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Los horrores de la guerra en Gaza y Siria

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Millones de niños viven con hambre y miedo; muchos mueren o han perdido familiares, otros están como refugiados sin tener qué comer. Todos obligados a hacerse adultos antes de tiempo, para ellos no hay escondites en la guerra

 Agencias 

FOTO PRINCIPAL“Cuando lo ves en la televisión, no es como se ve en la vida real”.

Syed, de 12 años, se apoya en una estrecha pared de concreto, mirando la áspera superficie gris como si sus ojos pudieran abrir un hueco que le ayude a escapar de su vida.

“Cuando nos sentamos juntos en la ambulancia pensé que él iba a vivir, eso me hizo sentir un poco mejor”.

Pero, para el momento en que llegaron al hospital, su hermanito Mohammad había muerto. Tres de sus primos también murieron aquel fatídico 16 de julio, mientras jugaban cerca del puerto de Gaza cuando Israel bombardeó dos veces la zona, en rápida sucesión.

Israel insiste en que no apunta directamente a objetivos civiles pero Gaza es un espacio estrecho, densamente poblado y ahora un lugar peligroso, donde los niños no tienen donde esconderse.

Hamas y otros grupos armados han negado que usen civiles como escudos humanos, pero nosotros hemos visto cohetes que han sido disparados desde el interior de algunos edificios y desde campos abiertos.

 

Antes amigos, ahora enemigos

 

Las guerras de nuestro tiempo son batallas brutales que llevan el combate directamente a las calles y las escuelas, dejando muy pocas cosas a su paso.

Cada vez mueren más niños. Y la infancia en sí misma está siendo destruida. La semana pasada en Gaza, Naciones Unidas advirtió alarmada que un niño estaba muriendo cada hora.

Antes de que Gaza ocupara los titulares, fueron los niños de Siria quienes removieron la conciencia del planeta.

En una guerra que va por su cuarto año, incluso el más joven de los sirios está en la mira de los francotiradores. Incluso, niños pequeños han sido torturados.

Millones de niños viven con hambre y miedo; muchos padecen en zonas bajo estado de sitio.

En cada viaje a Siria, empecé a comprender que los niños no son sólo gente pequeña con lágrimas desgarradoras o sonrisas contagiosas. Ellos se encuentran en la primera línea, contando sus asombrosas historias acerca de las complejas y consecuentes guerras de nuestro tiempo.

En los últimos seis meses, el director y camarógrafo RobinBarnwell y yo seguimos las vidas de seis niños sirios. Sus historias trazan un mapa político y social de su nación y ofrecen una idea inquietante acerca de su futuro.

Syed perdió a su hermano menor y a tres primos por un ataque aéreo israelí en una playa cerca del puerto de Gaza. El hambre es una realidad diario para Kifah, de 13 años, quien vive en un campamento de refugiados en Damasco.

“Solo soy un niño en edad y apariencia”, dice Ezadine, de nueve años, “Pero en términos morales y de humanidad, no lo soy. En el pasado, alguien de 12 años era considerado joven, pero ahora no. Ahora, a los 12 años, uno tiene que ir a la yihad”.

Ezadine luce como cualquier niño de nueve años: un chico con una sonrisa pícara que se pasea por el patio de la escuela, escuchando música en sus audífonos.

Pero es un refugiado en un campo en el sur de Turquía, en un mundo inmerso en el Ejército Libre Sirio, incluyendo a su hermano adolescente quien ya se unió al combate en la frontera.

A cientos de kilómetros de ahí, en Damasco, Jalal, de 14 años, está arraigado en un ambiente de firme apoyo hacia el presidente Bashar al Assad. Esto incluye su padre y sus tíos, quienes combaten en una unidad de defensa de barrio.

Jalal lamenta que “la crisis nos haya cambiado. Ahora los niños entienden y hablan de política. Todos estamos listos para morir por nuestro país”.

Tanto Jalal como Ezadine miran a través de una profunda división y ven a sus viejos amigos, ahora en el lado opuesto. Para ellos, les han “lavado el cerebro”.

Y los niños ven su propia situación con una claridad tremenda.

“No entiendo por qué tuve que perder mi pierna por el hecho de que Bashar al Assad quiere seguir en el poder”, subraya Mariam, de nueve años, con un vestido azul y un temple que va más allá de su corta edad.

Ella recuerda todo respecto al día en que un avión de combate sirio apuntó directamente a su casa en un pueblo en las afueras de la ciudad de Homs.

“Teníamos una ventana muy grande. Me asomé por ella y lo vi aproximándose hacia nosotros. Disparó el cañón y se fue”.

Al día de hoy ella no es capaz de sentarse en una sala de estar. Y no puede jugar con otros niños en un patio en el sur de Turquía.

 

La “normalidad” de los niños

 

Para los más jóvenes, a menudo la lucha es acerca de los componentes básicos de su mundo, incluso acerca del pan y los libros.

Bara -de ocho años y cuya familia huyó del sitiado Casco Antiguo de Homs- dice con vergüenza que “en lugar de aprender a leer y escribir, aprendí acerca de todo tipo de armas. Ahora me sé los nombres de las balas, de las balas trazadoras y de la balas de goma”.

Y cuando conocimos a Kifah, de 13 años, en el campo palestino de Yarmuk, en el límite de Damasco, nos dijo que la vida es «normal”.

Pero su resolución de adolescente de presentar un rostro valiente se desmoronó cuando le preguntamos qué comía: Kifah se derrumba en un mar de lágrimas al admitir que “no hay pan”.

Hay una nueva y preocupante “normalidad” para los niños que viven en la guerra.

“¿Están asustados los niños?”, pregunto a Amer Oda, quien encabeza una familia extensa que convive en un cascarón cavernoso de un edificio en el barrio de Zeitoun, en Gaza.

Niños de todas las edades se apiñan en las escaleras detrás de él o se sientan con las piernas cruzadas sobre el piso de cemento.

Al fondo se escucha el ruido regular de la artillería israelí o fuego de los tanques en la calle y el estridente silbido de cohetes que son disparados contra Israel.

Amer Oda ignora las advertencias de Israel de sacar a su familia de 45 integrantes de esta área. Al igual que cada habitante de Gaza, se pregunta: “¿Adónde puedo ir?”.

“Esto se ha convertido en la vida normal para ellos”, dice mientras carga a Dima, de cuatro años, niña de redondos ojos marrones y una sonrisa angelical. “Esto es lo único que conocen”.

Dima ha vivido dos guerras en Gaza. Y cada gazatí de seis años en adelante ha vivido tres o más.

 

“Odio el futuro”

 

Los chicos hablan frecuentemente con una sabiduría que trasciende su edad, pero todavía tienen los anhelos propios de los jóvenes.

En Gaza, los tres hijos de una misma familia murieron por un ataque anunciado de Israel (conocido como un “golpe en el techo”). Estaban jugando con palomas en el tejado, como hacen los niños.

La primera vez que reporté la muerte de los cuatro niños en una playa, testigos oculares me dijeron que los chicos habían estado hurgando en el puerto en busca de metal para ayudar a sus familias. Sus padres son pescadores a quienes no les permiten sacar sus barcos al mar.

Le pregunté a RamizBakr, el padre de Mohammad y Syed, qué estaban haciendo los niños aquel fatídico día.

“Oh, recogían pedazos de metal para un juego”, explicó mientras recibía condolencias en una carpa para el duelo a pocas calles de la playa. “Era sólo un pequeño juego de árabes contra israelíes”.

En las guerras de nuestro tiempo, los juegos de los niños pueden ser los juegos que cambien su futuro.

“Odio tanto el futuro”, dice Daad, de 11 años, en Siria. Ella viste de rosa y padece de horribles pesadillas. “Es posible que vivamos o es posible que muramos”. (BBC-Mundo)

 

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