Agencias.-La campaña presidencial de 2018 comenzó formalmente esta semana, por cuanto toca a Andrés Manuel López Obrador. El ciudadano tabasqueño fue ungido como presidente de Morena el viernes pasado y comenzó a desbarrancar su candidatura sobre dos vertientes equívocas: incitar a la rebelión civil en Tabasco para acelerar el metabolismo antisistémico del cual se alimenta, y golpear a quienes piensa que le están haciendo daño, la panista Margarita Zavala, y el líder nacional del PRI, Manlio Fabio Beltrones. Si su idea era sacar raja política de ello, le resultó lo contrario.
La rebelión social que lanzaría este lunes la suspendió porque la sociedad política se alineó en su contra. Quería que estallara el gobierno de Arturo Núñez en Tabasco, porque su viejo aliado lo traicionó al trabajar con el PRI para frenar a Morena en las elecciones federales de junio, y firmar un acuerdo con la Comisión Federal de Electricidad para renegociar la deuda de más de medio millón de tabasqueños que habían dejado de pagar la luz, y que había generado un adeudo de nueve mil millones de pesos, en un entendimiento con el gobierno federal inaceptable para López Obrador.
Esas acciones de Núñez –a juicio del presidente Enrique Peña Nieto el gobernador más inteligente de todos–, propiciaron que López Obrador quisiera poner en acción a los comités en los 17 municipios tabasqueños organizados en julio para el no pago de la luz. Su iniciativa, sin embargo, ha generado violencia contra las instituciones en ese estado. Al menos dos trabajadores de la CFE fueron asesinados por creyentes de López Obrador mientras desconectaban los “diablitos” con los que se robaban la luz, y otros más han sido permanentemente hostigados por hacer su trabajo.
Continuar en esa línea no iba a ir de la mano de su intento por mostrar ante las clases medias y empresariales, que son las que definen las elecciones, que su talante belicoso e institucionalmente rupturista es cosa del pasado. El paso atrás fue inteligente en términos tácticos, aunque perdió testosterona en el arranque presidencial. Poco avispado, en cambio, fue atacar a Zavala y Beltrones.
Durante más de dos semanas López Obrador ha sido obligado a pelear en la arena pública por la iniciativa de Beltrones de pedir reformas a la ley electoral para que el jefe de Morena, no aproveche las lagunas legales en la reforma política, que le permitieron utilizar tiempos oficiales para spots promocionales de su persona. La iniciativa obedece a que en la campaña para diputados federales esta primavera, López Obrador usó para él los 590 mil spots de Morena, en lugar de promover a sus candidatos.
Las denuncias de López Obrador de que lo querían “borrar” de radio y televisión, no lograron impedir que avance la iniciativa en el Congreso. Ante esa inminente derrota, la venganza fue tirarle pastelazos a Beltrones. Según la columna Trastienda del portal Eje Central, desde el martes se recicló en las cuentas lópezobradoristas en Twitter la vieja acusación de que el priista estaba vinculado al narcotráfico. Los golpeadores cibernéticos del tabasqueño reciclaron una vieja investigación en de The New York Times, donde se mencionaba esa especie. Tras su publicación en los 90, Beltrones demandó al periódico, con el que llegó a un acuerdo fuera de tribunales que obligó al Times a publicar una rectificación y admitir que no tenía forma de probar la acusación.
La vendetta que aprovecha la poca memoria, no impedirá que frenen su abuso, pero refleja que López Obrador no deja de ser el mismo de los 90, del 2006 y 2012, cuya intolerancia a la crítica y poca resistencia a los ataques políticos, han contribuido a que no llegue a la Presidencia. En la actualidad se encuentra en lo alto de las preferencias electorales, como hace una década, pero su fortaleza interna no es como entonces. El tabasqueño mostró una inseguridad desconocida en él. Otro ejemplo es la forma como descalificó a Margarita Zavala como contendiente a la Presidencia, bajo el argumento de que es un apéndice de su esposo, el expresidente Felipe Calderón.
La señora Zavala, contra lo que dijo López Obrador, tiene una larga carrera dentro del PAN, y es reconocida como una negociadora dura, en ocasiones excesiva. Esto no ve el público, donde el electorado la coloca en las encuestas como la panista mejor evaluada para la contienda presidencial en 2018. La manera despectiva como se expresó López Obrador de ella, fue aprovechada por el líder nacional del PAN, Ricardo Anaya, quien lo acusó de “cobarde” y lo retó a un debate público. López Obrador lo descalificará en automático, como siempre ha hecho con sus pares, pero la descalificación contra la señora Zavala lo coloca como un misógino y se abrió un frente en el segmento de las mujeres.
Lo que ha hecho López Obrador le dará ideas a sus opositores para empezar a debilitarlo. La fórmula no está en atacarlo, sino en exhibirlo.
Colocarlo ante su espejo es tóxico para el tabasqueño. Los estrategas de sus adversarios tienen que recordar que la fórmula para neutralizarlo es aprovechar errores como estos, entender que sus reflejos no son agresivos sino defensivos, y colocarlo sobre una pista de hielo para que patine. No hay que olvidar que en 2006 y 2012, el principal enemigo de López Obrador en esas campañas presidenciales, se llamó Andrés Manuel López Obrador. Ese es, para quien quiera enfrentarlo, el camino.