Ruth ZAVALETA SALGADO/Excélsior
¿Qué tienen de común los futuros presidentes del Partido de la Revolución Democrática, el del Revolucionario Institucional y el de Acción Nacional? Antes de contestar a esta pregunta, es necesario aclarar que, si bien es cierto, está definido que el presidente del PRI será Manlio Fabio Beltrones y el del PAN será Ricardo Anaya, en el PRD aún no está claro. Sin embargo, sin demeritar a nadie de los posibles contendientes, me parece que si se quiere dar un mensaje de cambio generacional y de innovación partidaria, como lo ha expresado Carlos Navarrete, Fernando Belaunzarán es quien mejor proyectaría esa nueva imagen.
Él es un hombre con formación de izquierda, tanto académica como ideológicamente. Durante su gestión como diputado federal se distinguió por ser innovador y transparente. Como secretario de Finanzas en el PRD del Distrito Federal fue honesto y, como líder político, ha sido congruente con los principios de la socialdemocracia. No es un político que proyecte su poder a partir de la clientela electoral sino, por sus ideas y sus convicciones de transformar el quehacer público en beneficio de las mayorías, él es la persona ideal para rescatar la confianza de los jóvenes, de los demócratas del sector intelectual y sobre todo, de las mujeres porque, desde su papel como legislador se distinguió por solidarizarse con la lucha por la igualdad no sólo social y económica sino política. Frente a la brillante carrera política del joven Ricardo Anaya de Acción Nacional y la larga y reconocida experiencia de Manlio Fabio Beltrones, el PRD tiene que definir al líder del futuro partido de izquierda.
Ahora bien, para responder al cuestionamiento inicial: los tres enfrentan un escenario en el que los partidos políticos en nuestro país son los peor evaluados en la región (según datos publicados por Latinobarómetro 2015, en México, el 49% de encuestados contestó tener ninguna confianza hacia ellos; por otra parte, también los tres son diputados integrantes de la Sexagésima Segunda Legislatura (que está a punto de concluir).
En estos tres años fueron constructores de acuerdos para concretar las reformas estructurales derivadas del Pacto por México, principalmente la de la Reforma Política. Son políticos innovadores y pragmáticos, pero que saben cumplir su palabra, impulsores de la transformación de la democracia formal, pero, sobre todo, convencidos de que la política constructiva es la que ha logrado transformar las instituciones y transitar, vía la paz, hacia una democracia plena.
Los tres han demostrado, además, ser defensores de las libertades de las personas y sus derechos; los tres votaron a favor de las candidaturas independientes, de la iniciativa ciudadana y la consulta popular, sabedores de que, en una democracia consolidada, estas figuras son complemento del sistema democrático porque abren espacios alternativos de participación ciudadana.
Conocedores de la Agenda Nacional, seguramente serán los impulsores de los nuevos acuerdos para lograr la complementación de las reformas de anticorrupción, transparencia, seguridad pública y sistema judicial. Demócratas los tres, no nos extrañemos de verlos construyendo nuevos acuerdos para lograr mantener la gobernabilidad que requerimos como país, para enfrentar las amenazas que se puedan perfilar para la vida democrática en el contexto del año que viene y del 2018.
No importa que en la próxima elección presidencial cada uno de estos tres partidos impulse coaliciones electorales, parlamentarias o de gobierno con otras fuerzas políticas y compitan entre ellos por el Poder, con estas tres figuras frente a los partidos de mayoría electoral, se puede construir un nuevo paradigma para combatir la falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones partidarias.
Por supuesto que parto de la idea de que ellos, los tres, no impulsarán un liderazgo caciquil y mesiánico al interior de cada partido sino, por el contrario, que, precisamente por su forma de ser, pugnarán por la transparencia y rendición de cuentas al interior de sus partidos.
La tarea no es sencilla y los retos se magnifican si pensamos que, para el siguiente año, se realizarán otras elecciones intermedias en algunos estados de la República y, por otra parte, ya estamos en los destapes de los candidatos presidenciales del 2018.
El reto que enfrentan los partidos políticos también se acrecienta ante la latente desconfianza del electorado, la problemática financiera mundial, los resultados de las elecciones intermedias de junio, y la expectativa de cambios que no terminan de llegar para cumplir las expectativas de un electorado que ha crecido en juventud pero, también, en demanda de soluciones a sus problemas de trabajo, educación y seguridad.