Damos la bienvenida a nuestras páginas al periodista Joel Hernández Santiago quien ha sido editorialista en UnomásUno, La Jornada, El Financiero, entre otros. Fue coordinador de la Sección de Opinión de El Financiero y director de Opinión de El Universal. Fue editor en la UNESCO y de Le Monde diplomatique. Ha coordinado obras como: “Planes en la nación mexicana”, con el Colegio de México y “Pensar a David Ibarra”, el más reciente. Sus columnas se publican en diversos periódicos de provincia.
JOEL HERNÁNDEZ SANTIAGO
Por supuesto que a la lectura de lo que ocurrió en este territorio, que mucho tiempo después se llamaría México, a uno le da coraje por la crueldad utilizada, por los excesos, por la ambición desmedida de aquel medio millar de españoles que llegaron para arrasar y, por lo mismo, al percibir la gran inquina de grupos y señoríos originarios en contra del poderío mexica, se aliaron con aquellos y llevaron a cabo una guerra de casi exterminio.
Tribus aquí o allá. Culturas distintas dispersas por estos terrenos hacían un mosaico de diferentes colores, ambiciones e intensidades. Podríamos decir que no era uno, eran muchos estados-culturas-naciones, pero no hacían a un país todavía. Y entre ellos había crueldad también: muerte: agobio y exterminio de unos con otros.
Era 1521, el siglo XVI, y la gente de entonces tenía referencias propias de su tiempo y los gobiernos europeos se construían en base a guerras; expansión territorial, la adquisición de riquezas y mercancías para enaltecer los imperios; las confrontaciones entre familias reales de distintas monarquías, invasiones como la musulmana en España y que duró ocho siglos (711 a 1492), o las invasiones romanas a la misma España previo a la consolidación de las monarquías españolas… y así: era el espíritu de los tiempos y la conciencia política de entonces.
La conquista en México también fue religiosa. De conciencia. De cambio de piel, según dijera Carlos Fuentes. No es que no existieran religiones y creencias en estos territorios. Las había. Y había rituales, sacrificios y adoratorios para los dioses originales. Pero a la llegada de lo español se impuso la religión católica.
Rara cosa aquella para los indígenas de distinta estirpe, razón y geografía: aquí había que entregar la vida para saciar a sus dioses: sacar el corazón de los prisioneros de guerra era una forma de hacerlo. Algunos se sacrificaban para que sus creadores siguieran vivos y protectores.
En cambio –y esto les causó sorpresa inaudita- los españoles hablaban de un hombre que dio la vida por la perpetuación de los hombres. Cosa distinta pero nada menor para los azorados habitantes que vieron que caballo y hombre no eran uno sólo y, por tanto, no eran divinos… En fin.
Ocurrió hace quinientos años. Cinco siglos desde entonces. Y desde entonces el mundo ha cambiado. Y sí. Ha habido confrontaciones entre reinos, países, naciones, estados, y han ocurrido recomposiciones geográficas. Han ocurrido guerras –dos de ellas de gran exterminio en pleno siglo XX-. México habría de convertirse en país único en 1821: México ya.
Y hubo guerras internas. Y hubo reconstrucciones. Y hubo apoyos internacionales. Y desdenes, también. De todo como parte de la vida de los hombres y sus países. Luego de tanto las naciones entran en razón y se convierten en aliadas o amigas, y si no, por lo menos en países asociados.
Con España, México ha tenido relaciones lo mismo de rencor como de cordialidad. España ha recibido más de México que a la inversa. Fueron beneficiarios de las riquezas de este territorio; ellos fueron bienvenidos durante su Guerra Civil en el país mexicano encabezado por Lázaro Cárdenas y siempre-siempre, han sido bienvenidos y han convivido y se han hecho mexicanos muchos de ellos. El exilio español enriqueció la cultura mexicana. Todo junto en tantos años.
Lo ocurrido hace quinientos años es parte de la historia de España y de nuestro país. Surge ahí nuestro mestizaje: sello propio y cultural que se enriqueció con la viveza de las distintas naciones: la española y la de los habitantes de estos territorios que tenían una base cultural de altísimo calado. Orgullo nuestro aun.
Pero de pronto, después de quinientos años y tantas vicisitudes buenas o malas pero encaminadas a recuperarse cada uno en su sitio y en el mundo, de pronto –digo- aparece el presidente Andrés Manuel López Obrador que el primero de marzo envió una carta al rey de España, Felipe VI y al Papa Francisco: ‘exigiendo’ una disculpa por los abusos de entonces, por la invasión y los excesos que hoy serían considerados un atentado a los derechos humanos.
Sorpresa por estas misivas. Muy seguramente, quien mal aconsejó al presidente en esta materia, no midió el grado de azoro y burla a la que se ha sometido al mandatario mexicano. En México muchos de sus apoyadores guardaron silencio bochornoso; en España no han parado en sus burlas hacia el presidente mexicano y –no cabe duda- habrá agravios a mexicanos allá o acá de parte de los históricos fundamentalistas y racistas españoles, que hay muchos.
¿Pero qué necesidad? ¿A qué viene esta petición después de 500 años? ¿Es que no se ha hecho un recorrido histórico de lo que ha cambiado desde entonces entre los dos países? ¿Por qué someternos al escarnio y a la burla? ¿Por qué someterse el mismo presidente al escarnio y a la burla?
Los defensores a ultranza de López Obrador argumentan que el presidente de Canadá Justin Trudeau pidió al Papa Francisco una disculpa por los abusos cometidos en contra de indígenas canadienses en el siglo XIX. Qué el presidente Chávez, de Venezuela exigió hace tiempo disculpas de los españoles por los agravios a indígenas venezolanos… y así.
¿Con quién quiere quedar bien AMLO en México que le importa quedar mal en sus relaciones internacionales, tan necesarias en este momento para la inversión extranjera, particularmente la española? ¿Qué bola de fuego se quiere ocultar con esta bola de humo?
“Siguen las heridas abiertas” dice el presidente López Obrador. Y muchas más heridas para muchos en el mundo aún están abiertas. Pero estas yagas habrá que sanarlas con la recuperación de los valores adquiridos todos estos años; por nuestro mestizaje del que nos sentimos orgullosos porque eso somos hoy; porque mantenemos la esencia de las culturas prehispánicas en nuestra sangre y en nuestra vocación de vida y eso nos llena de orgullo, también.
Exigir disculpas quinientos años después resulta demagógico e, incluso, intrascendente. Suena a un nacionalismo mal entendido. Y no es asunto de defender lo español, si es asunto de garantizar que la historia ha puesto las cosas en su lugar ya. Lo que sigue es otro camino y quiere decir: armonía, apoyo, inversión, trabajo, cultura y amistad entre los pueblos. Eso es… y ¿pero qué necesidad?