nuestra revista hizo la cobertura del avance irrefrenable de los cárteles del narcotráfico y, como nadie, dio cuenta de la irreflexiva y sangrienta guerra contra ellos que desató el gobierno de Felipe Calderón. Fuimos calificados de amarillistas, pero ese trágico episodio de la vida nacional, cuyos efectos aún reciente el país, se contó sin cortapisas ni autocensura en Proceso.
No fuimos de aquellos medios que optaron por ignorar que el país se estaba convirtiendo en un gigantesco cementerio. Proceso sacó a la luz la tragedia de las desapariciones forzadas y el macabro hallazgo de las fosas clandestinas. No callamos a pesar de las críticas oficiales y oficiosas. Llegó el momento en que el propio Felipe Calderón calificó a Proceso como una “revista golpista”.
Considerados desde un principio del sexenio siguiente como “enemigos del gobierno”, relatamos sin concesiones las historias de corrupción cínica, impunidad y frivolidad que caracterizaron el regreso del PRI a Los Pinos en la persona de Enrique Peña Nieto, el hombre al que la revista Time llegó a considerar como el salvador de México.
Después de dos intentos infructuosos, le tocó a Proceso en esta etapa atestiguar el acceso de la izquierda a la Presidencia de la República. Tanto en su calidad de jefe de Gobierno de la Ciudad de México como de candidato presidencial, la relación de la revista con Andrés Manuel López Obrador no ha sido tersa ni mucho menos. Está llena de desencuentros por la razón sencilla de que Proceso se mantiene fiel a su línea editorial: nunca estar junto al poder ni junto a quien aspire a ejercerlo.
Ya como presidente de México, López Obrador definió de manera clara su desacuerdo con la revista cuando expresó pública e inequívocamente que Proceso “no se había portado bien con nosotros”.
Aguas de toda naturaleza han pasado bajo el puente de Proceso desde 1999, por lo general aguas turbulentas. Perdimos a muchos compañeros y colaboradores. Unos se jubilaron. Algunos se marcharon en busca de otras experiencias profesionales. Y los que tomaron el camino sin retorno forman una triste y larga lista. Sus muertes dejaron huecos imperecederos. Falleció, apenas unos meses después, Elenita Guerra, la invaluable secretaria de don Julio. Se fue casi en seguida Pedro Alisedo, mi mano derecha en la jefatura de Redacción. Se fueron sucesivamente Miguel Ángel Granados, llevándose consigo su Plaza Dominical; Carlos Monsiváis, con su Por mi madre, bohemios; José Emilio Pacheco, con su Inventario; Raquel Tibol, con su insustituible crítica de arte; el histórico cartonista Rogelio Naranjo; Carlos Montemayor, con sus brillantes colaboraciones; Pablo Latapí, Samuel Máynez Puente…
Y así partieron también los fundadores Julio Scherer García, Vicente Leñero y Enrique Maza.
Fuimos víctimas de la violencia contra el periodismo que hace de México un país peligroso para ejercerlo: dos de nuestros compañeros, Regina Martínez, corresponsal en Xalapa, y el fotoperiodista Rubén Espinosa murieron asesinados arteramente.
Resistimos el arbitrario boicot publicitario del gobierno federal, al que se unió sin embozo 1a iniciativa privada y muchas administraciones estatales y municipales. Sufrimos como pocos las consecuencias de la quiebra de la principal distribuidora de publicaciones del país, del mismo modo que la casi extinción de la Unión de Voceadores. Con las nuevas herramientas tecnológicas, experimentamos ahora el robo y la piratería de la edición de cada semana.
Pero Proceso sabe recoger sus pérdidas y volver a apostar a sí mismo, a su congruencia editorial fundacional: el periodismo crítico, libre e independiente, cuya razón de ser es única, el servicio a los lectores.
Pusimos en circulación nuevas opciones periodísticas. Las ediciones especiales monotemáticas llegaron a alcanzar tiros de más de 100 mil ejemplares. Otros proyectos, en cambio, quedaron en el camino. Así fue el caso de las ediciones Proceso sur y Proceso Jalisco, que nacieron con ánimos de expansión y desaparecieron sin alcanzar sus objetivos.
A principios de siglo creamos proceso.com.mx, nuestro portal noticioso de internet, que pronto se convirtió
en referencia imprescindible en la difusión de la información cotidiana y hoy es una de las principales apuestas hacia el futuro de la empresa.
Hicimos renacer la producción de libros y creamos el sello Ediciones Proceso, que ya tiene en circulación varias decenas de títulos y que ofrece enormes expectativas de crecimiento.
Durante 15 años, esta dirección contó con el apoyo, la comprensión, el consejo, la crítica, la amistad y el afecto fraterno de Julio Scherer García. Compartimos éxitos y fracasos. Esperanzas, ilusiones y frustraciones. El dolor de la partida de amigos y colaboradores. Y emociones inolvidables, como aquellos avatares que culminaron con su célebre encuentro con El Mayo Zambada.
El 7 de enero de 2015 falleció don Julio y no puedo negar que experimenté el amargo sabor de la orfandad. Uní mi dolor al de su familia y al de mis compañeros de la revista.
Apenas un mes antes había muerto Vicente Leñero, compañero indispensable en la fundación de Proceso y amigo entrañable de don Julio.
En la convivencia cotidiana y profesional con ellos confirmé, sin palabras explicitas de por medio, una convicción personal: que el hombre de veras puede ser derrotado, pero no destruido.
Una nueva generación llega a la cabeza de Proceso, con retos superlativos. Superar eventuales diferencias internas. Ajustarse al ya avanzado siglo 21. Enfrentar competencias legítimas y aun ilegítimas. Hacer honor a nuestra historia. Y, sobre todo, respetar la línea editorial de la revista: el ejercicio de la libertad de expresión, con independencia y visión crítica de los acontecimientos de interés público.
Con el reportero Jorge Carrasco al frente de la dirección, Proceso está listo para una nueva era que incluya, necesariamente, la urgente reconversión tecnológica sumaria periodismo de investigación, característica sine qua non de nuestro semanario.
Como integrante del grupo fundador de la revista en 1976, a los 75 años de edad concluyó que llegar a la dirección de Proceso y desempeñar, colectiva e individualmente, durante 23 años, ha sido un sueño. Y de los sueños, se despierta.
A mis compañeros les digo: estoy cierto de que tendrán éxito en sus empeños de continuidad y renovación, Estaré tan cerca de ustedes, como ustedes lo quieran.
A los lectores de Proceso: sin duda, nos volveremos a encontrar.

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