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La carta que el mar se llevó

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Pascal BELTRÁN DEL RÍO/Excélsior

18nov2015-CivilizacionEl mes pasado, el diario sueco Aftonbladet envió a su reportero Erik Wiman a la isla griega de Samos para reportear la tragedia de los migrantes de Oriente Medio y Asia Central, quienes intentan desesperadamente llegar a Europa para huir de los conflictos en Siria, Irak y Afganistán.

Si algún hecho ha sintetizado el drama que viven cientos de miles de personas en el peligroso trayecto hacia la seguridad y la libertad es la aparición, en una playa turca, del cuerpo del niño sirio Aylan Kurdi, quien se zafó de las manos de su padre, luego de que naufragara la lancha en la que viajaba con su familia, y se ahogó a principios de septiembre.

A lo largo de los últimos meses, hemos visto muchos barcos endebles, retacados de viajeros afligidos por la incertidumbre, zozobrar en el Mediterráneo.

También hemos visto a migrantes desarrapados deambular por plazas de capitales balcánicas en busca de comida. O caminando por senderos polvorientos sólo para toparse con fronteras reforzadas por bardas y alambradas. O agredidos por locales, incluso por una periodista, como sucedió en un caso. O, peor aún, asfixiados en un vehículo de carga abandonado en el acotamiento de una autopista.

Si las cosas ya eran complicadas para estas personas que huyen de la guerra, seguramente lo serán más ahora que se sabe que uno de los terroristas que atacaron París hace una semana llegó a Europa vía la isla griega de Leros, como lo han hecho varios miles de migrantes.

No hace falta explicar el interés de un medio, sueco o de cualquier parte del mundo, en cubrir la historia desoladora de este éxodo.

El 29 de octubre, Wiman caminaba por la línea costera de Samos, en busca de lanchas con refugiados. De pronto, “donde la playa se transforma en acantilado”, encontró un manuscrito protegido por una bolsa de cierre hermético.

Creyendo que el texto, escrito en árabe iraquí, contendría alguna pista que enriqueciera su trabajo periodístico, lo mandó traducir.

Para su sorpresa, no se trataba de instrucciones para los traficantes de personas ni el compromiso de pago de algún migrante sino de una carta de amor. Un mensaje escrito a mano perdido en el mar, no en una botella sino en una bolsa de ziploc.

Mi Rosa,

Te prometo que te amaré hasta el último minuto de mi vida,

Te prometo que no habrá nadie en mi vida sino tú: P,

Te prometo que no dejaré que nada nos separe, sea lo que sea,

Te prometo que tu valor no cambiará, pase lo que pase,

Te prometo que estaré a tu lado hasta el último aliento,

Ella es para mí y yo soy para ella,

Ella me ama y yo la amo,

Ella me adora y yo la adoro,

Vamos, ya es suficiente romance,

Ella es maravillosa cuando ríe,

Cuando me hace sentir celos,

Cuando se arregla el cabello,

Cuando me da un beso,

Para aquella a quien le entrego mi secreto y por quien muero,

Éste es un beso mío,

Del humilde y amoroso Hamody.

Hamody suele ser apócope de Mohamed en lengua árabe. Mohamed, el nombre de pila más común del mundo.

Aftonbladet publicó una nota –que puso en mis manos mi compañera Lorena Rivera– para pedir apoyo a los internautas a fin de que le ayudasen a identificar al autor de la carta o a la destinataria, con el propósito de devolverla.

Me pregunto si están vivos. Me conmueve el cuidado que tuvo el portador o la portadora de depositarla en un envoltorio a prueba de agua, probablemente sabiendo lo que le aguardaba en el largo camino hacia la libertad y la seguridad.

Han sido meses de información terrible, imposible de digerir. Un tiempo malo, acentuado por los hechos de París.

Y, de repente, en medio de una de las peores tragedias humanitarias de las últimas décadas, aparece la carta de Hamody a Rosa.

La belleza reside en las pequeñas cosas, dice el lugar común. Cosas que a menudo pasan frente a nuestros ojos sin que nos tomemos la molestia de verlas, agrega André Breton en Nadja.

Gracias a Erik Wiman por haber rescatado del naufragio esta pequeña, pero poderosa evidencia de humanidad.

 

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