Rita Varela Mayorga
Sin embargo
A un mes de que el Gobierno federal presente su propuesta de Presupuesto de Egresos e Ingresos para 2017, los empresarios y ciudadanos se comen las uñas esperando se oficialice lo que para muchos es inminente: más recortes en el gasto de inversión, un aumento de la deuda pública del país –la salida fácil y recurrente en este sexenio– y también más impuestos, aunque esto último sea el peor escenario en términos políticos para una administración francamente debilitada y cuya credibilidad está en su momento más bajo.
Atado de manos, como ahora está, y con la caída del precio del petróleo y la producción de Pemex –su tradicional caja chica, ahora en ceros–, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto enfrentará sus últimos dos años contra la pared, simplemente porque el dinero ya no le alcanza y la estrategia económica de Luis Videgaray Caso no privilegió nunca las medidas para reactivar el crecimiento y la generación de empleos.
El 29 de marzo pasado, el propio titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), en una entrevista con la agencia Bloomberg, aseguró que 2017 no traerá más impuestos para los mexicanos.
“El compromiso del Presidente de la República ha sido muy claro y contundente, habiendo culminado la reforma hacendaria de 2013, que por cierto hoy es pieza fundamental de nuestra estabilidad ante la caída del precio del petróleo. El Presidente en 2014 hizo un compromiso muy claro de que no habrá propuestas de nuevos impuestos, ni de subir los existentes. Eso es algo de lo que podemos tener certeza, más que en la coyuntura de los precriterios, en la presentación del paquete económico del próximo año que haremos en septiembre”, dijo el funcionario federal.
Sin embargo, con la poca credibilidad que hoy tiene el Gobierno federal, se duda que esa promesa pueda ser cumplida. Además, a cuatro meses de esas declaraciones, las cosas se han deteriorado y la perspectiva es todavía más pesimista para la economía mexicana, por lo que se espera una cucharada aún más amarga.
“A estas alturas, con la popularidad del Presidente en picada, con un PRI sumido en un hoyo cada vez más profundo por los excesos y la corrupción de sus militantes más influyentes, con un Gabinete que no da resultados ni en seguridad, ni en economía, ni en educación, ni en salud … poco margen tiene esta administración para dar un paso tan valiente como ese y sí, aunque duela, sacrificar simpatías y votos por un ajuste fiscal que sea realmente equitativo y responsable”
Los analistas del sector privado que mes con mes consulta el Banco de México (Banxico) redujeron, por quinta vez consecutiva en este año, su pronóstico de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de 2016, que situaron en 2.28 por ciento, desde un previo de 2.36 por ciento, mientras que para 2017 lo ajustaron de 2.71 a 2.62 por ciento.
Sus previsiones para la inflación del año también cambiaron de 3.19 a 3.19 por ciento, además de que consideraron que la tasa de interés del Banxico, que se ha elevado en 100 puntos base en lo que va de 2016 hasta quedar en 4.25 por ciento, terminará este año en 4.61 por ciento.
Pero, además, la promesa de no subir impuestos se ha quebrado desde este año. Por ejemplo, el Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) a las gasolinas y el diesel se propuso en el Presupuesto de 2016 para igualar los precios de los combustibles de México con los de Estados Unidos. Pero incluso desde el año pasado, las gasolinas son más caras en México que en el país vecino, así que en realidad el IEPS, que antes era un subsidio, ahora se ha convertido en un impuesto rentable para la Secretaría de Hacienda. El pasado lunes, sin más, amanecimos con precios más altos en la Magna, la Premium y el diesel.
En este marco, entonces, el único camino a la vista es realizar una Reforma Fiscal a fondo, que vaya realmente por quienes no pagan impuestos, en contra de aquellos a los que se les perdona el pago de grandes cantidades por el motivo que sea, que se ocupe de una vez por todas de cobrar a los millones de informales, y que ponga orden en el gasto público, con prioridad en la transparencia y la rendición de cuentas del Gobierno federal.
Sin embargo, a estas alturas, con la popularidad del Presidente en picada, con un PRI sumido en un hoyo cada vez más profundo por los excesos y la corrupción de sus militantes más influyentes, con un Gabinete que no da resultados ni en seguridad, ni en economía, ni en educación, ni en salud … poco margen tiene esta administración para dar un paso tan valiente como ese y sí, aunque duela, sacrificar simpatías y votos por un ajuste fiscal que sea realmente equitativo y responsable.
No se ve, entonces, que el paquete 2017 –que se entregará en los primeros días de septiembre– traiga buenas noticias para los ciudadanos, aunque el Gobierno federal pregone que, por lo menos, los impuestos no serán mayores. Si antes no se cumplió con la palabra empeñada, ¿por qué habría de hacerlo ahora que las finanzas ya no dan para más sin el petróleo, que la marcha económica está atrancada y que lo único que crece es la pobreza, la desigualdad y el descontento social?