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Las regencias y las gerencias

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José Elías MORENO APIS/Excélsior

Con Olegario Vázquez Raña, en otro mal momento. Siempre he considerado como gobierno regente al que manda, al que rige y al que vence. Y siempre he considerado como gobierno gerente al que obedece, al que administra y al que empata. Hay países, momentos y circunstancias en que los pueblos están urgidos de regentes y otros se bastan tan sólo con gerentes. El régimen de la regencia es gobernante, rector y victorioso. El desempeño de la gerencia es disciplinado, comedido y mediano.

En la política real, por cierto la única en la que creo, el tema de las responsabilidades y las posibilidades de acción de los gobernantes es uno de los más intrincados enredos de la política. No se reduce a definiciones absolutas. El gobernante tiene que resolverlo en cada momento y circunstancia. Si acierta, asumirá sus verdaderas responsabilidades y desarrollará sus mejores posibilidades. De lo contrario, se perderá en la esterilidad y en la confusión.

Veamos, tan sólo como simple ejemplo, el laberinto de las mayorías. En las democracias es bueno tener la mayoría gubernativa si la necesitamos y la aprovechamos con eficacia y atingencia. Así como es bueno ser de la minoría opositora si sabemos para lo que sirve con elegancia y pertinencia. En la política real, lo mejor es tener a ambas cuando se les necesita y se puede solventar su concurso. En la política real, cuando no se les requiere lo mejor es no endeudarnos.

Porque una mayoría no siempre nos sirve. En realidad, la mayoría es instrumental no esencial. Sirve para algo, pero no sirve per se. Es indumentaria, no es alhaja. La mayoría electoral sirve para obtener posiciones. La mayoría legislativa es útil para decretar leyes. La mayoría aprobatoria vale para construir una imagen.

Pero, siguiendo con el ejemplo, en estos momentos al presidente Enrique Peña Nieto, ¿para qué le sirve una mayoría? O, por el contrario, ¿en qué le perjudicaría no tenerla? Sus reformas fundamentales ya están hechas. Ya no contenderá electoralmente en su futuro. Su paso histórico no depende de la encuesta de hoy, sino de la opinión del porvenir.

Esta semana se dio una decisión gubernamental en Oaxaca que creo que será para bien y que les redituará a los gobiernos federal y local. Pero lo que tenga de bueno no se deberá a que se haya expedido una ley ni a que se haya expresado un índice de aprobación. Es decir, se hizo sin el concurso de la mayoría aunque le gustará. Pero si no le gusta, allá ella porque no fue su gusto lo que contó.

Ahora pensemos en nuestros principales problemas nacionales. Cada quién tiene su personal catálogo, pero mis cinco esenciales son la pobreza, el desempleo, la inseguridad, la delincuencia y la corrupción. Y, frente a ellos, me pregunto si no se han resuelto porque nos falta una ley que los desaparezca. Y si la tuviéramos, ¿seguro que desaparecerían? Creo que su combate no ha sido exitoso por mil razones, pero entre ellas no está la falta de apoyo mayoritario así como, al contrario, al tener un apoyo unánime tampoco se han resuelto.

Luego entonces, si la solución de nuestro destino no depende de las mayorías regreso de mi laberinto cuando pienso en ellas. Dejo los ejemplos contemporáneos para buscar parámetros más consistentes y advierto lo mismo con Franklin Delano Roosevelt, quien no ganó la guerra mundial ni venció a la depresión económica por su índice de aceptación. Es el caso de los presidentes mexicanos, que construyeron el desarrollo estabilizador, desde entonces conocido mundialmente como “el milagro mexicano”, pero que no se logró porque el PRI tuviera la mayoría congresional absoluta.

La comprensión del destino nacional es la tarea más elevada del hombre de Estado. El gobierno tiene que ver con el destino, pero no es el destino. El estadista es esa formidable mezcla de ejecutivo, político y filósofo.

Es bueno tratar de ver hasta donde podamos, aunque no podamos ver cien años, como Plutarco Elías Calles. Algunos no podemos ver ni una década. Algunos, ni un año ni un mes. Pero el esfuerzo es imperativo.  En los asuntos de la vida nacional, es bueno usar la vista para ver, sin perder detalle, todo lo que está pasando. Es buena la visión para ver lo que va a pasar. Y es buena la videncia para ver lo que no se puede ver y que lo conocemos, simplemente, con el nombre de destino. Pero que, además de ver, pueda llevarnos hasta donde no podríamos llegar solos. Ése se llama caudillo.

El destino es perpetuamente veraz. Nunca puede engañar y no sabe mentir.  Puede ser despiadado, pero siempre es sincero. Puede ser injusto, pero siempre es franco. El destino tiene una hermana que es la verdad y tiene un aliado que es el tiempo. Por eso sigo creyendo, como hace muchos años, que para la conquista del destino debe distinguirse la sustancial diferencia que existe entre el imperio de la regencia y la intendencia de la gerencia.

Twitter: @jeromeroapis

 

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