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Manlio Fabio Beltrones y la respetabilidad política

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José Elías MORENO APIS/Excélsior

MANLIO FABIO BELTRONESManlio Fabio Beltrones es un político con una fuerte dosis de respetabilidad. La respetabilidad es el factor supremo del liderazgo político y partidista. La respetabilidad se forma de seriedad, veracidad, lealtad, responsabilidad y creatividad. Un líder respetable y rodeado de respetados es poderosísimo. No un improvisado ni un monigote ni un vasallo.

Beltrones puede liderar el partido del gobierno con la suficiente respetabilidad ante el gobierno. Sabe oponerse, pero no enoja. Se enfrenta, pero no se embronca. Difiere, pero no lesiona. Se ha formado en la clase y la escuela políticas más importantes de la historia de América Latina. Pertenece a un partido que tiene historia, proyecto, oferta, propuesta, discurso, cuadros, organización, experiencia, militancia y presencia.

En un partido todos son importantes porque ofrece espacios muy diversos y muy distintos para cada perfil de aptitudes y de preferencias, sobre todo en tratándose de los partidos grandes. Operadores organizativos y operadores electorales. Dirigentes y estrategas. Ideólogos y analistas. Oradores y voceros. Formadores de imagen y formadores de grupos.  Reventadores y maquiladores. Técnicos y fajadores. Conciliadores y guerreros. Candidatos y gobernantes. Todos tienen cabida y todos son útiles.

Es en el partido político donde se confirma que todos necesitamos de todos. Es donde el gran ideólogo transgeneracional reconoce y respeta la labor del modesto operador seccional de barrio popular y donde éste sabe que los escritos y los discursos de aquél no son meras imbecilidades inútiles sino, quizá, un mensaje con efectos políticos nacionales incalculables. Que ambos van a recolectar votos y que ambos van a forjar los cambios en el destino nacional.

En este contexto, el planteamiento para el futuro inmediato es innegable e irrefutable. Las próximas elecciones las ganarán aquéllos por quienes voten las mujeres, los jóvenes y los pobres, que es donde reside, hoy en día, el peso electoral mexicano. Los ricos, los sabios y los potentados son tan pocos que resultan irrelevantes para efectos electorales.

En la realidad política mexicana lo ideal es tener buen gobierno y buen partido de gobierno. Lo catastrófico es que ambos sean pésimos. Lo intermedio es que sólo sirva uno de ellos. Si el gobierno es muy eficiente, no es tan grave la impotencia del partido. Pero si el impotente es el gobierno, la única salvación reside en el partido.

Su partido es, incluso, de lo mejor que puede tener un gobierno. Él lo impulsa ante sus negligencias, lo contiene ante sus excesos y lo guía ante sus extravíos. Es el mejor motor, el mejor freno y la mejor contraloría del gobernante. Le da lo que, muchas veces, no le surten ni sus leales ni sus serviles. Le informa de lo que él no advierte o de lo que no previene. Es el vigía de mástil que le avisa si viene la tormenta, el iceberg o el enemigo.

Pero este binomio tiene dos amenazas que lo ponen en riesgo. Una es que el gobierno quiera subordinar a su partido. Que pretenda transformarlo en simple colaborador, privándolo de ser coasociado. La otra es que el partido no sea recio o inteligente, bien por dispersión, por desorganización o por distracción. La alarma política de cualquier país empieza a sonar cuando el gobierno acusa fuertes dosis de impotencia, pero su partido revela grandes cuotas de ineficiencia. Cuando el gobierno se aparta de los necesarios factores de efectividad y de gobernabilidad, calidades indispensables. Cuando, además, su partido abandona la denuncia y la propuesta, instrumentos insustituibles.

Estos riesgos se apartan de los mexicanos gracias a lo que surten Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, en sus respectivos frentes, en cuanto a respetabilidad y creatividad. De la primera hablé al principio. Pero, además de su creatividad, es notable la aparente facilidad con la que hacen sus realizaciones. Se creería que nada les cuesta trabajo. Saben para lo que es el poder y cómo debe llevarse. Y lo llevan muy bien. Se mueven con él como si fuera un traje a la medida o, más aún, como se lleva la piel. Hacia donde se mueven, el poder va con ellos.

Estos hombres pueden ser comparados con aquellos patinadores, bailarines o acróbatas que realizan sus rutinas como si fuera muy sencillo. Provocan el deseo de imitarlos suponiendo que cualquiera podrá hacerlo igual.  En algunas ocasiones esos artistas de magistral destreza hacen necesario que el público ingenuo quede advertido de no intentar ninguna emulación porque podría resultar en una fatalidad.

Quizá la política debiera disponer de cautelas similares. Explicar a todos los tarugos que quieren meterse a gobernar, suponiendo que ello es muy fácil, que en el intento pueden llegar a su desastre o pueden llevar a sus pueblos a los terrenos de la catástrofe.

Twitter: @jeromeroapis

 

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